Comenzó un nuevo año y después del lógico balance llegó a la conclusión de que todo le servía. Hasta el más mínimo gesto de cariño como el más devastador signo de indiferencia le servían. Para nutrirse, como lección de vida, para enriquecer el espíritu. Lo bueno, lo malo, todo le servía. Las experiencias le agregaban el valor que necesitaba para seguir su camino.
Después de aquel último mensaje de texto contestándole el saludo por el Año Nuevo no supo nada más de él. Se terminaron los mails, las llamadas telefónicas, los chats, los encuentros, no hubo más besos apasionados, no hubo más aquello que había nacido hacía tanto tiempo ya. Se terminaron las caricias, las bromas, las charlas, los recuerdos compartidos... Solo había ahora silencio. Un silencio profundo y quieto. Un silencio que la penetraba en el cuerpo, en la mente, un silencio que la envolvía por completo. Pero un silencio necesario y prudente, por parte de ambos. Un silencio oportuno, un silencio reparador. Creyó conveniente ese distanciamiento para sanarse las heridas en soledad. Se habían dicho palabras punzantes, se lastimaron con todas las armas que contaban. Habían quedado malheridos y ahora intentaban recuperarse en silencio. Como el silencio que invade las salas de terapia intensiva donde se espera el milagro de la cura para la sobre vida, o el alivio de la muerte para terminar con todo el sufrimiento. El silencio necesario para pasar a otro estadio. Silencio. Silencio en su máxima expresión. Silencio puro. Silencio vasto.
Pasaron los meses y el silencio permanecía ahí: frío, indemne, distante, solitario. Llegó junio y no pudo soportar más esa quietud, ahora, perturbadora y le envió un mensaje de texto: "Hola." No obtuvo respuesta. Más silencio, pero éste era un silencio doloroso. Esperó días enteros y noches desveladas a que surgiera de la nada una señal. Una respuesta que la sorprendiera, tal como lo había hecho hacía ya tres años. Esperó impaciente una contestación, una prueba de vida, verificó que su mensaje realmente hubiera salido de su celular y sí, efectivamente figuraba en la carpeta de Enviado; lamentó la perpetuidad de aquel silencio y comenzó a fantasear lo peor. Tal vez algo grave le habría ocurrido y nunca llegó a leer su mensaje. Tal vez otra persona lo leyó y lo borró para asegurarse de que nunca más retomaran contacto el uno con el otro. También era posible que hubiera cambiado de número de celular... pero si en tanto tiempo no lo había hecho... ¿por qué precisamente ahora? o pensándolo bien, ¿qué mejor oportunidad que ahora para cambiar el número de celular? Pero seguía pareciendo una idea absurda. Ella tenía el teléfono de su casa. Tal vez pudo decidir mudarse, pero difícilmente abandonaría Villa del Parque. Ella no era lo suficientemente importante para que él tomara alguna de todas esas decisiones que ahora estaba elucubrando. Resolvió entonces hacer el grandísimo esfuerzo, otra vez, de encerrarlo en el pasado. Ya no tenía ningún sentido quedarse atada a un imposible. No lo fue en el 98, ¿por qué sería en el 2012? Entonces borró todo rastro de él. Lamentó con dolor tomar esa medida pero debía ser así y borró los números telefónicos, los historiales del chat y los mails. Ese silencio ahora quedaría sellado en el pasado, para siempre. Estuvo varios días triste, semanas enteras de angustia aunque sabía que debía atravesar un nuevo duelo por la pérdida de aquel viejo amor. No le quedaba otra alternativa que dejar todo atrás y vivir en un eterno de ahora en más... Debía proponerse firmemente no volver a él, a su pasado. Tenía que obligarse a no caer en la irresistible tentación de buscarlo para recuperar esos besos... que nunca pudo olvidar de sus labios. Era imperioso que no se permitiera volver a querer fundirse en su piel... que tanto la atraía. No debía desear más sentir esos abrazos... que tanto la protegían de sí misma. No debía permitirse regresar a él...que tanto necesitaba. No debía hacerlo, nunca más, por más difícil que le pareciera el intento. Debía censurar sus ganas de hablar con él, de compartir risas y melancolías. Tenía que prohibirse quererlo como lo hacía con el alma, descarnadamente. No tenía sentido intentar un imposible. Ya era tarde para todo. Ya era muy tarde para buscar esa boca, esa piel, esas manos, esos brazos... esos profundos ojos verdes que la enamoraron hacía tanto tiempo... La congoja se le instaló bajo la piel, la tristeza se fundió en sus ojos, la angustia ocupó un lugar en su interior, la melancolía se le hizo nudo en el pecho... Debía sobrevivir a la tristeza, al olvido, a la muerte de un amor, al fin de su historia juntos, a lo que nunca pudo ser...
