lunes, 24 de diciembre de 2012

CAPÍTULO 24: Dar por nada a cambio.



Octubre 1999. CABA
Llegó puntualmente a la cita de cada sábado en sus provocadores y ajustados jeans a la clase de las 14hrs. Terminaron la clase a las 16. Él preparó los gin tonic en la cocina mientras ella elegía un CD para poner en el gran equipo de audio.






Él se sentó en el sofá azul mientras ella seguía parada junto al equipo con el trago en una mano y un CD en la otra. Sin darse cuenta ella había comenzado a bailar al ritmo de Santana al tiempo que leía en silencio la contratapa del CD Supernatural editado en junio de ese mismo año. La observaba en silencio. Fumaba un Chesterfield.
A Polaco le favorecía el corte de cabello corto, aunque ya le había crecido hasta los hombros. Subida en aquellos altos zapatos de plataforma de charol blanco la vio particularmente estilizada. No parecía tan baja. Los jeans ajustados dejaban a la vista la forma de ese hermoso culo redondo en forma de corazón. Llevaba puesta una remera ajustada, como siempre; era blanca y tenía pequeños brillantitos de strass diseminados formando rosas en el frente.
Sorbió un trago largo de su gin tonic, lo había preparado particularmente fuerte; el alcohol lo estremeció un momento cuando pasó por su tráquea. Dejó el vaso sobre la mesa ratona, acercó el inmenso cenicero redondo de vidrio y se recostó cómodamente en el sofá. En silencio cada tanto cruzaban miradas que se decían todo. La encontraba tan puramente joven. Aniñada con sus gestos de caprichosa o cuando montaba en cólera por sus repentinos celos. Lamentó saber que la perdería. No sabía con exactitud la fecha de vencimiento de aquella relación pero cada día resultaba más evidente que faltaba menos para el fin. El próximo 31 de diciembre cumplirían el primer aniversario y aún no tenía la certeza de que efectivamente llegarían a esa fecha juntos.
Le parecía ya un exceso de su suerte que aún no lo hubiese abandonado, tirado con sus firmes ideas sobre la farsa e hipocresía de la sociedad, con los casamientos para mostrar las felicidades descartables de cartón pintado, la mentira de la familia tipo para tapar las angustias de la insatisfacción personal, la gran carga de los padres sobre los hijos y viceversa llegado el momento. La observaba a la distancia y le veía tanto potencial para ser lo que quisiese pero no para atarse a nadie, y menos para encadenarse a una familia que no le garantizaría la plenitud que se merecía.
Ella lo observaba por instantes, tendido perezoso mirándola desde el fondo de sus profundos ojos verdes. Le resultaba tan atractivo, y más atractivo le resultaba en ese momento en el que no se decían nada pero que de tanto en tanto se desnudaban mutuamente sin prejuicios ni pudor.
Polaco dejó el CD sobre el equipo de audio y el vaso en la mesa ratona. Contoneándose al son de las cuerdas vibrantes de Santana se fue quitando la remera blanca. Se quedó solo con el corpiño de algodón blanco que resaltaba sus tetas jóvenes y tersas. Se quitó el jean y se quedó ahora solo con la tanga blanca. Recuperó su gin tonic y siguió bailando como si nada. Así era Polaco. Así.