Julio 2010
Una fría medianoche de invierno cubría por completo el cielo ocultando todas y cada una de las estrellas, dejando emerger solo una moneda plateada desde la densidad oscura del espacio. Mientras su marido y bebé dormían resguardados en el cálido abrigo del hogar, ella subió a la terraza a buscar respuestas, frías respuestas que le despejaran la mente y aclararan el aire. Necesitaba aquellas respuestas que la ayudaran a resolver qué debía hacer para tranquilizar su alma y no arrepentirse luego de las consecuencias no deseadas.
La ansiedad por verlo aumentaba día a día, crecía esa curiosidad por saber qué le pasaría una vez que estuviese frente a él, cuando pudiese hundirse en el verde profundo de esos ojos que jamás pudo olvidar, cuando pudiese tocar su aliento con el suyo. Soñaba con poder tener una vez más la oportunidad de sentir el contacto físico, de tener la certeza de que era el mismo en carne y hueso que una década atrás le había enseñado mucho de lo que hoy sabía de la vida, el mismo hombre que fue una bisagra cruel en su existencia, el mismo que la encaminó para que llegase a ser la mujer que era hoy, el mismo hombre que la encantó con sus historias de mundo, aquel que recorrió largos trayectos por el planeta recolectando anécdotas para ser contadas, aquel que la hizo reír tantas veces, que abrió sus brazos cuando necesitó consuelo y le ofreció un hombro donde llorar sus penas de mujer inexperimentada, aquel que la dejó ser ella misma y que se permitió mostrarse auténtico él también, el que se detuvo a escucharla con toda la atención del universo, ese hombre que la disfrutó milímetro a milímetro recorriéndola con sus manos, su cuerpo y su boca, ese mismo hombre que la hizo vibrar con solo mirarla a los ojos, ese que la bautizó "Polaco" un siglo anterior, ese que se divertía con sus ocurrencias, el que festejaba todas y cada una de sus tonterías, ese mismísimo que la hacía leer porque disfrutaba de cómo leía, de su voz, y de su risa.
Tenía que tener la fiel certeza de que era el mismo hombre que no se cansaba de elogiarle la mano para la cocina y para las pizzas caseras, ese hombre que se hacía el distraído en los partidos de fútbol mientras ella se desvestía frente al televisor para ganar su atención, el mismo que mientras tocaba el bajo se dejaba desnudar al ritmo de sus propios compases. Aquel hombre que la sedujo desde el primer segundo que respiraron juntos el mismo aire.
Aun así, no podía evitar sentir miedo. Miedo a perderlo todo. Miedo a que el castillo que se había construido en las nubes se desvaneciera por completo con un mero soplido. Miedo a derrumbarse y finalmente quedarse sola. Miedo a darse cuenta de haber estado viviendo, construyendo, fabricando una vida que no le pertenece. Miedo a darse cuenta de que todo fue una farsa, miedo de chocarse con la realidad y caer vencida. Miedo. El más puro y genuino de los miedos. Sintió miedo de quedar expuesta. Miedo a que se descorriera algún velo que la dejase desnuda frente a toda la platea. Desnuda ante la mirada de los demás. Miedo a darse cuenta de que ¿todavía seguía amando? a un hombre del pasado y que su familia se lo echara en cara con reproches gritados y zamarreados con violencia.
Finalmente encontrarse con él luego de una década de la separación, y a poco más de año y medio de comunicarse clandestinamente vía MSN, teléfono y SMS le quitaba el sueño y la hacía soñar despierta.
Temía que esa decisión trascendental repercutiera en su actual pareja. Pensó que siempre había sido consciente de que había buscado semejanzas cada vez que conocía a un hombre, luego de la desgarradora separación de aquel viejo e inolvidable amor.
Había buscado en otros hombres los rasgos que tanto le habían atraído de él. Quiso reemplazarlo; "si no podía tener al original por lo menos podía buscar a alguno que se le pareciera" se autoconvenció cínicamente. Elegía a los hombres por determinadas características que no siempre eran todas cumplidas por los candidatos. Siempre faltaban un par en un mismo caballero. El que era alto y atractivo no se sentía atraído por la literatura y enseguida era descartado. El que era literato amante de los libros no daba con sus gustos fílmicos o musicales y también era descartado. El que gustaba del buen vino y del buen comer no daba con la altura ni por el perfil intelectual. El que era un gran amante no daba con ninguno de los otros requisitos importantes y terminaba también arrojado al olvido. Cuando conoció al que sería el padre de su hijo sintió que si bien no se daban todos los rasgos que buscaba en su hombre ideal, al menos cumplía con los suficientes como para iniciar una relación. Para sí se convenció de que el tiempo compensaría las restantes y descubriría nuevas virtudes valiosas. La atracción física ya había sumado a la hora de elegirlo y había sido recíproco, gran parte del terreno ya estaba ganado por parte de ambos. Pero siempre lamentó la falta de diálogo entre los dos, los temas de conversación se agotaban rápidamente.
Y volvía a caer en los recuerdos de aquellas charlas inagotables acerca de cualquier cosa con aquel hombre casi perfecto. Podían quedarse hasta el amanecer charlando sobre agujeros negros, sobre qué harían si pudiesen tener el obsequio de poder viajar en el tiempo, o acerca de libros que les marcaron de algún modo sus vidas.
Ya era inimaginable la vida sin él, ahora que había salido del pozo del pasado, ahora que se había corporizado y se había convertido en caracteres en el MSN y en voz en el teléfono. Ya no podía regresar al antes de aquel primer contacto luego de diez años, y una parte de sí lamentaba que fuese así. Si no hubiese aparecido, jamás lo hubiese ido a buscar. Hubiese preferido darlo por muerto, o imaginárselo viviendo en una isla en el medio del Pacífico alimentándose de frutos silvestres y cazando pequeños animales pero con un enorme baúl repleto de libros: Borges, Saer, Cortázar, Mailler, Poe, Bioy, Dostoievski, Faulkner, Chandler, Highsmith esperando a ser leídos una y mil veces.
Y hasta era más fácil imaginárselo felizmente casado y con una familia numerosa viviendo en las afueras de la ciudad, con un hermoso labrador dorado y una camioneta 4 x 4, que le garantizara que jamás el destino les entrecruzaría los caminos. Hasta era placentero pensarlo retirado y solo en un departamento viviendo de rentas con todo el tiempo del mundo sin salir de su refugio y recibiendo de tanto en tanto la visita de señoritas que lo entretuvieran por algunas horas. Pensó que hasta la más inverosímil de las posibilidades de un presente para él sería más llevadera que la realidad. Era difícil cargarse con la verdad de un presente que la conducía a estar entre la espada y la pared. Más fácil sería no tener que tomar ninguna determinación, no tener que pensar en nada, no tener que medir riesgos, no tener que poner en juego su presente por la memoria de un pasado idealizado por el paso del tiempo. Pero allí estaba ella, elucubrando un sinfín de posibilidades disparatadas para amortiguar el impacto contra la dura realidad: se encontraría finalmente con él.
Se viene la noche... O no...???
ResponderEliminarEso parece...
ResponderEliminarNo hay nada que hacer... El punto donde el pasado y el futuro se vinculan es el presente... El dinámico y parpadeante presente...
ResponderEliminarMuy bueno, se ha deslizado un error de tipeo "repecurtiera"
ResponderEliminarGracias por la observación. ¡Corregido! =)
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