domingo, 20 de abril de 2014

"Amo a aquellos capaces de sonreír en mitad de los problemas". Da Vinci

"La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte". Da Vinci

"Si es posible, debe hacerse reír hasta a los muertos". Da Vinci

"He sido un hombre afortunado en la vida: nada me resultó fácil". S. Freud

"Fumar es indispensable si no se tiene a nadie a quien besar". S. Freud

"Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo". S. Freud

"A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa." Carl Sagan

"Tener o no un final feliz depende de dónde decidas detener la historia". Orson Welles

"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar." J. L. Borges

"Me pregunto si la identidad personal consiste precisamente en la posesión de ciertos recuerdos que nunca se olvidan" J. L. Borges

"La palabra más soez y la carta más grosera son más educadas que el silencio". Nietzsche

“¿Quién dice que se nos murió todo cuando se nos quebraron los ojos? Todo despertó, todo comenzó.” Paul Celan

sábado, 19 de abril de 2014

"Te sigo buscando cada día, en cada nuevo hombre. Pero nadie consigue igualarte. Todos son mejores que tú." Inés Grau

"Los une todo, incluso la distancia." Camila Bonfigli

"Yo soy las alas con que huyes de mi." Manuel Scorza.

"Es curioso que cada vez que toco el cielo, sea con tus manos." Rosa Tamés

"Frente a frente decidieron separarse. Y se alejaron tanto que, sin querer, al tiempo, se tocaron sus espaldas." Dani Rovira

"Él le había puesto tres puntos suspensivos a la historia... Ella borró dos." Mónica Lira

"Todos sus puntos eran débiles, si era él quien los tocaba." Claudia López

"Porque no hay nada más bonito que los intentos del océano por besar la arena, sin importar cuántas veces le alejen de ella." Pablo Argüelles

"Y mientras la abrazaba pensó: "esto va a terminar mal". Pero no por eso la soltó, ni dejó de abrazarla." Mariano Dema

"Por culpa de su memoria de pez, se seguía enamorando de ella cada tres segundos." Dani Rovira

"Él la miraba dormir, pero no sabía quién de los dos estaba soñando." Pablo Victoria

"El reloj miente —le dijo. No dura lo mismo una hora contigo que una hora sin ti." Mónica Pérez Melgar

Amor 77, Julio Cortázar

“Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.”

Página asesina, Julio Cortázar

En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las 3 de la tarde, muere.

"La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones." Juan José Arreola

"Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello." Gabriel Jiménez Eman

"El último hombre sobre la Tierra estaba sentado en una habitación. Llamaron a la puerta." Fredric Brown

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí” Augusto Monterroso

«Vendo zapatos de bebé, sin usar» Ernest Hemingway

"Sacar provecho de un buen consejo exige más sabiduría que darlo." COLLINS, John Ch.

Paul Auster en BA, Abril 2014.

http://www.unsam.edu.ar/auster/



jueves, 17 de abril de 2014

"No llores porque ya se terminó... sonríe, porque sucedió"

El escritor colombiano recién fallecido, Gabriel García Márquez, no sólo vislumbraba por su excelsa escritura y su aportación periodística, sino también por sus grandes frases.
Muchas de ellas son recordadas en la cultura general, aquí te traemos una selección de la mejor de ellas:

Personales:

-"Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor".
- "No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió".
-"El cuerpo humano no está hecho para los años que uno podría vivir".
-"Nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie ni seré nadie más que uno de los 16 hijos del telegrafista de Aracataca".
-"Me siento extranjero en todas partes menos en el Caribe".
-"Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez".
-"Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía".
-"La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener".

Literatura:

-"Yo nunca me he cansado de decir que 'Cien años de soledad' no es más que un vallenato de trescientas cincuenta páginas".
-"Pedro Páramo es para mí, si no la mejor, si no la más larga, si no la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en la lengua castellana".
-"El deber revolucionario de un escritor es escribir bien".

Periodismo:

-"El periodismo es la profesión que más se parece al boxeo, con la ventaja que siempre gana la máquina y la desventaja de que no se permite tirar la toalla".
-"El poder es sin duda la expresión más alta de la ambición y la voluntad del ser humano, y que por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria".
-"Para los europeos América del Sur es un hombre de bigotes, con una guitarra y con un revólver".
-"Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra".


Leer más:  Las mejores frases de Gabo, "No llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió" - eleconomistaamerica.mx  http://www.eleconomistaamerica.mx/cultura-eAm-mx/noticias/5714760/04/14/Las-mejores-frases-de-Gabo-No-llores-porque-ya-se-termino-sonrie-porque-sucedio.html#Kku8Wp8eYPLieILt

"En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias." INGERSOLL, Robert

martes, 15 de abril de 2014

Diálogo.

[5:23:58 PM] ditastonehenge: nadie tiene ninguna certeza con respecto a nada
[5:24:08 PM] Joaquin: eso es una certeza, no?

lunes, 14 de abril de 2014

sábado, 5 de abril de 2014

The time: Marina Abramović and Ulay


Marina Abramović y Ulay tuvieron una apasionada relación amorosa en la década de los 70's.

Separarse no es dejar de amar, y no siempre sabemos si lo hacemos por las razones adecuadas.
Marina Abramović y Ulay tuvieron una apasionada relación amorosa en la década de los 70's. Cuando sintieron que se extinguía, hicieron un pacto: recorrerían la Muralla China, cada quién desde un extremo para encontrarse en el centro, darse un fuerte abrazo y no volver a verse.
Muchos años después ella expuso en el MoMa y presentó 'el artista está presente'.
Como parte de la exhibición, ella se sentaría un minuto en silencio mirando a los ojos de quien quisiera sentarse frente a ella. Observa lo que pasó cuando sorpresivamente, él se sentó frente a ella.

Vincent, un corto realizado por Tim Burton con la voz de Vincent Price.


Corazón delator, de Edgar Allan Poe en la magnífica interpretación de Vincent Price.


El Cuervo de Edgar Allan Poe con la maravillosa interpretación de Vincent Price.


