Alcira vivía sola pero rodeada de recuerdos. Es más, sus recuerdos convivían con ella y ocupaban los espacios de la casa. Por las mañanas, incluso, la nenita que había sido alguna vez, la despertaba muy temprano y la tomaba de la mano para llevarla a la cocina. Allí además de prepararle el desayuno, le recordaba que camino a la escuela no debía detenerse bajo ninguna circunstancia.
Igualmente sucedía al mediodía. Una joven Alcira le preparaba el almuerzo con esmero aguardando que llegaran sus queridos Roberto e Isabela corriendo y riendo de la escuela. No sólo esos recuerdos eran tan vívidos que parecían reales sino también que podía interactuar con ellos, con aquel pasado irreversible. Más aún, en muchas oportunidades había repetido una y mil veces la discusión que había provocado que su esposo no regresara nunca más. Le había confesado que durante algunos meses había mantenido un romance con el carnicero del barrio, sí, con Gervasio, el carnicero que acababa de morir en un trágico accidente de auto. Por consiguiente su marido la insultó y se fue para no regresar jamás. Luego se enteraría que también la había estado engañando, con la peluquera, y que ambos se habían marchado a un pueblito de Corrientes, con los seis hijos de ella.
La pena fue gigantesca, sin embargo, sola crió a sus hijos y se las ingenió sea como fuere para que no les faltara nada. En pocas palabras, Alcira re vivía a diario momentos de su vida, aquellos momentos que la habían marcado para siempre. No obstante aún conservaba vestigios de lucidez, es decir que de tanto en tanto abría la puerta y echaba de la casa a sus anteriores “yo” a los empujones. Desde el jardín la miraban desconcertadas la nenita, la madre y la separada. Al principio las tres se quedaban inmóviles, pero inmediatamente la pequeñita se tiraba al suelo a seguir una fila de hormigas hasta el hormiguero, en tanto que la Alcira madre se ponía a discutir con la Alcira separada acerca de los amoríos del ex marido. Que por confesar lo de Gervasio ahora tiene que criar a los chicos sola recriminaba una, de lo contrario nunca se hubiese enterado lo de la cretina de la peluquera replicaba la otra. Mientras tanto Alcira las observaba desde la ventana y se preguntaba por qué discutirían tanto, si en definitiva, nada cambiaría su profunda soledad.
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