Mientras que él, una fría tarde de junio recibió un "Hola" de su querida Polaco en el celular. El cuerpo se le encendió hasta llegarle un rubor tibio en las mejillas. Se conmovió. Guardó el mensaje como si fuese un tesoro inmenso y valioso. Desde su último mail había elegido desaparecer definitivamente de la vida de ella. Le resultaba evidente que había llegado para alterarle la armonía, falsa o real, de su vida familiar y pensó que no tenía ningún derecho en hacerlo. Había salido del pozo profundo del pasado para perturbarla. Ella se lo había dicho en más de una oportunidad y había comenzado a creerlo. No tenía sentido ya intentar recuperarla del pasado. Polaco había construido otra vida sin él. No estaba él en sus proyectos. Ella sabía que él sería incapaz de darle lo que ella decía necesitar para sentirse plena, completa. Convivencia, hijos, matrimonio, vacaciones en familia, reuniones en casa de parientes, una fachada para tapar la infelicidad. No contestó el mensaje ni pensó en hacerlo jamás. Debía tomar toda la distancia que le fuera posible para no alterarle los planes, pensó con frialdad. Como si olvidar fuese tan sencillo, como si alejarse fuese algo natural en él, precisamente en él, que la buscó después de 10 años. Precisamente él que la retuvo en sus recuerdos, él que invirtió horas enteras recordándola incansablemente. Él que fantaseó mil veces volver a sentirle el cuerpo próximo al suyo. Él que no pudo despegarse de aquel pasado de extraña felicidad, él que se había convertido, a su pesar, en estatua de sal.
Pasaron los meses y llegó octubre. Una soleada tarde de octubre tuvo que llevar unas facturas a su contadora a su estudio en Belgrano. Era un hermoso jueves de franco, y de sol. Dejó el auto en un estacionamiento y eligió caminar hasta la oficina que quedaba a unas pocas cuadras del barrio chino. De regreso optó, a último momento, hacer una recorrida por los negocios orientales. Se metió en un pequeño bazar de chucherías para curiosear qué se vendía allí; se asombró al ver la misma mercadería que había visto hacía algunos años cuando visitó Beijing. Hasta el local le pareció idéntico a los negocios originales en China. Compró unas botellitas de vidrio pintadas a mano con paisajes de aves y dragones. Saliendo del negocio por Arribeños creyó ver a Polaco alejándose en la vereda de enfrente. En un impulso aceleró el paso y llegó hasta la esquina, dobló por donde la había visto desaparecer. Le llevaba más de media cuadra de ventaja, por lo que trotó hasta acercarse cuanto le fuera posible, sin ser visto, confundiéndose entre la gente. Sí, era ella. Más flaca de la última vez que se habían encontrado, hacía casualmente un año. El pelo le había crecido bastante y notó unas ondas que nunca antes le había visto, pero a pesar de los cambios notables, era ella. Era Polaco. Se le adelantó para que ella pudiera verlo. Caminó despacio a tres pasos delante de ella y, como al descuido, se paró interrumpiéndole el paso. Ella de inmediato se detuvo para evitar chocarlo. Él la tomó de un brazo para pedirle disculpas. Ella lo miró a los ojos y enmudeció, pálida.
— ¡Polaco! —, dijo él en un suspiro sonoro.
Ella no pudo más que quedar en silencio...
Espero que no vuelvan a caer en lo mismo que antes. Mismos procedimientos mismos resultados...
ResponderEliminarOtro Año Nuevo y octubre… Tal vez la angustia de ella podría ser igual de profunda con algunos recortes. Siempre es polémica la adjetivación y se administra a conciencia. Me gustó mucho.
ResponderEliminarSaludos.