Angel de mi guarda,
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día
Las horas que pasan,
las horas del día,
si tú estás conmigo
serán de alegría
las horas del día,
si tú estás conmigo
serán de alegría
No me dejes solo,
sé en todo mi guía;
sin Ti soy chiquito
y me perdería
sé en todo mi guía;
sin Ti soy chiquito
y me perdería
Ven siempre a mi lado,
tu mano en la mía.
¡Ángel de la guarda,
dulce compañía!
tu mano en la mía.
¡Ángel de la guarda,
dulce compañía!
Una madrugada de verano, en mis lejanos dieciséis años, me desperté con ganas de orinar. Me levanté descalza tratando de hacer el más mínimo ruido, abrí la puerta de madera de mi cuarto despacio y cuando atravesaba la cocina, una luminosidad que provenía del comedor llamó mi atención.
Allí la vi.
Suspendida en el aire frente a la puerta que daba al jardín que daba a la calle que daba a la noche oscura.
Era una hermosa mujer blanca, con sus manos extendidas hacia cada lado, con cabello oscuro y una palidez infinita y radiante. Tenía un manto luminoso que la cubría por completo pero que dejaba al descubierto un rostro calmo y feliz. No sonreía pero se la veía serena y en paz.
En un momento, una milésima de segundo me miró fijo a los ojos, una mueca se le dibujó en la cara, y se esfumó en un torbellino enrulado que se dirigió hacia el cuarto de mi pequeña hermana de tan solo cinco años.
En aquel inolvidable momento no sentí temor, sino paz, una profunda paz.
Jamás olvidé esa cara armoniosa y cálida. Algunos años después le conté esta anécdota a mi hermana, ya ella siendo adolescente, y me creyó. Las dos concluimos de que se trataba de su ángel de la guarda.
Qué lindo que hayas escrito esta historia :)
ResponderEliminarMi vieja me lo cantaba todas la noches... Saludos!
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