domingo, 27 de septiembre de 2020

Eclipse de lunas. Capítulo VII: Hipocresía beneficiosa.

Capítulo VII: Hipocresía beneficiosa.



El Dr. Isaac Rubinstein abre el archivo de su paciente luego de dos meses de intervalo, la mira por encima de los lentes y le pregunta con calidez en la voz.

—¿Cómo está? ¿De qué desea conversar?

—Estoy muy bien, ¿usted? ¿Cómo está usted hoy? —le pregunta interesada en la respuesta de su terapeuta.

—Estoy bien, gracias por su interés. Dígame de qué quiere hablar hoy, por favor.

—Quiero hablar de la hipocresía.

—¿Hipocresía de alguien en particular o como una idea conceptual?

—Sí, de la hipocresía en general, de la gente, de todos, de nosotros, de la suya, de la mía, de la hipocresía cultural si quiere.

—¿En qué sentido?

—De la hipocresía de que nos importa lo que le sucede al otro, mientras que no es más que un gesto artificioso que sabemos que a la larga nos redituará en algún beneficio.

—Como por ejemplo ¿preguntándome cómo estoy hoy?

—Exacto, esa es una de las tantas formas que toma la hipocresía.

—Bueno, demostrar interés por el otro es parte del protocolo de convivencia.

—De conveniencia, si me permite corregirlo.

—¿Lo que usted hace es por conveniencia exclusivamente?

—Últimamente empiezo a creer que sí, que efectivamente lo que hago, en gran parte, es porque me conviene hacerlo.

—¿Podría ser más explícita por favor?

—Claro. Preguntar por la salud de alguien que no vemos con frecuencia, o por su situación sentimental, o por sus afectos, o por lo que sea es un acto de hipocresía en sí mismo. Si pregunto por esos temas, hago pensar al otro que realmente me interesa saber, conocer su situación hace que me gane su estima, aunque no me interese en lo más mínimo.

—Se describe a sí misma como un ser frío, egoísta, y sinceramente no creo que usted sea en absoluto de esa manera. ¿Qué intenta demostrar?

—Algunas veces acepto invitaciones a tomar algo de hombres, a veces a cenar, y me terminan contando cosas que realmente no me interesa saber. Por no resultar descortés, ni maleducada, los escucho con una atención fingida hasta les pregunto sobre sus vidas , aunque no me interese en lo más mínimo conocer los detalles de sus miserias, ni de sus fracasos sentimentales, ni de sus abandonos, ni de sus desencantos, y sin embargo, sigo aceptando esas citas sabiendo de antemano que va a llegar el momento en que se me desdibujará la sonrisa de los labios cuando comiencen a contarme el cuentito de una vida llena de pesares, de miedos, de pasados traumatizantes que nada tienen que ver conmigo, y ahí me quedo, observándolos revivir el sufrimiento de un abandono inevitable, cantado de antemano.

 —¿Cuánto placer le da ver al otro narrando cuestiones tan desagradables? Creo que debemos tomar ese camino para entender lo que está sucediéndole.

 —¿Placer?

 —Sí, placer. ¿Identifica una actitud morbosa en el indagar sobre las penas ajenas?

—No lo había pensado antes pero sí, creo que tal vez me haga sentir mejor persona saber que hay otros que la pasaron realmente mal. O tal vez, saber que otros sufrieron mucho, minimice mi propio dolor.

—¿Qué más? ¿qué piensa? —le preguntó Rubinstein inclinándose levemente hacia adelante con notoria curiosidad.

—Creo que me conviene para mi propio beneficio saber que otros sufrieron más que yo y que me cuenten sus desgracias me hace sentir libre.

—¿Libre?

—Sí, me libera. Que otros me cuenten sus males hace que yo me olvide de los míos. ¿Entiende ahora doctor? El beneficio de la hipocresía.

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