domingo, 27 de septiembre de 2020

La secretaria. Capítulo II: El viaje.

 Capítulo II: El viaje.



Llegó a la esquina donde se detenían los charters a recoger a sus pasajeros para llevarlos de regreso a casa. Miró la hora, eran las 18:07. La Sra. Rachel, de la empresa de charters que Jay había contratado le había indicado telefónicamente, que esperara el charter de las 18 en aquella esquina. Lo reconocería porque tenía impreso el nombre de la empresa de transporte en ambos lados del inmenso micro de larga distancia. Por fin lo vio doblar en la esquina, tomó el comprobante del pago electrónico para mostrárselo al chofer en cuanto se subiera al vehíchulo. Dejó pasar a un par de señoras regordetas cargadas con carteras y bolsas de boutique, un hombre mayor de traje oscuro le cedió el paso para que subiera. Con una sonrisa amplia Jay aceptó la gentileza y subió. El chofer le sonrió con simpatía y le preguntó si era pasajera eventual, ella le explicó mostrándole el comprobante de pago que en realidad a partir de ese momento sería pasajera habitual de ese horario en aquella parada. El chofer la invitó a sentarse en el primer asiento, le indicó gentilmente que cuando recibiera el abono mensual le asignarían un asiento fijo en ese coche. Jay se acomodó en la mullida butaca aterciopelada. Se reclinó en el asiento y descansó la cabeza en el confortable respaldo. Se puso los auriculares y encendió la música que la transportaría a un mundo de sensaciones.

Cerró los ojos y se dejó llevar... sintió de pronto la inclinación del cuerpo cuando el micro subió a la autopista. La vibración del motor la estremeció sutilmente. La velocidad hizo que el cuerpo se le adhiriera contra la mullida butaca. Abrió los ojos y miró hacia adelante. Una multitud de brillantes lucecitas rojas avanzaban como cardúmenes de peces persiguiendo el horizonte agonizante de sol. Miró por el espejo retrovisor al chofer que sorpresivamente le devolvió la mirada con una sonrisa en los ojos. Las mejillas se le incendiaron, esquivó esos ojos profundos y con cierta incomodidad se volteó para observar el inminente atardecer.

La velocidad del charter, la oscuridad dentro y fuera del vehículo, el cansancio por el primer día de trabajo, el perfume que emanaba la butaca, el maduro y atractivo chofer que le sonreía desde el espejo retrovisor... la excitaban.

Para su sorpresa, podía sentir en el cuerpo los movimientos, sutiles o no, del gigante rodado como movimientos propios. Las frenadas suaves, los arranques, cada pase de cambios, cada aceleración, cada curva, cada levísimo cambio en el andar del charter le repercutían en el cuerpo. Los sentía como propios. Sentía como si el chofer la estuviese conduciendo a ella en lugar del autobus. Volvió a cerrar los ojos para hundirse en la profundidad de sensaciones que le despertaban aquel viaje. La velocidad se incrementaba, la vibración sutil se le colaba por entre las ropas, se sintió de pronto parte de esa mole de metales, combustible, gases, relojes. Era ella quien se confundía con el resto de autos en la  concurrida autopista. Era su viaje.


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