Sábado 24 de octubre.
Regresó a su casa luego de una tarde inolvidable, inenarrable.
Encendió la radio.
Abrió la ducha, encendió un cigarrillo. Se desvistió y miró la hora al pasar en el reloj despertador de la habitación, eran las diez pasadas de la noche de un caluroso sábado primaveral; con el cigarrillo en la boca, totalmente desnuda y el largo cabello castaño recogido en un rodete improvisado con un lápiz, se sirvió un trago.
Salió de la ducha envuelta en una toalla. Se vistió solo con una remera vieja y una tanga de algodón blanca. Encendió otro cigarrillo. Se cepilló el cabello. Encendió la tv del cuarto. Volvió a ver la hora, ya las 23:30 hrs y aún su pareja no aparecía. La alivió. No tendría que dar explicaciones del porqué había llegado tan tarde un sábado. Buscó algo qué comer en la heladera: dos zapallitos rellenos.
Cenó en la cama, terminó su trago, encendió otro cigarrillo. Apagó la TV. Abrió el libro que venía leyendo desde hacía varias noches: El pudor del pornógrafo de Alan Pauls.
Lo terminó en un par de horas...
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