La puerta entornada dejaba ver su figura doblada hacia el escritorio. El humo azul lo envolvía mientras garabateaba los designios de su corazón abierto. La noche chorreaba calor por las paredes. Aunque las manos le transpiraban un poco, se había propuesto terminar de escribir la carta esa misma noche.
“Querida,
Te escribo estas líneas para decirte algo que desde hace días vengo masticando, pero que aún no puedo digerir.
Te vieron. Julio me contó que te vio salir de un hotel del brazo de un tipo. Ibas de lo más contenta, meneando tu cadera satisfecha.
Cuando Julio vino a contármelo, no le creí. Me pareció mentira. Lo insulté. Hasta estuve a punto de pegarle una trompada por ensuciar tu nombre... ¡Qué ingenuo fui! ¡Qué pelotudo! ¿Cómo pudiste? ¿qué pasó? ...”
Releyó estas últimas frases y le parecieron ridículas. Las hizo una bolita y fueron a parar al tacho, junto a los otros bollitos blancos.
conciso y directo al corazón...
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