jueves, 9 de febrero de 2012

CAPÍTULO 16: Silencio. 2° parte.




Desde el distanciamiento de los últimos meses con su ex, Polaco había estado cambiante en su humor. Ya no recibiría esas demostraciones de cariño, ni de afecto, ni de deseo que solía recibir del hombre que había sido su gran amor de juventud. Y su marido, el padre de su hijo, no era en absoluto demostrativo, ni cariñoso, ni apasionado tal como a ella le gustaba que fueran los hombres. Su marido jamás la besaba. Cuando comenzaron la relación, los besos apasionados eran breves, toscos y fueron cada vez menos con el paso del tiempo. Muchas veces, ella misma se había preguntado por qué lo había elegido para formar una familia, y tarde o temprano se respondía, con resignación, que lo eligió porque le había parecido el menos malo de todos los hombres con los que había salido y, como si eso fuese poco, no le quedaba mucho tiempo más para buscar al príncipe azul, al hombre perfecto, para que la convirtiera en madre.
La atrajo que fuera trabajador, como si esa virtud le hubiese podido garantizar la felicidad, la atrajo físicamente y aquel bajo perfil delineado por algo de timidez. Y no, no se sentía feliz en su pareja, pero era lo que había elegido como un futuro prometedor. Y ahora estaba Joaquín, su chiquito risueño que la llenaba de energía y alegría. Por su hijo daba su vida las veces que fueran necesarias. En algunas oportunidades, en momentos de suma concentración o de acciones mecánicas, como al cocinar o limpiar la casa, se había sorprendido por sus propios pensamientos. La mente le jugaba la macabra trampa de recordar momentos lejanos, momentos de su tierna adolescencia, de su temprana juventud y de los años previos a que el destino le cruzara el camino con su actual pareja.
Recordaba los besos mojados que intercambiaba con un chico del secundario al mediodía, apoyados en la garita de gas de una casa a pocas cuadras de la escuela, o bajo el toldo de chapa de un local abandonado en los días de lluvia. Ella había sido elegida reina de la primavera de su escuela y este muchacho era el mejor amigo del chico elegido rey por lo que  en el momento de las coronaciones se cruzaron entre ramos de flores y coronas de plástico con strass.
Por entonces, allá en el 86', algunos alumnos iban a la escuela, en una minoría notoria,  vestidos de negro; esos escuchaban a The Cure y a Soda Stereo. Se hacían peinados raros que se sostenían a base de mucho jabón blanco. Ella iba a 2° y él a 4°. Ella cursaba a la mañana, y él a la tarde. Ella 14, él 17. Ella virginal, él respetuoso. Una vez entre los dos coordinaron una rateada de día entero. Habían elegido un día en que ambos tenían que cursar desde la mañana hasta entrada la tarde, por tener educación física a contra-turno. Aquella fría mañana se tomaron un colectivo y viajaron horas hasta llegar a la casa de un conocido de un amigo de él. La propiedad estaba deshabitada y quedaba en el medio de unos terrenos loteados por el oeste. Mucho más allá de Pontevedra o Libertad, provincia de Buenos Aires. El cielo prometía lluvia pero esperó a que entraran para largarse con todo. Husmearon en todas las habitaciones hasta que encontraron una con cama matrimonial y un ventanal que les mostraba el cielo entero. Era fines de septiembre, pero el invierno se resistía a marcharse por lo que el frío del descampado se colaba por las hendijas de las puertas y ventanas de madera. Se descalzaron y se metieron entre las sábanas y frazadas, tal como estaban vestidos. Solo el ruido de la lluvia que golpeaba contra los vidrios los acompañaba en ese momento de total intimidad. Él la abrazó fuertemente por debajo del peso de las frazadas que los aprisionaba, ella se acurrucó con ternura entre esos brazos de varón. Era la primera vez que estaba en una situación semejante y, más allá de la timidez o del temor, disfrutaba el estar así con un chico, con el chico que le gustaba de la escuela. Se besaron todo el tiempo que estuvieron recostados en la cama. Les gustaba besarse y recorrerse con las lenguas. Él controló en todo momento su deseo de penetrarla, no lo creyó correcto y no quería traicionar su confianza. Se gustaban mucho, se disfrutaban mucho, se saboreaban mucho. Al caer la tarde, la lluvia se detuvo y juntos fueron hasta la parada del colectivo que los acercaba a la casa de cada uno. En el largo viaje de regreso siguieron besándose como si no lo hubiesen estado haciendo hasta entonces. La química entre ambos era fuerte, y hablaban lo justo y necesario, solo querían besarse una y otra vez más.
El silbido de la pava la trajo al presente. Se adivinó en la cara un rictus de triste nostalgia. Ya nadie la volvería a besar así, tal vez nunca más.


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