martes, 1 de abril de 2014

Hoja en blanco..., de DitaStonehenge

Y allí estaba él, tan plácido leyendo su libro de cuentos. Estaba como todos los días, sentado en el primer escalón de la entrada a su casa, majestuosa e imponente, como él mismo.
Yo lo he estado espiando desde que tengo memoria. Todas las tardes, de tres a cinco mi vida gira en torno a la de él. Fui testigo de su crecimiento. Aprendí a reconocer en su entrecejo sus expresiones de alegría, tristeza, angustia e incluso, desesperación...
Cada tarde mi vecino llegaba a la escalera de su casa, puntualmente, con un grueso libro bajo el brazo; y permanecía allí, leyendo ininterrumpidamente por dos horas, que para mí eran el espectáculo más sereno y sensual que pudiese hallar. Sus manos firmes tomando el tomo, abriéndolo lentamente y con el cuidado propio de los coleccionistas, cuando manipulan delicadas piezas añejas y únicas, comenzaba a leer...
Yo seguía cada movimiento con muchísima atención, ya que no podía perdérmelo. Cada vez que torneaba una nueva página, sus ojos buscaban inquietos el hilo del relato. Su cabellera al viento y esos anteojos tan ridículos le daban un aire de lunático. Pero de todos modos, siempre me resultaba tremendamente atractivo.
Esa tarde era como cualquier otra. Él llegó con su libraco, se acomodó en el escalón y buscó la posición más cómoda. Apoyó su espalda sobre una de las columnas laterales de la gran casona. Todo alrededor de él era de un verde pasto tierno y húmedo. Las sombras dibujaban figuras extrañas sobre el césped. Eran caballos alados con guirnaldas en las orejas, o una dama regando un árbol, a veces yo podía distinguir, desde mi posición plenamente estratégica, una pareja de amantes haciéndolo recostados.
Mientras yo veía esas figuras que adornaban su jardín infinito, él se hallaba totalmente absorbido en su lectura. De pronto se hicieron la cinco otra vez, mañana nos reencontraremos mi amor.
Esta tarde el sol está más brillante que nunca... me he puesto mi vestido favorito y después de una noche de calor sofocante, he decidido entrar a su jardín. No sé qué haré una vez dentro; pero no me importa. No puedo soportar más este deseo que me quema por dentro. Hace diez largos años que hacemos esta parodia y ya me cansé de amarlo sin saber cómo sabe su sudor... no aguanto más. Es esta tarde.
Él llegó como siempre a las tres en punto. Se sentó en la esquina de la escalera, apoyándose en la columna derecha del umbral. Tomó el libraco con las dos manos, miró la tapa, y lo abrió muy lentamente. Corrió el señalador y lo colocó al final. Yo me trepé por la medianera y salté a su jardín, no hice ningún ruido. Tal como me lo había imaginado. Él no se dio cuenta de que había un intruso en su morada y continuó compenetrado con su lectura. Me acomodé el vestido, me limpié las sandalias y me acomodé el cabello. Ya estaba lista para acercármele. Tal como tantas noches lo había soñado.
Fui muy cautelosa en no hacer el menor ruido, quería así poder llegar a él y tocarlo por detrás. Di la vuelta a la mansión y subí por la escalinata trasera. Él estaba en la del frente y no se imaginaba siquiera la sorpresa que le esperaba. ¡Por Dios, tantas veces lo había ensayado en sueños que no podía fallar ahora! La vida tiene la gran desventaja de no poder practicarse antes de vivirla... es como pretender probar los fuegos artificiales antes del evento... ¡un verdadero disparate! Es por esto que lo tenía todo planeado y pensado desde hacía ya años... casi diez años!
En sueños agoté todas las posibilidades...me imaginé que saldría corriendo espantado; o que se quedaría helado sin saber qué hacer; o que comenzaría a gritar pidiendo auxilio; e incluso, me imaginé que me correspondería con un beso... imaginé todas las posibilidades, así que, no me podía fallar ahora tanto tiempo de sueños.
Caminé por los pasillos que bordeaban la casa y llegué hasta el frente. Me quedé un rato mirándolo, recorriéndole el cuerpo con los ojos, muy lentamente, comiéndomelo así como estaba: distraído e inocente de su destino.
Me acerqué y me arrodillé a sus espaldas... las rocé levemente con la punta de mis dedos... y sentí el contorno de su espalda curva y fuerte. Aún no se ha dado cuenta de mi presencia... mejor! Así gano más tiempo para pensar el siguiente paso. Si ya llegué hasta aquí, tengo que saber muy bien qué es lo que sigue... pero no puedo pensar. ¡Por Dios! No puedo pensar!
¡El corazón se me va a salir!
Muy lentamente me pongo de frente a él y lo miro a los ojos. Él, en un instante, dejó caer su libro... por los escalones fue desarmándose hasta desplomarse mortalmente en el piso. Me tomó de las manos suavemente y se las colocó a ambos lados de la cara. Yo me solté con suavidad y le saqué los anteojos con ternura.
En un segundo los dos estábamos uno dentro del otro... sus ojos recorrieron mi cuerpo y me sentí desnuda y con ansia. Sin dejar de mirarlo a los ojos y en silencio, comencé a desabotonarle la camisa... él me fue ayudando lentamente. Sus manos eran tal como las había visto crecer... grandes y fuertes. Las venas se llenaban de sangre y se fueron poniendo cada vez más rosadas... mis manos también.
Poco a poco se fue desnudando, y entonces yo empecé a quitarme la ropa ahora. Debajo del vestido sólo llevaba puesto mi piel y mis deseos. Fuimos recorriéndonos con las manos muy lentamente hasta terminar acariciándonos los pies. Ambos desnudos, ahora, comenzamos a oler nuestros cuerpos agitados.
Sus manos tenían mi cabeza con firmeza y su boca buscó desesperada la mía. Nos besamos muy despacio pero profundamente... su lengua recorrió y dibujó la mía, dejándome un sabor muy dulce en los labios.
En un impulso, se puso de pie y me dio la mano para ayudarme a pararme... y así lo hice mirándolo a los ojos... casi sin pestañear... era como si estuviese tratando de grabar cada movimiento, cada suspiro, cada roce de nuestras pieles a cada segundo...
Me alzó con sus brazos como si no le pesara absolutamente nada y me llevó dentro de la casa... adentro había un enorme sofá blanco donde me puso muy suavemente... él se quedó un instante arrodillado al pie del sofá, contemplándome desnuda y acalorada... de pronto me tomó las manos y se las puso en la cabeza mientras recorría con su boca mis muslos temblorosos... yo no podía más que olvidarme de todo lo que me había imaginado... esta realidad era muchísimo mejor!
Lentamente me fue abriendo las piernas y besó mi sexo, que ya estaba absolutamente húmedo y abierto... recorrió cada centímetro de mi interior con su lengua inundada de éxtasis y deseo.
Al cabo de unos minutos era yo quien lo estaba recorriendo con mis labios... introduje todo su miembro en mi boca y lo mojé hasta que se pusiera totalmente tieso y enorme... lo besé una y otra vez hasta que con un gemido me pidió que me detuviera... y así lo hice, pero solo para continuar con más dedicación...
Cuando no podía aguantar más, me tomó por la cintura y me recostó sobre unos almohadones que se hallaban sobre la alfombra del gran living... sobre ellos me recostó y se me abalanzó sin darme tiempo a nada...
Me abrió las piernas y besándome como nunca nadie lo había hecho antes... se metió dentro de mi... entero y despacio... sus besos me quemaban pero me hacían pedirle más... y le pedí más y más y más...

Son las tres y ahí aparece con su libraco bajo el brazo. Hoy podrá leer tranquilo ... no corre mucho viento... ¿cómo se llamará?
 
FIN

Ansia, de DitaStonehenge

Era una noche sofocante y húmeda en Buenos Aires... y la vieja casona transpiraba hastío y soledad. Entre sus paredes desoladas se hallaban escondidas las fantasías de Dita, su espíritu no encontraba descanso y seguía vagando tras la búsqueda de un amor perdido y correspondido.
Dita había sido una hermosa joven, voluptuosa y vivaz... que tras una larga y agonizante enfermedad, se dejó arrastrar por una ingrata muerte temprana. Dita, antes de morir, nunca había tenido la oportunidad de amar y de ser amada, y por ello su alma vagaba perdida por la ciudad en busca de un compañero.

Aquella noche era como tantas otras... las maderas crujientes del caserón inquietaban a los roedores que, remolones, holgazaneaban en recónditos pasadizos de la posada. Dita caminaba solitaria y pensativa en los pasillos de su mansión... su vestido -que flotaba espectralmente, tal como ella misma...-, dejaba al descubierto sus pechos blancos y ansiosos por estallar...

