Cuando uno es inmortal, literalmente no tiene nada que perder. Si me dan a elegir entre EXPERIENCIA y MORTALIDAD o INEXPERIENCIA e INMORTALIDAD, elijo ésta segunda. La decisión es obvia. Tengo toda la vida para equivocarme, incansablemente.
domingo, 27 de septiembre de 2020
Eclipse de lunas. Capítulo IV: Carne viva.
Capítulo IV: Carne viva.
Con la
mirada hacia algún punto invisible del otro lado de la calle, Dita vagaba en su
mente tras las palabras que mejor definirían a Martín y lo que había
significado para ella conocerlo, lo que implicó concretar el encuentro tan
ansiado por los dos.
— ¿Podrá
decirme qué piensa? — oyó que la convocaban desde algún lugar de la
realidad.A Dita, la voz de Isaac
Rubinstein le sonaba amortiguada, como si el sonido hubiese tenido que
atravesar un denso muro, grueso pero transparente, que los apartaba, en
dimensiones disimiles.
—Martín es
como yo—exhaló en una frase por fin.
— ¿Qué
significa eso?
—Martín
tiene profundidades densas, obscuras, caóticas, confusas y retorcidas, pero a
la vez, y en consecuencia a eso mismo, muestra sus superficialidades suaves,
placenteras, risueñas, simpáticas, muestra su luz clara, cristalina, pura a
flor de piel —prosiguió hundida en sus propias palabras, aun con la mirada
perdida en la ventana frente al diván que daba a la calle pero que la sumía en
su interior. —Él es como yo, tal vez por eso nuestra atracción inequívoca fue
inmediata. Nuestros sentidos están en sintonía, se ensamblan cuando estamos
juntos, cuando conversamos nos entendemos más allá de las palabras que
digamos... creo que aún en silencio y ciegos y sordos podemos llegar a
comunicarnos con el lenguaje inaudito de nuestras bocas mudas —Dita se miró las
manos por un instante y continuó—…cuando nos conocimos, ambos tuvimos el
irrefrenable impulso del contacto corporal. La distancia entre nuestros cuerpos
se mantuvo aquella primera vez siempre al límite del contacto, del roce, de la
piel con piel, del calor al tacto. Nos atrajimos desde el instante cero, desde
el momento en que los dos ocupamos el mismo cuadrante, en el preciso instante
que entramos a los cinco metros de distancia en torno al otro, en ese momento y
lugar exactos en que nuestras auras se interpusieron y cobraron un matiz nuevo,
inédito. Todo cambió desde el mismo momento en que por consecuencia del
destino, o por nuestras propias voluntades, tuvimos que respirar el mismo aire,
habitar el mismo aquí y ahora -o por mera ocurrencia de coincidencias-; nada
fue igual desde el instante en que nos encontramos por primera vez en nuestras
vidas. Algo cambió, algo alteró nuestro orden, algo sucumbió o estalló o
despertó allí, en el punto exacto en el que dos líneas rectas se cruzan para
seguir con sus respectivas trayectorias; con sus sendas coordenadas de tiempo y
espacio, aquellas que venían siguiendo pero que, a partir de ese accidental
encuentro, fortuito, desean no separarse más; o no pueden despegarse más o
necesitan permanecer en contacto, en profundo contacto...
— ¿Se
refiere al contacto corporal? ¿Sexual?
—Sí, tal
vez al principio parecía que era el simple deseo sexual, carnal, pasional pero
la conexión iba mucho más allá de lo superficial que puede parecer el
acercamiento sexual. Yo sentí a Martín en mi cuerpo, pero no sólo físicamente;
él no fue una invasión como en otros casos, en esos que usted ya conoce. —Dita
sacó de su cartera una botellita de agua, la abrió y bebió sedienta hasta una
cuarta parte de su contenido sin dejar de observar a través de la ventana. Tapó
el envase y lo regresó a su bolso y continuó: —Martín es diferente—volvió la
vista hacia Rubinstein y lo observó fijamente a los ojos—Martín me conecta a
alguien que fui antes y que en algún determinado momento dejé de ser. Es como
si entrando en mí, nuestros genitales hubiesen obrado cual conectores de cobre
que al mero contacto alimentaran un mecanismo que permanecía desactivado. Con
Martín dentro de mí... yo recordé la que una vez fui, volví a mí. A mi ser
primario.
—No sé si
logro entender lo que me quiere decir, esta vez sí que admito estar perdido con
lo que me está diciendo... ¿podría ser un poco más precisa? —Rubinstein
entrelazó los dedos de las manos apoyándolas delante suyo sobre el gran
escritorio de vidrio macizo, se incorporó levemente hacia adelante como si eso
lo ayudara a entender mejor, o por lo menos a escuchar mejor.
—Doctor,
estoy diciéndole que estar con Martín hizo que yo volviera a ser yo, la que soy
en realidad y a la que fui abandonando a causa de malos amores, a causa de
desengaños, por culpa de mis elecciones. De tanto llevar a cuesta relaciones
imprósperas, de cargar con la responsabilidad auto impuesta de ser de dos en la
pareja la única que gestionara esos detalles para que la cosa funcionara para y
por los dos; de ser la promotora de la felicidad y montar la fachada de la
pareja de tal para cual, del uno para el otro y mil cosas más... mi espíritu se
erosionó, se limó tal vez; o al menos se apagó sin que yo me diese cuenta.
—Entiendo.
La rutina genera esos desgastes que muchas veces se tornan
irrecuperables—agregó el terapeuta como si se le escapara un pensamiento en voz
alta.
—Por eso
mismo doctor es que digo que sentirlo a Martín dentro de mí me despertó. Como
si dejarlo entrar en mi cuerpo hubiese sido dejarlo entrar en mi mente y dejado
liberar a la mujer que soy en mi naturaleza. No puedo ser más precisa de lo que
estoy siendo. Hacía mucho tiempo que no me sentía en semejante conexión con un
hombre y Martín hizo que me despojara de todos mis prejuicios, culpas, miedos y
me abandonara a sus brazos, como si esos brazos supiesen cómo contenerme, como
si su cuerpo fuese parte del mío y ambos fuésemos piezas de un mismo
rompecabezas que por un mero golpe de suerte se hallan el uno con el otro, el
uno dentro del otro, el uno en perfecto empalme con el otro, el uno más el otro
que conforman un nuevo uno indivisible. Martín no solo se metió en mi cuerpo,
sino que también en mi mente, y ahí quedé, en un permanente letargo y a la
espera. No sé si alguna vez él volverá a mí o yo vuelva a él, lo que sí sé es
que ya nada será igual a antes de él. Ni aun estando con mil hombres después de
él yo volveré a sentir la misma conexión, el ensamble justo. Estoy segura de
eso. Martín me dejó…— Dita otra vez se perdió con la mirada en alguna parte del
otro lado de la calle—en carne viva.
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