Capítulo 1/Episodio 1: El principio del fin.
Esta es una
noche que voy a recordar siempre.
Estás muy
linda (como siempre, como hace diez años)
Te mando un
beso grande.
Cuidate
mucho Polaco.
El mensaje
latía en la pantallita del celular. El olor que dejó el paso del tren la
envolvió por completo. Piedra quemada en una mezcla de óxido y tierra. El mismo
tren que la dejaba a pasos de la casa de él. El mismo tren que la devolvía a
hace diez años. Se conmovió un instante... y cruzó el paso a nivel apretando,
en el fondo del bolsillo de la campera, el celular que guardaba esa dulce
dedicatoria de un presente confuso.
Todavía se olía en el cuerpo el perfume que él le había dejado de la noche anterior. Había decidido no lavar aquel aroma de presente-pasado que la satisfacía.
Ella había
sido su profesora de idioma una década atrás. Cuando ambos eran inmortales,
cuando se permitían equivocarse a propósito aduciendo errores por la edad, por
la inexperiencia, por la falta de mundo, por falta de vivido, por ser
inmortales.
Ella 26, él
33. Ella en pareja desde hacía unos largos y asfixiantes 6 años.
Él...
libre.
Ella vivaz,
apasionada, graciosa, irónica, risueña, sarcástica, melancólica...,
solitaria..., triste..., sola.
Él, no.
Se
conocieron y el mundo se detuvo. Era octubre de 1998. Sábado 24. 14 horas. Ella
intuía en el cuerpo que algo iba a sucederle, algo profundo, algo que cambiaría
para siempre su destino, algo que le devolvería la sonrisa, algo.
Él,
también.
Bajó el
ascensor y un señor bajito y pelado le cedió el paso a una señora regordeta de
solero de bambula ajustado. Detrás se asomó él. Médico. ¡Qué alto que sos! dijo
ella, la profe; él se sonrojó. Los vecinos sonrieron con malicia. La empujó
delicadamente dentro del ascensor. Subieron siete pisos esquivando miradas y
hablando del día soleado y la temperatura.
Entraron,
ella le explicó la metodología de las clases de idiomas y le preguntó por qué
había decidido tomar ese curso y de dónde había sacado ese verde profundo para
sus ojos... terminó pensando... si se lo habría quitado al mar verde azulado de
una postal.
Él
contestó, le ofreció algo fresco para beber, encendió un cigarrillo, le
preguntó si le molestaba el humo, si quería que abriese las hojas del ventanal
del balcón que daban hacia la calle, que daban hacia el cielo, que daban hacia
un futuro juntos de ahora en más.
Ella
contestó, se rió, lo sedujo, bromeó.
Él encendió
la luz, le ofreció un cuarto, un quinto café, una tercera Coca-Cola, ¿querés comer
algo?; no, gracias, pero ¿qué hora será?, son las 21:23, ¡cómo se nos pasó el
tiempo!; sí, disculpame que te haya entretenido tanto; no, disculpame vos que
no me haya levantado nada más que para ir al baño, me gusta tu baño; pero de
verdad que soy un desubicado, tu novio te debe estar esperando; no te
preocupes, él siempre llega después que yo; qué bueno saberlo, digo, lo de no
complicarte; para nada, quedate tranquilo; entonces te espero el martes a las
19 para la primera clase; claro, esperame toda la vida que siempre voy a
llegar.
Condujo
hacia su casa con una sonrisa que nada podía disimular.
Él, tampoco.
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