La luz de la luna invadía la casa y la iluminaba, devolviéndole los colores que una vez le habían pertenecido... Dita esta muy sola y muy triste...

Sentada en la baranda del balcón que adornaba su terraza... Dita solía observar la ciudad nocturna y, en especial, aquella calle muerta dónde los amantes iban a entregarse a la pasión... Dita soñaba con poder ser ella alguna vez, la protagonista de tan apasionados e intensos momentos de goce.

Y esa noche, aquel anhelo se hizo realidad para Dita.

Un joven, recién llegado a Buenos Aires, se detuvo frente a las rejas que salvaguardaban la casona de la joven. Él era solamente un joven... pero para Dita, él significaba mucho más que eso.

Dita se quedó observándolo extasiada... le gustó. Le encantó. La cautivó. La excitó.

El joven no tenía dónde pasar la noche; y para su fortuna, decidió violar la entrada desvencijada de la casa, para hacerse un refugio dónde pasar la noche y seguir viaje durante el día...

Dita lo dejó entrar... reprimiendo sus deseos de acercársele para sentir el perfume de su cuerpo...
Él llevaba puesto unos jeans y una camiseta que dejaba revelar un torso fuerte e impresionante... su espalda, su abdomen, su altura, su porte ... todo él lo mostraba joven, muy joven... aunque vigoroso, masculino y desarrollado.

Una vez dentro, el muchacho dejó sus cosas en el suelo del gran salón y decidió inspeccionar la gran mansión abandonada ... subió por las escaleras y contempló, desde la planta alta, la vista fenomenal que se le ofrecía ante sus ojos... la luna entraba por los inmensos ventanales y pintaba con haces azules las paredes descoloridas...

Dita lo observaba detenidamente desde la altura de los techos, desde la enorme araña que colgaba pesadamente sobre el fastuoso salón.

Después de un rato, el muchacho encontró un cuarto vacío donde pasar la noche. En él había una cama de hierro muy antigua con un colchón y algunas telas que lo cubría. Era el lugar perfecto para descansar y reponer energías para seguir viaje, pensó el joven –inocente de su destino-.

En un minuto bajó al salón a buscar sus cosas y regresó al cuarto elegido... tiró su bolso al suelo; se sacó la camiseta y el calzado, y se recostó en la cama torpemente...
Dita era invisible a sus ojos pero no lo era, a sus sentidos.
Era hermoso... Dita se sentía extasiada ante tanta masculinidad....

El hombre, que tenía en su propio cuarto, era tal como había imaginado a su tan esperado príncipe...
Alto, robusto, fuerte, un mechón de cabello le cubría parte de la frente... su nariz recta y esos labios carnosos y blandos, que invitaban al beso, eran todo lo que Dita necesitaba para sentirse ardiente y fogosa; y viva.

El sueño aprisionó al chico en un trance profundo, llevándolo a un estado de total indefensión... a lo que la joven aprovechó para hacer realidad sus más perversas fantasías.
Dita se le acercó y se colocó junto a él... mientras con una mano lo recorría muy lentamente, con los ojos fue recorriéndolo palmo a palmo.
Muy suave y con gran ternura, la muchacha comenzó a acariciar el bulto que el joven portaba con dignidad... su mano se deslizaba muy lenta... lo que provocó que éste cuerpo se endureciera gradualmente pero con vigor. A lo que la joven, sonrió con satisfacción.

Con esa misma dedicación y ternura comenzó a besar el pecho firme del indefenso forastero... en un atinado momento, la joven se colocó encima de su víctima con sus piernas abiertas, una de cada lado y entregando su sexo intacto al roce de aquel delicioso bulto.
Muy despacio pero con firmeza, Dita comenzó a moverse ondulante encima de él y con cada movimiento provocaba mayor excitación y placer a su compañero inconsciente.
Esto se prolongó por extenuantes minutos para que el muchacho la tomara por la cintura por sorpresa y la diera vuelta sobre la cama...
No estaba previsto que el joven despertara de su sueño... pero esto a Dita no le molestó, sino que por el contrario, la complació aún mucho más... ¡qué mejor que un amante despierto y en sus cabales para entregarse de lleno y con total dominio de sí.!

El joven la miró a los ojos y le arrebató el débil vestido que la cubría por momentos... al tiempo que se despojaba brutalmente de sus jeans...
Dita contempló embriagada la dimensión del miembro que se le ofrecía... era enorme y tremendamente grueso... el joven de pronto, comenzó a besarla en el cuello, en las mejillas mientras le introducía rítmicamente su masculinidad....
La besaba incansablemente penetrándola doblemente... por abajo y por arriba con una lengua que también la llenaba y la recorría....

Sus bocas se fundían y se mojaban... sus labios chorreaban saliva y sus lenguas hinchadas se lamían enteras... mientras el miembro de él seguía desapareciendo en la humedad de ella.
Las piernas de la joven estaban completamente abiertas y buscaron apoyo a los lados.
La pierna derecha encontró sitio en el marco de la ventana mientras que la izquierda decidió descansar sobre una pila de almohadones en el otro lado.
El sexo de la joven estaba completamente abierto y el extraño podía ver con plenitud cómo los labios de la chica se abrían y se achicaban al paso del trozo que él le refregaba dentro....
Estaban absolutamente calientes y desbordaban placer... en un instante el muchacho decidió ir más allá e introdujo un dedo dentro del siguiente orificio que halló.... Dita era doblemente penetrada y estaba absolutamente fascinada por ello...

Cuando por fin ambos acabaron exhaustos y llenos de sí... Dita expiró junto a un tremendo orgasmo, que hizo vibrar hasta las paredes más sólidas de su antigua morada.., al tiempo que su amante se vaciaba en ella,... su semen iba acompañado por un lamento letal pero magnífico.

Ambos perecieron ... pero juntos emprendieron un viaje hacia la inmortalidad del goce eterno.

Fin

Jungla interior, de DitaStonehenge


 El jardín es inmenso. A lo lejos se distinguen árboles ancestrales, con brazos retorcidos y arrugados por la edad. El césped oscuro asemeja una mullida alfombra, aunque fría. Flores multicolores enmarcan el cuadro impresionista, junto a piedras enormes que encierran exóticas plantas. El rocío del atardecer le da un brillo particular a todo. 

Dita bebe de a ratos su taza de café, observando a través del ventanal. El living es grande y cálido. El frío empañó los vidrios dejando solo un círculo en el medio de los recortes de las ventanas, por donde Dita espía hacia el exterior. El hogar crispa de tanto en tanto y la perturba, por momentos, retrotrayéndola de nuevo a la realidad. Sentada en un amplio y cálido sofá, la joven revisa el jardín y es transportada a otro mundo, aquel de ensueño. Cierra los ojos y sigue viéndolo en su mente. Lo distingue claro y abierto. Las ramas de los árboles se mueven, llamándola. Unos dedos largos y puntiagudos intentan pellizcar el vidrio hasta romperlo. Tras el boquete se meten hasta llegar a ella…

Sobresaltada abre los ojos y ve que el jardín sigue ahí, con vida inmóvil excepto por el viento y algún que otro pájaro perdido o caprichoso. La ventana persiste intacta.

