domingo, 27 de septiembre de 2020

Eclipse de lunas. Capítulo III: Dr. Rubinstein.

Capítulo III:Dr. Rubinstein.



Una semana después de acostarse con Martín, Dita concurrió a su cita con el Dr. Rubinstein como hace cada miércoles de los últimos dos años. El consultorio del terapeuta está en el antiguo caserón que Rubinstein tiene en Belgrano. A Dita le encanta recostarse en el diván que da al ventanal con vista a la calle. Es mullido, suave, cómodo.

 

—¿Cómo está? —le preguntó Rubinstein mientras se acomodaba en su gran sillón ergonómico de cuero negro.

—Bien. Estoy bien.

—¿Algo de lo que quiera hablar hoy? ¿Le pasó algo interesante durante esta semana? —Rubinstein ya había encontrado en su gran tablet el archivo de su paciente con el registro de todas sus anotaciones sesión por sesión.

—Hummm... no, nada—respondió Dita con la mirada fija en un punto invisible en la calle. Desde su ubicación podía observar los jardines y patios de las casas vecinas del otro lado de la calle. Un perro callejero olfateaba la vereda de enfrente persiguiendo el rastro, tal vez, de un bocado que saciara su hambre —En realidad sí quiero hablar de algo—exclamó sorpresivamente—quiero hablar de Martín—El terapeuta levantó la vista para observar a Dita que seguía con la vista clavada en algún sitio del exterior, pero Rubinstein sabía que en realidad su concentración estaba enfocada hurgando pensamientos en el fondo de su mente.

—¿Quién es Martín? —preguntó el hombre con curiosidad —Nunca lo había mencionado antes que yo recuerde.

—Martín es nuevo—respondió Dita volviendo la vista hacia el terapeuta y con una sonrisa que le iluminó el rostro por completo.

—Y... ¿de dónde salió este tal Martín?—preguntó Rubinstein mientras tipeaba el nombre Martín en su tablet.

— Lo conocí en un sitio de contactos.

—Ah... como los otros...—comentó el terapeuta.

—Sí, como todos los demás, pero éste es diferente.

—¿Qué lo hace diferente?

—Martín es profundo, complejo.

—¿Ya hubo sexo entre ustedes?

—¿Ya? —preguntó Dita levantando un poco la voz al tiempo que se le arqueaba una ceja como un signo de interrogación.

—Sí. ¿Ya hubo sexo entre usted y este tal Martín? —insistió Rubinstein.

—Sí.

—¿Y?

—Maravilloso. 

—¿Qué más?

—¿Qué pasa doctor? ¿Quiere que le dé detalles?

—Solo si usted lo encuentra necesario... como en otras ocasiones con otros hombres con los que mantuvo relaciones sexuales.

—¡Touché! —respondió Dita con una sonrisa sarcástica.

—¿Qué tal este Martín en la cama? ¿Qué edad tiene? ¿Es dotado? —preguntó el terapeuta.

—Muy bien todo y no voy a entrar en detalles—respondió ella convencida de que tal interrogatorio por parte de Rubinstein no era más que una provocación montada más que un interrogatorio real —Martín es apenas unos meses mayor que yo y por lo demás no tengo reproches por su miembro y el uso que hizo de él dentro de mí—contestó con simpatía.

—Bien. ¿De qué quiere hablar sobre Martín entonces? Sabemos que es profundo y complejo, ¿qué más?

—Es inquietante.

—Siga. Cuénteme qué la inquieta de Martín, por favor.

—Bueno —suspiró— Martín es complejo, habla con metáforas, analogías; habla desde el discernimiento entre lo correcto del pensamiento crítico y lo inmoral en los hechos concretos. Martín entiende y sabe lo que es el amor heroico porque lo conoce y hasta me atrevo a decir que en más de una ocasión lo habrá sabido llevar a cabo. Martín sabe de amores no correspondidos y penas perpetuas, eternas, sinfín. Él como pocos conoce el dolor, el sufrir, la agonía de perder lo que se quiere en el aquí y ahora de los tiempos y aún así reconoce que el amor legítimo es el que deja libre al ser amado, el que deja libre por siempre corriendo el riesgo de pagar con el olvido tal libertad—los ojos de Dita se inundaron de tristeza—, el precio más alto que una persona pueda llegar a pagar, incluso, el precio del desprecio.

—¿Cuándo vuelve a encontrarse con Martín? —preguntó intrigado Rubinstein.

—No lo sé. Nadie lo sabe.

—¿Por qué dice eso?

—Porque Martín desapareció.

—¿Cómo lo sabe?

—Hace una semana que no sé absolutamente nada de él. Es el precio, doctor, es el precio. —Dita volvió a quedarse quieta, hundida en sus propios pensamientos con la mirada fija en algún punto del otro lado de la calle....

No hay comentarios:

Publicar un comentario