martes, 1 de abril de 2014

Jungla interior, de DitaStonehenge


 El jardín es inmenso. A lo lejos se distinguen árboles ancestrales, con brazos retorcidos y arrugados por la edad. El césped oscuro asemeja una mullida alfombra, aunque fría. Flores multicolores enmarcan el cuadro impresionista, junto a piedras enormes que encierran exóticas plantas. El rocío del atardecer le da un brillo particular a todo. 

Dita bebe de a ratos su taza de café, observando a través del ventanal. El living es grande y cálido. El frío empañó los vidrios dejando solo un círculo en el medio de los recortes de las ventanas, por donde Dita espía hacia el exterior. El hogar crispa de tanto en tanto y la perturba, por momentos, retrotrayéndola de nuevo a la realidad. Sentada en un amplio y cálido sofá, la joven revisa el jardín y es transportada a otro mundo, aquel de ensueño. Cierra los ojos y sigue viéndolo en su mente. Lo distingue claro y abierto. Las ramas de los árboles se mueven, llamándola. Unos dedos largos y puntiagudos intentan pellizcar el vidrio hasta romperlo. Tras el boquete se meten hasta llegar a ella…

Sobresaltada abre los ojos y ve que el jardín sigue ahí, con vida inmóvil excepto por el viento y algún que otro pájaro perdido o caprichoso. La ventana persiste intacta.

Cierra los ojos, absorbe el aroma del café y otra vez ve la mano de madera que va a buscarla. Esta vez se cuela por el agujero hasta llegar a ella. La punta de lo que parecen ser dedos le rozan la cara… Dita esta vez se deja acariciar… un índice largo le corre el mechón de pelo que se le cae en la cara. Otra rama le quita la taza de café y la deja sobre una de las mesitas que hay en ambos lados del mueble. Una mano gigantesca la levanta liviana mientras la joven duerme y se sueña entre flores y paisajes de fantasía. Cubierta en un vestido largo y principesco, Dita descansa en las manos de un ser que desconoce pero al que se entrega sin voluntad.

Las manos ahora atraviesan la ventana rota y la llevan al corazón del jardín. En el medio hay un pozo de agua de piedra viejo y seco. Una tremenda araña tejió una suerte de tapa de seda. Con gotitas de rocío, la magnífica tela parece tornasolada y brillante. La rama la deja caer en la red y Dita cae al fondo del tremendo hoyo hacia la nada. Envuelta en un capullo arácnido desciende rápidamente y cae en un torrente subterráneo que la lleva hacia un río. Asfixiada, empapada y aturdida llega a la salida que desemboca en una profunda catarata. Desde las alturas Dita se siente flotar. De pronto cae pesada en un lago transparente. A estas alturas las telas que la cubrían se deshacen dejándola desnuda en el agua. 

Dita observa hacia la costa y ve juncos blancos y amarillos que se asoman para ayudarla a salir. Nada hacia ellos y los aferra fuertemente. Logra apoyarse en las piedras del fondo que se le acercaron para auxiliarla a hacer pie. 

Ahora, con los cabellos mojados y el cuerpo erizado de frío trata de buscar algo con qué abrigarse. Solo encuentra hojas, ramas y flores, entonces decide con ellas hacerse un atuendo que la haga entrar en calor y tape su desnudez. Con un par de grandes hojas finas y transparentes se cubre el torso y la espalda, con nervaduras logra ceñírselas al cuerpo y con espinosos tallos de rosas se peina los cabellos. Caminando por el medio del espeso bosque encuentra trozos de corteza que húmedos son blandos y le sirven de calzado. Con algunas tiritas de lianas se los ajusta a los pies y sigue su marcha hundiéndose aún más en el bosque… buscando otra vez el camino de regreso a casa.

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