Cierra los ojos, absorbe el aroma del café y otra vez ve la mano de madera que va a buscarla. Esta vez se cuela por el agujero hasta llegar a ella. La punta de lo que parecen ser dedos le rozan la cara… Dita esta vez se deja acariciar… un índice largo le corre el mechón de pelo que se le cae en la cara. Otra rama le quita la taza de café y la deja sobre una de las mesitas que hay en ambos lados del mueble. Una mano gigantesca la levanta liviana mientras la joven duerme y se sueña entre flores y paisajes de fantasía. Cubierta en un vestido largo y principesco, Dita descansa en las manos de un ser que desconoce pero al que se entrega sin voluntad.

Las manos ahora atraviesan la ventana rota y la llevan al corazón del jardín. En el medio hay un pozo de agua de piedra viejo y seco. Una tremenda araña tejió una suerte de tapa de seda. Con gotitas de rocío, la magnífica tela parece tornasolada y brillante. La rama la deja caer en la red y Dita cae al fondo del tremendo hoyo hacia la nada. Envuelta en un capullo arácnido desciende rápidamente y cae en un torrente subterráneo que la lleva hacia un río. Asfixiada, empapada y aturdida llega a la salida que desemboca en una profunda catarata. Desde las alturas Dita se siente flotar. De pronto cae pesada en un lago transparente. A estas alturas las telas que la cubrían se deshacen dejándola desnuda en el agua. 

Dita observa hacia la costa y ve juncos blancos y amarillos que se asoman para ayudarla a salir. Nada hacia ellos y los aferra fuertemente. Logra apoyarse en las piedras del fondo que se le acercaron para auxiliarla a hacer pie. 

Ahora, con los cabellos mojados y el cuerpo erizado de frío trata de buscar algo con qué abrigarse. Solo encuentra hojas, ramas y flores, entonces decide con ellas hacerse un atuendo que la haga entrar en calor y tape su desnudez. Con un par de grandes hojas finas y transparentes se cubre el torso y la espalda, con nervaduras logra ceñírselas al cuerpo y con espinosos tallos de rosas se peina los cabellos. Caminando por el medio del espeso bosque encuentra trozos de corteza que húmedos son blandos y le sirven de calzado. Con algunas tiritas de lianas se los ajusta a los pies y sigue su marcha hundiéndose aún más en el bosque… buscando otra vez el camino de regreso a casa.

DitaReversión, de DitaStonehenge


Dita camina sin rumbo, pero decidida. Piensa que el ir hacia adelante ya es un rumbo, inmediato, cercano, preciso. El cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante. Con las manos en los bolsillos del buzo oscuro, tiene un aire de marsupial.
Esta tarde el sol ni apareció, dándole a todo un aspecto como plano, sin sombras. Hay como una bruma de claridad, que hace que el día parezca mas frío de lo que realmente es. En el grisor del cielo no se distingue ni una nube, aumentando la sensación de tristeza. Esto venia pensando Dita unas cuadras atrás, y preguntándose el por que, sin interesarse mucho en la respuesta.
Dita camina, con la mirada más o menos absorta en las regularidades o irregularidades de las baldosas, mirando apenas unos metros adelante de ella. Por un momento, el frío, colándose por su cuello, la estremece perceptiblemente. Mientras cruza una calle, percibe una vez más este ambiente de día nublado, extrañamente solitario. Entre sus pensamientos, un poco vagos, se pregunta si será por la hora del día, o por ser la tarde tan desapacible y fría. Apenas ve el barrio, de amplias veredas, por donde camina.


Hay paraísos al borde de las calles, con sus hojas casi todas caídas, amarillas, entre el pasto. En un momento de su caminar, Dita recordó, brevemente, estos mismos paraísos en primavera, y el perfume de sus flores que impregnaba el barrio. Una racha de viento hace volar los montoncitos de hojas del piso. Vuelan unos pasos mas adelante, en toda la cuadra.


En un jardín, un perro, tras las rejas, la mira pasar, indiferente. Dita, también indiferente, posa unos segundos su mirada en él. La mirada de Dita parece vacía hoy, al pensar, o meditar, acerca de ese rumbo que sigue, un poco apuradamente, y que no sabe donde la lleva.
Cruzando una vereda, tal vez más descuidada que las demás, Dita sale por unos instantes de su ensimismamiento para patear un montículo de hojas, que alguien amontonó, y se olvido de barrer. Las hojas amarillas y marrones se esparcen. Una sonrisa espontánea se asoma a su cara, para, enseguida que se hace conciente, convertirse en una mueca, y disolverse.



Una cuadra mas adelante, el muchacho camina lo que ahora es una brisa helada y continua. Un poco encorvado, la cabeza inclinada, los labios apretados bajo la bufanda. Una y otra vez piensa en las palabras que acaba de cruzar con su padre, por teléfono. Palabras insustanciales, acerca del trabajo, pero que, por alguna razón que él desconoce, se quedaron dando vueltas ahí, en su mente. A veces, el ruido del viento en sus orejas, o algún detalle que rompe la monotonía de este barrio que recorre, cansinamente, lo distrae. Pero enseguida cae en el recuerdo de las palabras, los sonidos de las palabras de la conversación por teléfono. Alto y desgarbado, las manos en los bolsillos del pantalón, apenas se le ve la cara que se asoma debajo del gorro de lana, por un lado, y de la bufanda, por el otro.



Dita camina y respira, a un ritmo que se le antoja marcial. Su pelo, apenas largo y castaño, se mueve con un leve vaivén, que de a ratos, el viento desacompasa. Ahora piensa, con una cierta angustia, en ese rumbo que sigue, y que se va como desatando a su paso. Mientras camina, mirando las baldosas unos metros delante, piensa en las analogías entre ese camino que siente desatándose, y el perderse. Un levísimo gesto de contrariedad se transluce en su cara, en sus hombros y en sus manos.
Trata, o imagina tratar, de tomar las palabras delicadamente, en su pensamiento, sin dejar que desarrollen sus significados. Las imagina claras y tenues, apenas con una ligera sustancia. Pensando, y perdiéndose en estos pensamientos, se va relajando. Sus manos crispadas se aflojan y caen en el fondo de los bolsillos de su buzo oscuro, que le da un aire de marsupial. 


Un viento repentino y fuerte, agita ramas y árboles alrededor. Empuja a Dita hacia adelante, apurando su ritmo unos pasos. Dita se alarma brevemente, por el ruido de las hojas, y sale de su ensimismamiento. Mira a su alrededor, conciente de que hace ya un cierto tiempo que camina mirando solo la vereda, un poco mas adelante de ella. Apenas unos pasos mas allá, una persona camina en su dirección, mirando hacia abajo, evidentemente sin verla.


El joven viene moviendo apenas los labios debajo de la gruesa bufanda, hablando consigo mismo, repitiendo y cambiando las palabras que había cruzado con su padre. Convirtiendo en afirmaciones las preguntas que le había hecho y de las que conoce muy bien las respuestas. Los puños apretados en los bolsillos del pantalón de pronto se van aflojando cuando sus pensamientos llegan al clímax de la conversación, ahora vacía y sin sentido.

