domingo, 27 de septiembre de 2020

Eclipse de lunas. Capítulo XIII: Dita (re) descubre a Martín.

 Capítulo XIII: Dita (re) descubre a Martín.

 


La puerta de entrada del caserón de Belgrano se abrió tras un sonido metálico. La cara de Rubinstein se asomó amable con una sonrisa. Dita entró y estrechó una mano a su terapeuta, se recostó plácida en el diván frente al gran ventanal hacia la calle, dejó la cartera a un costado junto a su cuerpo.

─ ¿Cómo está? ─preguntó Rubinstein mientras servía café en un diminuto pocillo blanco.

─Bien.

─Mis condolencias. Supe lo de su hermano, y lo de su hermana─ expresó Rubinstein mientras le alcanzaba el platito con el pocillo de café, amargo.

─Gracias. ─ Dita sorbió apenas el café humeante. Al cabo de unos minutos y con la mirada fija en el celeste cristalino que contemplaba a través de la ventana se recompuso y exclamó: ─ ¡Apareció Martín! ─con notable ánimo de cambiar de tema.

─ ¿Martín? Recuérdeme quién es Martín, por favor ─Rubinstein encendió su Tablet con la intención de rastrear aquel nombre en el historial de su paciente.

─Martín es aquel que un día conocí y con el que supe recuperar mi esencia, en aquel momento creí haber reencontrado mi ser. Le hablé de Martín doctor. Busque en sus archivos. Martín es un hombre de cabello enrulado, de pelo en el pecho, de profundidades abstractas, Martín es el hombre que me habló de amor heroico. ¿Lo encontró? Si no lo ubica le cuento que lo busqué y lo encontré.

─ ¿Por qué recurrió a Martín?

─ ¿Por qué no?

─ ¿Para qué lo buscó?

─Lo busqué porque sí.

─Esa es una respuesta infantil, permítame decirle.

─Lo sé. Y tampoco me importa. Necesitaba reencontrarme con Martín. Subirme a su locura genial. Necesitaba volar con él. Martín me transporta a otro estado.

─ ¿Necesita a Martín para evadirse, acaso? ─punzó el terapeuta sagaz.

─No. No me evado con él sino todo lo contrario, me reencuentro. Martín es un enlace a mi esencia. ─Dita terminó el café y dejó el pocillo en su platito en una mesa junto al diván.

─ ¿Cómo fue su reencuentro con Martín, entonces?

─Inesperado.

─Creí entender que lo había convocado, ─se excusó el terapeuta.

─Y sí, lo busqué yo. Le escribí un correo diciéndole que quería verlo y él me respondió que también quería un encuentro y entre idas y venidas de correos, logramos vernos. Coincidir con Martín no es tan sencillo, doctor.

─ ¿Por qué?

─Porque tiene sus tiempos.

─Y usted los suyos, como todo el mundo. ¿Por qué cree que los tiempos de Martín son particularmente complejos?

─Bueno, no lo sé exactamente. Sé bastante poco de él ahora que lo analizo con usted.

Dita volvió la mirada hacia el ventanal abierto que daba hacia un cielo profundamente celeste. 

─ ¿Volverán a verse? ─indagó Rubinstein.

─Eso espero─ contestó Dita sin dejar de contemplar el cielo desde la ventana.

Camino a casa, mientras conducía su auto, evocó en las profundidades de sus recuerdos, sus charlas con Martín. Hubiese preferido conocerlo en otro momento de su vida, lamentó.

Si tan solo sus caminos se hubiesen cruzado más temprano, sin tantas heridas sin sanar. Estacionó el auto en la calle y entró a su casa. Se descalzó al tiempo que dejaba su cartera colgada en el perchero junto a la puerta de entrada. Abrió la heladera y se sirvió una copa de vino blanco, frío.

Las gatas corrieron a recibirla y se acomodaron en el sofá junto a ella. La soledad en aquel momento, aquella maravillosa y predecible quietud la invitaban a reflexionar en lo que sentía entonces.

Bebió un largo sorbo de la bebida y pensó en que se merecía alguien que la observara como si tuviese el mundo entero a sus pies, que no le correspondía menos que aquel dispuesto a escucharla con toda la atención del mundo y que recordara con perfecto detalle sus comentarios más reflexivos.

Sintió que valía lo suficiente como para que un hombre tuviese el coraje de abrazarla antes de que ella misma sintiera desfallecer por penas o profundas tristezas.

No debería aceptar menos que un hombre dispuesto a hablarle desde el corazón abierto con palabras puras y sinceras. Ella era lo suficientemente valiosa para tener a su lado un hombre íntegro, con honor, un caballero capaz de quitarse la capa en una reverencia tras su paso. Ella merecía un hombre de amor heroico, aun cuando no fuese alguien como Martín.

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