Capítulo XIII: Dita (re) descubre a Martín.
La puerta de entrada del caserón de Belgrano se abrió tras un
sonido metálico. La cara de Rubinstein se asomó amable con una sonrisa. Dita entró
y estrechó una mano a su terapeuta, se recostó plácida en el diván frente al
gran ventanal hacia la calle, dejó la cartera a un costado junto a su cuerpo.
─ ¿Cómo está?
─preguntó Rubinstein mientras servía café en un diminuto pocillo blanco.
─Bien.
─Mis
condolencias. Supe lo de su hermano, y lo de su hermana─ expresó Rubinstein
mientras le alcanzaba el platito con el pocillo de café, amargo.
─Gracias. ─ Dita sorbió apenas el café humeante. Al cabo de unos minutos y con la mirada fija en el celeste cristalino que contemplaba a través de la ventana se recompuso y exclamó: ─ ¡Apareció Martín! ─con notable ánimo de cambiar de tema.
─ ¿Martín?
Recuérdeme quién es Martín, por favor ─Rubinstein encendió su Tablet con la
intención de rastrear aquel nombre en el historial de su paciente.
─Martín es
aquel que un día conocí y con el que supe recuperar mi esencia, en aquel
momento creí haber reencontrado mi ser. Le hablé de Martín doctor. Busque en
sus archivos. Martín es un hombre de cabello enrulado, de pelo en el pecho, de
profundidades abstractas, Martín es el hombre que me habló de amor heroico. ¿Lo
encontró? Si no lo ubica le cuento que lo busqué y lo encontré.
─ ¿Por qué
recurrió a Martín?
─ ¿Por qué
no?
─ ¿Para qué
lo buscó?
─Lo busqué
porque sí.
─Esa es una
respuesta infantil, permítame decirle.
─Lo sé. Y
tampoco me importa. Necesitaba reencontrarme con Martín. Subirme a su locura
genial. Necesitaba volar con él. Martín me transporta a otro estado.
─ ¿Necesita
a Martín para evadirse, acaso? ─punzó el terapeuta sagaz.
─No. No me
evado con él sino todo lo contrario, me reencuentro. Martín es un enlace a mi
esencia. ─Dita terminó el café y dejó el pocillo en su platito en una mesa
junto al diván.
─ ¿Cómo fue
su reencuentro con Martín, entonces?
─Inesperado.
─Creí
entender que lo había convocado, ─se excusó el terapeuta.
─Y sí, lo
busqué yo. Le escribí un correo diciéndole que quería verlo y él me respondió
que también quería un encuentro y entre idas y venidas de correos, logramos
vernos. Coincidir con Martín no es tan sencillo, doctor.
─ ¿Por qué?
─Porque
tiene sus tiempos.
─Y usted
los suyos, como todo el mundo. ¿Por qué cree que los tiempos de Martín son
particularmente complejos?
─Bueno, no lo sé exactamente. Sé bastante poco de él ahora que lo analizo con usted.
Dita volvió la mirada hacia el ventanal abierto que daba hacia un cielo profundamente celeste.
─ ¿Volverán
a verse? ─indagó Rubinstein.
─Eso espero─ contestó Dita sin dejar de contemplar el cielo desde la ventana.
Camino a casa, mientras conducía su auto, evocó en las profundidades de sus recuerdos, sus charlas con Martín. Hubiese preferido conocerlo en otro momento de su vida, lamentó.
Si tan solo
sus caminos se hubiesen cruzado más temprano, sin tantas heridas sin sanar.
Estacionó el auto en la calle y entró a su casa. Se descalzó al tiempo que
dejaba su cartera colgada en el perchero junto a la puerta de entrada. Abrió la
heladera y se sirvió una copa de vino blanco, frío.
Las gatas
corrieron a recibirla y se acomodaron en el sofá junto a ella. La soledad en
aquel momento, aquella maravillosa y predecible quietud la invitaban a
reflexionar en lo que sentía entonces.
Bebió un largo sorbo de la bebida y pensó en que se merecía alguien que la observara como si tuviese el mundo entero a sus pies, que no le correspondía menos que aquel dispuesto a escucharla con toda la atención del mundo y que recordara con perfecto detalle sus comentarios más reflexivos.
Sintió que
valía lo suficiente como para que un hombre tuviese el coraje de abrazarla
antes de que ella misma sintiera desfallecer por penas o profundas tristezas.
No debería
aceptar menos que un hombre dispuesto a hablarle desde el corazón abierto con
palabras puras y sinceras. Ella era lo suficientemente valiosa para tener a su
lado un hombre íntegro, con honor, un caballero capaz de quitarse la capa en
una reverencia tras su paso. Ella merecía un hombre de amor heroico, aun cuando
no fuese alguien como Martín.
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