El paso duro y seco sobre la vereda comienza a golpear y retumbarle en la cabeza. Algo similar le sucede a él. Ambos siguen la marcha continua hacia el otro. A metros de distancia, aún no se ven, aunque sí se presienten a medida que se van acercando. Dita levanta la vista y lo ve. A casi media cuadra de distancia lo mira. Alcanza a distinguir los rasgos que permanecen al descubierto. Cuanto las distancias más se achican, mejor puede examinarlo, como en una película que avanza cuadro por cuadro. Ahora ve mejor. Las cejas oscuras y espesas apenas se asoman por debajo del gorro. La nariz recta se asoma en el intento de poder respirar bajo la húmeda y cálida bufanda. Bajo el abrigo Dita puede adivinar un cuerpo delgado y fuerte. Alto, un poco inclinado hacia delante, encorvado de frío tal vez. Con los músculos apretados para resistirle a las borrascas que pasan fugazmente por los costados. Las hojitas doradas de los agonizantes paraísos se abren dejándolo pasar hacia ella.

La mira, a medida que se acerca. Y de a poco desacelera la marcha sin quitarle los ojos de encima. La ve menuda, no muy alta pero atractiva. La halla algo pálida, con labios carnosos y entreabiertos. Las manos escondidas en el buzo oscuro le dan cierto aire de marsupial. El pelo no muy largo se encapricha pararse rebelde a los costados de la cara. Los ojos tristes lo miran, y siente como lo recorren entero. Siente cómo esa mirada le oprime el cuerpo. Ya de frente uno del otro, ambos se detienen.

En silencio, a centímetros, el joven pierde el hilo de lo que venía pensando y absorbido por la imagen de Dita, le dedica toda su atención. Otra vez las manos en los bolsillos se hunden en el fondo, buscando lugar de apoyo donde quedarse, quietas. La tarde va de a poco desapareciendo entre ellos y la bruma clara va perdiendo nitidez. El atardecer se adelanta, pesado, apurado por una noche, que esta vez, se antoja molesta.

Entre ambos hay cierto enlace que los deja inmóviles, recorriéndose y detenidos en el tiempo. Dita recuerda un momento de la infancia en la que jugando en una plaza perdió de vista por una fracción de segundo a su madre, que la estaba mirando a lo lejos sentada en un viejo banco junto a un árbol. De repente no vio más el árbol que la guiaba a su madre. Así se siente Dita. Perdió, no sabe exactamente en qué momento, el referente que la guiaba a alguna parte. 

Detenidos sin explicación uno frente al otro… esperan. Dita duda en un instante qué hacer, aunque internamente siente un deseo terrible de tocar al muchacho que inmutable se detuvo frente a ella. Sin sacar las manos de los bolsillos de su buzo, mira hacia ambos lados de la vereda y no ve más que unos perros lejanos oliendo montículos de hojas y oliéndose entre ellos. Nadie es testigo, más que esa tarde agonizante a punto de convertirse en pesada bruma oscura. El joven titubea por un instante y se decide por hablar, decir algo, todavía no resuelto pero algo…“… disculpame pero la calle Aranguren…?” ;”… este… hola, ¿podrías indicarme la calle Aranguren?” ; “hola, disculpame, estoy buscando la calle Aranguren… ¿no sabes si estoy muy lejos?...” ; pero a pesar de lo ensayado dice: “hola, soy aranguren”. Dita lo mira extrañada y sólo sonríe un instante con una mueca de cierto desconcierto. 

-no, disculpá… no soy Aranguren… mi nombre es… mi nombre es…-, y cierra los ojos;- esperá un segundo…- y comienza a hurgar en su mente huellas de su propia identidad. Impaciente, confundido y avergonzado esquiva la mirada de Dita mientras se esfuerza en recordar… sin sacar nunca las manos de los bolsillos.

-… mi nombre es Dita; dice la joven sin importarle, o tal vez sin darse cuenta, de lo tormentoso que puede resultar ser, no saber quién es uno mismo.

Mientras más intenta recordar su nombre, más desconcertada parece Dita, que no distingue si todo es un ardid para llamar su atención o en verdad el muchacho está naufragando en una súbita amnesia. En un escape de tensión, Dita comienza a reír. Nerviosa y confundida… mientras el muchacho paralizado, con la mirada clavada en el suelo y ya con una mano en la frente, aprieta la mente para que caiga de golpe su nombre. En un gesto de tremendo dolor se pone ambas manos en la cintura y se quiebra hacia delante… casi vencido por el agotador esfuerzo. Débil se tambalea y busca apoyo sobre un viejo paraíso encorvado. Ahora Dita se da cuenta de lo verdadero de la situación y lo ayuda a incorporarse lentamente sosteniéndolo con firmeza de un brazo. Al tenerlo apretado del brazo, nota la tensión de los músculos, que igual bajo el abrigo se notan fuertes. Apoyándolo de espaldas contra el árbol, Dita le baja un poco la bufanda para verle la cara. Al hacerlo descubre una boca entreabierta, seca y con una mueca extraña, como a punto de decir algo, pero es solo eso, una mueca de estar a punto de decir algo.

Con lágrimas en los ojos el joven se tapa la cara con las manos y se saca de golpe el gorro que llevaba puesto. Pareciera que de pronto un calor sofocante le estuviese quitando el aire, lo estuviese ahogando de golpe. Agitado, nervioso y asfixiado mira a la pequeña joven que tiene delante de él, que lo mira aturdida y angustiada. Respira profundamente. Levanta los ojos y mira el horizonte donde el sol permanece oculto, solo dejando ver apenas unos haces de luces anaranjadas y a lo lejos. Luego del brote sofocante, otra vez el frío invade al mareado muchacho que se estremece por un momento. Mira alrededor y vuelve a ponerse el gorro; se sube la bufanda hasta la nariz y vuelve a poner las manos en los bolsillos del pantalón, encorvándose de nuevo como si así pudiese evitar que el frío se filtre por el tejido de sus ropas.

Dita decide entonces tomarlo del brazo y echarse a andar junto a él. Ya no importa quién es, de dónde salió ni hacia dónde va. Sólo le importa acompañarlo… 

Y ambos caminan juntos. Él con ambas manos en los bolsillos. Ella con un brazo apoyado sobre el de él y la otra mano escondida en el buzo oscuro que le da un aire de marsupial.

La Piedra, de DitaStonehenge


Con ambas manos a los costados del cuerpo, los ojos abiertos mirando las sombras dibujadas en el techo. Un hormigueo comienza a subírsele por la rodilla hasta llegar a la cara interna del muslo derecho. El pelo muerto sobre la almohada dura, un mechón de pelo le tapa apenas un ojo, aunque no parece molestar. Los músculos de los brazos cada tanto tiemblan, tal vez por el cansancio de un día tremendamente agotador. Los pies le duelen, tanto que no puede siquiera sacarse los zapatos. Una vena en el cuello, la yugular, late rítmicamente… Y por fin respira… llenándose los pulmones de aire para vaciarlos nuevamente.
Visto en perspectiva parece el velorio de alguien que no tuvo en su vida ni un perro que lo llorara. Pero no lo es. 

De repente cierra los ojos y comienza a ver puntitos azules en el medio de la oscuridad. Un punto blanco brillante se centra en la nada. Dentro de él se abre un agujero y queda hecho un aro plateado y hueco, que luego se parte y forma un ocho blanco y resplandeciente. El número comienza a girar y se transforma en un círculo centellante. Blanco. Puro. Perfecto. Enceguecedor. Una bola blanca. Se arrima y se aleja. Gira sobre sí misma y desaparece convirtiéndose en decenas de puntitos azules. 

