Capítulo XVIII: Infierno privado.
Y le
robaremos la llave a aquel incauto, insensato olvido de heridas grabadas en los
huesos.
Y nos
esparciremos las cenizas de aquella que ya no es, por el territorio de las
lineas de caras, estupefactas.
Y
llegaremos a casa una fría noche de invierno, nos descalzaremos para
cerciorarnos de que seguimos sintiendo, aún, algo debajo nuestro.
Y nos
beberemos el vino buscando una ventana al cielo.
Nos
miraremos las manos, manchadas.
Se nos
aflojarán las rodillas, nos ahogará una honda pena en la garganta, espléndida,
rebosante de dolor.
Sentiremos
el picor en los ojos de las lágrimas que se amontonan para salir todas juntas,
agarradas unas a otras.
El estómago
se nos revolverá ante el recuerdo de aquel cuerpo violáceo en el piso de
aquella cocina, intacta tras el paso de la Muerte Dama.
La llama
azul danzante en una de las hornallas, nada que quemar, nada más por arder en
su picante calor.
La penumbra
cubriéndolo todo a su paso, ya nada más.
Mil
recuerdos se arremolinarán en nuestras diminutas mentes. Nada entenderemos de
ahí en más. Nada tendrá sentido. No entenderemos la risa de los niños, ni la
felicidad ajena, cuando apenas vamos arrastrando el peso del espanto detrás
nuestro.
Subiremos,
bajaremos escaleras. Saludaremos. Dormiremos. Comeremos. Contaremos anécdotas.
Seguiremos una vida insatisfecha e incompleta. Esperaremos que llamen a nuestro
número. Veremos marcharse a otros en el mientras tanto. Algunos lo esperarán
con ansias. Otros, lo temerán.
Y
volveremos a mirarnos en el espejo sin poder reconocernos.
Y diremos
nuestro nombre, sin pensarlo. Nos convertiremos en zombies autómatas, en entes.
Volveremos
a aquel lugar donde alguna vez reímos hasta las lágrimas, y nos costará
entenderlo.
Nos
serviremos un vaso de alcohol hasta el tope, lo beberemos todo en tres o cuatro
grandes tragos, y aún así el ardor en el pecho será nada comparado al dolor del
corazón.
Gritaremos
escupiendo sangre. Golpearemos paredes hasta destrozarnos las manos, y nada
será semejante al pozo negro en el que ha caído nuestra alma.
Nos
arrancaremos los ojos, la piel, la voz. Nada quedará de nosotros.
Nos
hundiremos, infinitamente, en el hoyo profundo y oscuro de nuestro propio
infierno.
Todo esto es para mí, el duelo.
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