31 de diciembre de 1998.
18:45 hrs. Ciudad de Buenos Aires
Estacionó el auto a una cuadra del departamento. Él la esperaba a las 19 como todos los jueves, sí, incluso aquel último jueves del año. Habían pactado de antemano que ese día respetarían la clase como siempre. Se miró en el espejo retrovisor para revisar una vez más que tal le sentaba el corte de pelo nuevo. Desde hacía un mes que se lo estaba haciendo cortar cada vez más corto.
En realidad se vio obligada a hacerlo después del incidente de la permanente que se lo quemó desde la raíz. De la extensa melena castaña ya no quedaba rastro. Ahora era un cabello de apenas dos centímetros de largo, pero no le disgustaba en absoluto su nueva apariencia. Le daba un aspecto entre enigmático, exótico... hasta inquietante.
Se miró al espejo una vez más, se gustó y salió pisando fuerte.
Bajó del ascensor y se quedó observándola todo el trayecto hasta abrirle la puerta.
— ¡Qué cambio!—, exclamó con sorpresa. — ¡Te queda bárbaro!—concluyó después del beso.
— Bueno, gracias. Igual si me quedase mal ¡ya no puedo arreglarlo!—, bromeó ella. Como siempre él le festejó el chiste con una risa franca y amplia.
Luego de 90 minutos y de dar por terminada la clase ella se levantó para guardar los libros y apuntes en la cartera.
Él la observaba desde el umbral de la cocina, con ambas manos en los bolsillos.
— ¿Dónde tenés pensado pasar esta noche?—, la sorprendió a la distancia.
— En casa de una tía lejana, hermana de mi papá pero que vive ¡en Burzaco!
— Tenés un viaje, y a esta hora la calle es un caos. ¡Ya son casi las nueve menos cuarto!
— ... y todavía tengo que pasar por mi casa a arreglarme, así que me voy.
— ¡Pará!
— ...
— Mirá, tengo una botella de champán que vengo reservando para una ocasión especial y bueno, creo que esa botella se merece un brindis hoy.
— ¿Brindis?
— Sí, si no te molesta. Antes de que te vayas hasta el año que viene me gustaría brindar con vos...
— No, no me molesta, para nada. ¡Me sorprende!
— Ya vengo—y desapareció en la cocina para regresar de inmediato con una hielera con el champán y dos copas de cristal.
— Ah, ¡caramba! ¿Lo tenías preparado?—, deslizó confianzuda.
— No, sí. En realidad se me ocurrió cinco minutos antes de que llegaras—, lanzó con picardía.
— Y ¿por qué sería el brindis?—, le preguntó aceptando la copa vacía.
— Me gustaría brindar por... por... ¡las clases!—, improvisó él.
— Y claro, para brindar por el año nuevo es un poco temprano...
— Me encantaría brindar esta noche con vos por el año nuevo, pero ya tenés planes para hoy— dijo haciéndose el distraído tratando de sacar el envoltorio metálico del corcho de la botella.
— Ajá,...pero... —, agregó ella simulando hacer cálculos mentales, —podría hacer cambios de planes de última hora...—, agregó esquivando la mirada de él.
— ¿En serio que podrías?
— Sí. Además, ¡fijate la hora que es! No llegaría a tiempo para cenar en familia.
— Bueno, entonces dejo la botella en la heladera hasta la medianoche. ¿Estás segura que es lo que querés? ¿No se te va a armar ningún lío?—, preguntó tratando de sonar lo más natural que le fuera posible.
— Para nada. Pero tengo que avisar que no me esperen, —y sacó su Kyocera verde—, son dos minutos.
— Claro, avisá—, dijo y desapareció nuevamente con el balde y las copas en la cocina.
— ¿Hola ma? Mirá, me surgió una invitación de último momento y te llamaba para avisarte que no voy a la casa de la tía. Además ya se me hizo re tarde. Dale, no te preocupes. Feliz año nuevo, besos para vos y para papi—, y cortó la llamada con una sonrisa inocultable, se sintió libre para elegir.
¡Que bueno! Me pareció buenísimo el cambio de planes, era lo que pedía -rugiendo- la platea :)
ResponderEliminarJajaja... la platea tirana si no se la complace te libera los tigres hambrientos.
ResponderEliminar