Se aproxima la medianoche y el estómago reclama comida con retortijones callados. Un dolor agudo se clava en el vientre pero pronto desaparece. Abre los ojos, todavía ve los puntitos azules diseminados por toda la habitación. Le cuesta hacer foco pero al cabo de un minuto logra ver la mesa. La ventana deja entrar la luz de una luna llena y blanda, algo amarillenta se le antoja. 

Arriba de la mesa hay un pedazo de pan duro. Habrá estado allí por varios días. No lo recuerda. Ahora sí se da cuenta de lo entumecida que tiene la pierna derecha. Con dolor intenta mover la pierna dormida, al hacerlo siente millones de hormigas coloradas picándole toda la pierna, desde la ingle hasta la punta de cada dedo de los pies. Una lágrima se le asoma, pero resiste el dolor. 

Lentamente se incorpora y se sienta en la cama, con los hombros doloridos y encorvados. Los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, con las palmas hacia arriba le asemejan a un simio retardado, en una jaula extraña. La ropa desacomodada. El cabello despeinado. La mirada perdida. Los labios secos y entreabiertos. El maquillaje corrido. El relleno del corpiño se le escapa por encima del pecho, plano. 

Se mira las manos y ve que ha perdido una uña de plástico. No logra recordar cuándo. Se mira las manos de nuevo, y las ve imperfectas y enormes. Huesudas y venosas. Flacas pero fuertes. Las asemeja a las de su padre, cuando las vio entrelazadas sobre su pecho el día de su funeral. El recuerdo trajo un escalofrío que le rozó la espalda.

Al mirar hacia la ventana, se da cuenta que falta un pedazo de vidrio, con forma de estrella. En el ángulo superior derecho. Nunca antes lo había notado. Un agujero como los que dejan las piedras al abrirse paso. Mirando el boquete imagina el recorrido que habría seguido el proyectil que pudo haberlo abierto. Para su sorpresa, lo encuentra. A tres metros de distancia, sobre el suelo, hay una piedra deforme y terracota, con algunas puntas filosas. En algunas de esas puntas se ven manchitas oscuras, también en el suelo. Es sangre.

Un líquido frío comienza a bajarle por el mechón de pelo que le cubre un ojo, no parece molestar. Toca el mechón, lo nota en partes endurecido. Sube con los dedos hacia un costado de la cabeza. Tiene el pelo algo mojado. Sigue inspeccionando hasta que un agudo dolor le parte el cráneo en dos que lo tira de espaldas sobre la cama. Aún con una mano sobre un costado de la cabeza. Tiene sangre en todo el pelo. En partes sigue saliéndosele apenas, y en partes, ya se le coaguló. 

No recuerda el golpe, no recuerda el desvanecimiento. Sólo recuerda el dolor. Saca el algodón que lleva dentro del soutien de lúrex y se lo pone en la herida. El algodón enseguida se impregna en un olor metálico y sanguinolento. Está herido. Otra noche sin trabajar. Sosteniéndose el algodón con una mano, se levanta de la cama, abre las colchas, se saca como puede los tacones, se desprende la minifalda de cuero, se saca el corpiño y el resto del relleno, también el aplique pegoteado en el pelo.

Desnudo, cansado, ensangrentado, se acuesta en la cama. Mira las sombras dibujadas en el techo y entrelaza lentamente los dedos flacos, y huesudos, sobre su pecho, plano. Cierra los ojos y espera que aparezcan los puntitos azules…

Tacones negros cuadrados, de DitaStonehenge


Con sólo mirarlo a los ojos supe que era él. Se me acercó despacio pero con paso firme y decidido, sin tiempo a que reaccionara me tomó enérgicamente de un brazo y me condujo rápido a un cuarto justo al lado de los ascensores. Sin soltarme tanteó en la pared la llave de la luz y una lamparita iluminó la habitación. Me arrojó a una silla para que me sentara, y horrorizada obedecí torpe tratando de volverme el cabello a su lugar. Se apoyó en un escritorio y encendió un cigarrillo sin quitarme esos ojos de encima, instintivamente junté las piernas y me acomodé la falda, tratando de disimular mi temblor.
- ¿Qué hacés acá?
- Nada, s…solo vine a buscar las llaves del auto… que me olvidé en la oficina… no sabía…que…,- dije con una voz que no reconocí en mi misma.
- Mirá, olvidate de lo que viste. Vos a mi no me conoces, ¿entendiste, nena?
- Sí… entiendo…- dije, bajando la mirada al piso… casi en un hilo agudo de voz… 
…con miedo a que me lastimara de nuevo, todavía sentía la presión de sus dedos en el brazo. Hubo un letargo en el aire y comencé a sentir que me faltaba el aire, miré alrededor y no encontré ninguna ventilación a la vista. De repente tiró el cigarrillo a medio terminar al piso y se marchó dando un portazo. Reconocí las llaves en el bolsillo derecho de mi abrigo, allí estaban, por suerte.

Camino a casa, no podía sacarme esa imagen de la mente. Esos hombres de espaldas me tapaban la cara de la mujer, pero pude verle las piernas extendidas en el piso. La estaban violando sin darse cuenta que alguien los estaba espiando desde la puerta. ¿Por qué debí volver? ¿Acaso debía ver esa escena? ¿Quién habrá sido esa pobre mujer? Por un momento sentí miedo de lo que podría pasar al día siguiente, cuando volviera a la oficina. Pero bueno, la suerte ya estaba echada. Yo tenía que ver eso, por alguna razón el destino quiso que fuera así.

Al llegar a casa noté que la puerta estaba entornada. Alguien entró. Sin pensarlo bajé rápidamente del auto y entré corriendo al living, encendí las luces y encontré todo revuelto. Me habían robado. Siempre había tenido pesadillas que algún día encontraría mi casa así, desvalijada. Desde los meses que había estado viviendo en ese barrio de mala muerte, el miedo a que esto sucediera nunca me había abandonado. Entré a la habitación y metí todo lo que encontré a mi paso en bolsas de plástico. Eran apenas un par de prendas que los ladrones no pudieron, o tal vez no quisieron llevarse. Junté mis libros, unos platos, unos cuadritos y un par de cosas más. Entonces me di cuenta de lo poco que me quedaba. Como nunca dejo dinero en la casa, no pudieron llevarse nada de considerable valor. Terminé de embolsar mis últimas miserias y me fui dando un portazo que me repercutió en todo el cuerpo.

Así conduje hacia el centro, hasta un cajero automático, y saqué una suma considerable como para conseguir donde pasar la noche. Encontré una habitación en una humilde pero discreta pensión para señoritas. Al menos era algo mejor que pasar una noche más en aquella casa, y también sentí cierto alivio al pensar que tal vez esos hombres no me encontrarían tan fácilmente.

La habitación era pequeña, pero al menos tenía un televisor y un balcón que daba a la ciudad. Desde el tercer piso podía ver como las luces de las calles se asemejaban a las entrañas de un ser extraño. Tal como aquellos que habitan en las profundidades del frío océano, seres repugnantes con luces de lo más llamativas. Apoyada en la baranda encendí un cigarrillo y traté de poner en blanco mi mente, pero la imagen de esas piernas tratando de zafarse de sus agresores no me dejaba en paz. Necesitaba un trago, y bajé a caminar un poco, a pesar de la hora, del frío y de meterme en un lugar totalmente desconocido. Al llegar a la vereda frente a la pensión, traté de memorizar la numeración y el nombre de la calle. Me reconfortaba la idea de salir a distraerme. Mi espíritu inquieto siempre me empuja en los momentos más inesperados.

Caminé hacia el centro. La ciudad todavía latía vida. Eran ya cerca de las 2 de la madrugada, y grupos de jóvenes deambulaban por las calles, con risas y gritos se dejaban transportar por la noche. 

Encontré un barcito en una calle muerta. Luces azules señalaban la entrada hacia un sótano. Bajé las escaleras tratando de evitar tocar la baranda salpicada. Traspasé la puerta de madera y entré a un mundo paralelo. El lugar estaba prudentemente acondicionado a los años 50’. Había una ancestral rockolla en una de las esquinas y la música destilada de Billie Holiday salía de todas partes. Había parejas en los rincones más oscuros y las meseras vestidas en ceñidos trajes de colores estridentes le daban un aire exótico al lugar. Elegí sentarme en un taburete de la barra y pedí un simple gin tonic. El barman se me quedó mirando por unos segundos como si tratara de recordarme… para luego girar sobre sus talones a prepararme el trago, moviendo la cabeza con un tal vez “no, no puede ser ella”. 

Con el vaso en una mano y apoyando la cara en la otra, hice foco sobre el hielo que flotaba en el centro. Tanto me concentré que el recuerdo de las piernas que trataban de escaparse volvió a mi mente de nuevo. Tenían las pantimedias bajadas hasta las pantorrillas, y aún conservaban los zapatos negros de tacones cuadrados. Absorta en ese pensamiento me di cuenta que había comenzado a mirar los zapatos de las mujeres que se encontraban en ese lugar. Ninguno se parecía a esos de tacones cuadrados. Recordaba que uno de los abusadores, que estaba de espaldas a mí, tenía un tatuaje en la nuca, el dibujo se parecía a una serpiente enroscada a una especie de obelisco, o pene. De ahí en más comencé a mirar a cada hombre que estuviese de espaldas intentando encontrar a aquel, del tatuaje. Aunque aún sentía miedo de que me encontraran, algo en mí estaba decidido a encontrarlos primero. 

Terminé mi trago con un sorbo final y dejé el dinero debajo del vaso vacío. Tomé mi abrigo que intentaba hacer equilibrio en el diminuto respaldo del taburete y salí del lugar mirando el piso. Buscando alguna clave tal vez. Al atravesar la puerta unos pies de mujer con tacones cuadrados negros se me cruzaron al paso. Me di vuelta levantando la vista para volver a bajar rápidamente la mirada y buscar ese rastro nuevamente. Pero fue imposible. De repente vi decenas de pies yendo y viniendo sin cesar. En una fracción de segundo decidí dejar de lado el caso que comenzaba a morderme en la mente y subí la escalera que daba a la calle con una sensación de profundo desconsuelo. 

De camino a mi nuevo hogar, las imágenes de esas piernas y las de mi casa se fundían en mi pensamiento. Mi casa había sido tan violada como aquella mujer. Ambas habían sido penetradas y vaciadas. Mi casa de cosas materiales, y esa mujer… de paz.

Por momentos la noche me parecía muy fría y húmeda, y de a ratos un calor sofocante de tormento me hacía doler el cuerpo. Caminé incansablemente hasta la pensión, miré la hora… ya eran cerca de las 4 de la mañana. Me di cuenta que no tenía sueño ni ganas de cerrar los ojos. Reconocí esa sensación de angustia. Subí a mi habitación y cerré la puerta con todos los cerrojos que hallé. Me recosté vestida en la cama y me miré los zapatos… de tacones cuadrados.

Maldición, de DitaStonehenge


Noche de luna clara. Manto pesado de muerte lenta. 
Los portones, ya débiles, corroídos y oxidados aguardan el tacto de algún viajero desprevenido. Alertas, inmóviles y silenciosos se dejan entreabiertos, cual entrada abandonada al descuido. 
La luz desenfocada de un faro gira de a ratos e ilumina las lápidas del cementerio. 
Construcciones arquitectónicas exquisitamente dispuestas en hileras entrecruzadas. Un ave sin nombre, negro, apoya las garras en la cabeza de un niño ángel. 
La tierra está húmeda, - no sé si por el rocío de la madrugada o por qué-. 
Camino entre las tumbas sin mirar hacia atrás, la luz lejana de aquel faro es mi guía. Me conduce llevándome de la mano.
Camino lento, pesado, pero sin dejar rastro. Siento cargar las ropas sobre la piel. No sé si estoy débil o cansado. No sé hacia dónde me dirijo, sólo sé que tengo que seguir la luz.
El pájaro me sigue con los ojos entreabiertos, expectante a que no vuelva sobre él. 
Una bruma comenzó a levantarse lentamente, hace círculos definidos en el centro y dispersos a los lados. Giran lento, en espiral pero no avanzan más que a la altura de las cruces más altas.
Todavía conservo el anillo. Me alivia tenerlo puesto. 
Entonces no me desintegré. Estoy a tiempo de recuperar mi vida.
Escucho ruidos extraños alrededor. Quejidos. Lamentos. Llantos nauseabundos. Dolor hecho costra. 
Se me cayó la camisa que llevaba puesta, pero sigo caminando. Cada vez con mayor dificultad. 
Los zapatos me pesan toneladas, pero por fortuna- o no-, todavía los llevo puestos. 
La tierra se me hace blanda en cada tramo. La humedad está inundando el cementerio. El barro se me cuela por las costuras del zapato. 
La niebla se hizo más espesa. No puedo ver ya mi querida luz.
Giro como puedo para ver al ave negra. Sigue clavándome la mirada en la sien. 
¿No pude avanzar mucho más o acaso intenta engañarme manteniéndose tan cerca de mí?
Me confunde. 
El vapor se enmaraña entre las penas de las almas perdidas. 
El anillo comenzó a aflojárseme del dedo. Con esfuerzo logro cerrar a medias los nudillos para trabarlo allí.
Un líquido tibio y espeso comenzó a caerme de la nariz. Me llega a la comisura de la boca. Lo pruebo con asco. Dulce y metálico.
En un paso, perdí el otro zapato. No me veo los pies. Creo estar hundiéndome. 
Se me termina el tiempo. Ya no veo la luz del faro.
La bruma es tan espesa que no me deja ver nada más que un par de huecos profundos, dibujados en la cara del pájaro.
Lo tengo frente a mí. No vuela.
Quieto, frente mío.
Me acerca el pico puntiagudo.
El anillo se me resbaló hasta la yema del dedo.
No puedo detener su caída.
Es inevitable.
Caigo a la tierra. 
Me siento tragado.
El anillo retumba en mi cabeza mientras golpea contra mi lápida.
El líquido que me sale me cubrió por completo.
No siento nada.
Sin nada en mí.
Como la muerte.

Hoja en blanco, de DitaStonehenge

Y allí estaba él, tan plácido leyendo su libro de cuentos. Estaba como todos los días, sentado en el primer escalón de la entrada a su casa, majestuosa e imponente, como él mismo.
Yo lo he estado espiando desde que tengo memoria. Todas las tardes, de tres a cinco mi vida gira en torno a la de él. Fui testigo de su crecimiento. Aprendí a reconocer en su entrecejo sus expresiones de alegría, tristeza, angustia e incluso, desesperación...
Cada tarde mi vecino llegaba a la escalera de su casa, puntualmente, con un grueso libro bajo el brazo; y permanecía allí, leyendo ininterrumpidamente por dos horas, que para mí eran el espectáculo más sereno y sensual que pudiese hallar. Sus manos firmes tomando el tomo, abriéndolo lentamente y con el cuidado propio de los coleccionistas, cuando manipulan delicadas piezas añejas y únicas, comenzaba a leer...
Yo seguía cada movimiento con muchísima atención, ya que no podía perdérmelo. Cada vez que torneaba una nueva página, sus ojos buscaban inquietos el hilo del relato. Su cabellera al viento y esos anteojos tan ridículos le daban un aire de lunático. Pero de todos modos, siempre me resultaba tremendamente atractivo.
Esa tarde era como cualquier otra. Él llegó con su libraco, se acomodó en el escalón y buscó la posición más cómoda. Apoyó su espalda sobre una de las columnas laterales de la gran casona. Todo alrededor de él era de un verde pasto tierno y húmedo. Las sombras dibujaban figuras extrañas sobre el césped. Eran caballos alados con guirnaldas en las orejas, o una dama regando un árbol, a veces yo podía distinguir, desde mi posición plenamente estratégica, una pareja de amantes haciéndolo recostados.
Mientras yo veía esas figuras que adornaban su jardín infinito, él se hallaba totalmente absorbido en su lectura. De pronto se hicieron la cinco otra vez, mañana nos reencontraremos mi amor.
Esta tarde el sol está más brillante que nunca... me he puesto mi vestido favorito y después de una noche de calor sofocante, he decidido entrar a su jardín. No sé qué haré una vez dentro; pero no me importa. No puedo soportar más este deseo que me quema por dentro. Hace diez largos años que hacemos esta parodia y ya me cansé de amarlo sin saber cómo sabe su sudor... no aguanto más. Es esta tarde.
Él llegó como siempre a las tres en punto. Se sentó en la esquina de la escalera, apoyándose en la columna derecha del umbral. Tomó el libraco con las dos manos, miró la tapa, y lo abrió muy lentamente. Corrió el señalador y lo colocó al final. Yo me trepé por la medianera y salté a su jardín, no hice ningún ruido. Tal como me lo había imaginado. Él no se dio cuenta de que había un intruso en su morada y continuó compenetrado con su lectura. Me acomodé el vestido, me limpié las sandalias y me acomodé el cabello. Ya estaba lista para acercármele. Tal como tantas noches lo había soñado.
Fui muy cautelosa en no hacer el menor ruido, quería así poder llegar a él y tocarlo por detrás. Di la vuelta a la mansión y subí por la escalinata trasera. Él estaba en la del frente y no se imaginaba siquiera la sorpresa que le esperaba. ¡Por Dios, tantas veces lo había ensayado en sueños que no podía fallar ahora! La vida tiene la gran desventaja de no poder practicarse antes de vivirla... es como pretender probar los fuegos artificiales antes del evento... ¡un verdadero disparate! Es por esto que lo tenía todo planeado y pensado desde hacía ya años... casi diez años!
En sueños agoté todas las posibilidades...me imaginé que saldría corriendo espantado; o que se quedaría helado sin saber qué hacer; o que comenzaría a gritar pidiendo auxilio; e incluso, me imaginé que me correspondería con un beso... imaginé todas las posibilidades, así que, no me podía fallar ahora tanto tiempo de sueños.
Caminé por los pasillos que bordeaban la casa y llegué hasta el frente. Me quedé un rato mirándolo, recorriéndole el cuerpo con los ojos, muy lentamente, comiéndomelo así como estaba: distraído e inocente de su destino.
Me acerqué y me arrodillé a sus espaldas... las rocé levemente con la punta de mis dedos... y sentí el contorno de su espalda curva y fuerte. Aún no se ha dado cuenta de mi presencia... mejor! Así gano más tiempo para pensar el siguiente paso. Si ya llegué hasta aquí, tengo que saber muy bien qué es lo que sigue... pero no puedo pensar. ¡Por Dios! No puedo pensar!
¡El corazón se me va a salir!
Muy lentamente me pongo de frente a él y lo miro a los ojos. Él, en un instante, dejó caer su libro... por los escalones fue desarmándose hasta desplomarse mortalmente en el piso. Me tomó de las manos suavemente y se las colocó a ambos lados de la cara. Yo me solté con suavidad y le saqué los anteojos con ternura.
En un segundo los dos estábamos uno dentro del otro... sus ojos recorrieron mi cuerpo y me sentí desnuda y con ansia. Sin dejar de mirarlo a los ojos y en silencio, comencé a desabotonarle la camisa... él me fue ayudando lentamente. Sus manos eran tal como las había visto crecer... grandes y fuertes. Las venas se llenaban de sangre y se fueron poniendo cada vez más rosadas... mis manos también.
Poco a poco se fue desnudando, y entonces yo empecé a quitarme la ropa ahora. Debajo del vestido sólo llevaba puesto mi piel y mis deseos. Fuimos recorriéndonos con las manos muy lentamente hasta terminar acariciándonos los pies. Ambos desnudos, ahora, comenzamos a oler nuestros cuerpos agitados.
Sus manos tenían mi cabeza con firmeza y su boca buscó desesperada la mía. Nos besamos muy despacio pero profundamente... su lengua recorrió y dibujó la mía, dejándome un sabor muy dulce en los labios.
En un impulso, se puso de pie y me dio la mano para ayudarme a pararme... y así lo hice mirándolo a los ojos... casi sin pestañear... era como si estuviese tratando de grabar cada movimiento, cada suspiro, cada roce de nuestras pieles a cada segundo...
Me alzó con sus brazos como si no le pesara absolutamente nada y me llevó dentro de la casa... adentro había un enorme sofá blanco donde me puso muy suavemente... él se quedó un instante arrodillado al pie del sofá, contemplándome desnuda y acalorada... de pronto me tomó las manos y se las puso en la cabeza mientras recorría con su boca mis muslos temblorosos... yo no podía más que olvidarme de todo lo que me había imaginado... esta realidad era muchísimo mejor!
Lentamente me fue abriendo las piernas y besó mi sexo, que ya estaba absolutamente húmedo y abierto... recorrió cada centímetro de mi interior con su lengua inundada de éxtasis y deseo.
Al cabo de unos minutos era yo quien lo estaba recorriendo con mis labios... introduje todo su miembro en mi boca y lo mojé hasta que se pusiera totalmente tieso y enorme... lo besé una y otra vez hasta que con un gemido me pidió que me detuviera... y así lo hice, pero solo para continuar con más dedicación...
Cuando no podía aguantar más, me tomó por la cintura y me recostó sobre unos almohadones que se hallaban sobre la alfombra del gran living... sobre ellos me recostó y se me abalanzó sin darme tiempo a nada...
Me abrió las piernas y besándome como nunca nadie lo había hecho antes... se metió dentro de mi... entero y despacio... sus besos me quemaban pero me hacían pedirle más... y le pedí más y más y más...

Son las tres y ahí aparece con su libraco bajo el brazo. Hoy podrá leer tranquilo ... no corre mucho viento... ¿cómo se llamará?
fin