sábado, 21 de septiembre de 2013

Meditacciones ¡Feliz primavera?, de DitaStonehenge

Sábado 21 de septiembre de 2013. 
09:40 hrs.


Mientras tu hija duerme en posición fetal sobre la camilla de la guardia del hospital, vos le descubrís algunas manchitas de sangre, casi invisibles en la remera fucsia. Le había sangrado la nariz temprano a la mañana, como anoche, también.
Hace más de una hora que están en el consultorio vacío de la guardia. Tenés sueño, tenés hambre y tenés sed, pero lo que más te embarga ahora es la incertidumbre de lo que le sucederá a tu nena.
El día de la primavera empezó augurando un hermoso día de sol. Las jóvenes médicas de guardia hablan jocosas del otro lado de una de las puertas que tiene la habitación donde están ustedes. Podés oír que comen y beben lo que llevaron para el picnic dentro de la guardia.
Te duele el cuerpo por la posición que adoptaste al sentarte en la camilla donde duerme profundamente tu hija. No te atreviste a usar la silla del escritorio donde está la computadora de los médicos.
Finalmente te decidís por sentarte allí. 
Ya conocen la situación, las dos ya pasaron por el mismo lugar hace un poco más de un mes; y están ahí las dos solas, las dos juntas. Las dos unidas como desde el día en que tu hija fue concebida. Estás ahí sabiendo que tal vez la nena deba quedarse internada, como aquella otra vez, cuando le diagnosticaron Púrpura.

—¿Qué tengo?  

—Púrpura, tenés púrpura.

—¿Tengo un color?

—Sí, tenés un color que hace que tu cuerpo ataque las plaquetas de tu sangre. 

—Y ¿por qué tengo púrpura?

—No sabemos mi amor. Pudo haber sido un bichito, un virus o no sabemos qué... pero no te preocupes que vas a estar bien. Lo único que tenemos que hacer es cuidar de que no te golpees, ni te cortes, ni te lastimes porque tu sangre no hace cascarita como antes de que te enfermaras. 

—¿Me voy a curar algún día?

—Sí, un día te vas a curar. Pero para eso hay que tomar los remedios, y hacer todo lo que nos digan los doctores. Y cada tanto venir a que te revisen la sangre...

—¿Me van a pinchar?

—Sí.

—¿Y me va a doler mucho?

—No, es un pinchacito de mosquito, ni te vas a enterar. Te van a sacar un poquito de sangre y la van a poner en unos vidrios para mirarla por el microscopio y otra parte la van a analizar, no sé —le explicaste con total naturalidad a tu nena de cinco años cuando la internaron por primera vez.
Llega la doctora, luego de más de dos horas y media de espera, pidiéndote mil disculpas por la tardanza, y te dice que no es que se hubiese olvidado pero el laboratorio no enviaba los resultados. Vos le decís con calma que no se preocupe, que está bien. Ella te mira desconcertada porque no le recriminás que te tuvieron tanto tiempo ahí, como lo hubiese hecho cualquiera de los miles de padres que concurren a esa guardia cada mes.
Es entonces cuando tu hija se despierta y se da cuenta de que no había sido un sueño el viaje hasta el hospital, la revisión de la médica y acostarse en la camilla.
Vos le agarrás la mano con una sonrisa. La doctora te dice que el resultado del hemograma arrojó solamente dieciséis mil plaquetas. 
Vos ya sabés por la experiencia anterior que con menos de treinta mil los chicos se quedan internados. El resultado no te sorprende; habías advertido petequias (pequitas) rojas en el cuello, manos y piernas de la nena. Los síntomas visibles de la enfermedad ,que aprendiste a buscar y reconocer cuando te dieron el diagnóstico la primera vez. 
Te dice que esperes un rato más que te van a asignar una cama de internación y se va. Le agarrás las manos a tu hija y le decís risueña.

—¿Viste? ¡Nos dejan quedar en el hospital otra vez!— en el tono eufórico de un ganador de un premio mayor de lotería —ojalá esté la enfermera Melisa, así le pedimos la "pisa"...
—soltás con una carcajada.

Tu hija te mira sabiendo que estás montando una escena para amortiguar SU estadía en el hospital; es chiquita, pero procesa la información mejor que varios adultos juntos. No te dice nada, te mira a los ojos y dice: 

—Tengo miedo.

—No tengas miedo. Para que te cures tenemos que pasar por todo esto. Sé que es horrible, pero es la única manera de resolverlo. Enfrentando la situación. Cuando seas grande y yo de vieja esté sorda, las dos nos vamos a reír mucho de este momento.

—Tu hija esbozó una sonrisa cuando dijiste que de vieja serías sorda, lo pudo imaginar, tal vez.

La abrazás y se quedan así por un rato. 
Mientras la estrechás entre tus brazos recordás las palabras de la jefa de hematología del hospital, que casualmente fueron a ver el día anterior:

—¿Ustedes están juntos o separados?—les preguntó a marido y a vos. Vos estuviste a punto de decir que juntos pero con vidas separadas... —juntos, estamos juntos—dijiste finalmente.

—Bueno, entonces, el día de mañana cuando quieran tener otro hijo, ya saben que van a tener que seleccionar el semen que fertilizará el óvulo que fecundará otra criatura—entonces miró a los ojos a marido y le dijo:—el problema de la talasemia de la nena lo heredó de usted aunque la talasemia no tenga nada que ver con la púrpura, son dos enfermedades que afectan la sangre pero que se den en un mismo paciente es pura coincidencia... —y te callaste de decir que con marido no buscas, ni esperás tener más hijos... también callaste lo que pensaste sobre lo exacto que le cabría a marido el término de "mala leche".

 
 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Meditacciones, de DitaStonhenge

Domingo 15 de septiembre 2013, 9:20 hrs

Terminás de tomar el último mate y te levantás decidida a limpiar el baño a fondo. Odiás hacer los quehaceres de la casa pero si no lo hacés vos, nadie más lo hará. Te arremangas, respirás hondo y con el coraje obtenido te encerrás en el baño dispuesta a que quede inmaculado, como esos baños de las revistas de sanitarios y griferías.
Mientras tu hija de cinco años juega, en la mesa de la cocina, a que sabe escribir; vos querés empezar hoy mismo, ya mismo, con la limpieza de toda la casa. "Si un día se me ocurre dejarlo, quiero dejarle la casa mejor de lo que la encontré" pensás con dignidad. Creés que de a poco tenés que comenzar a llevar a la acción eso que venís mascullando desde hace mucho tiempo, desde antes, incluso, del nacimiento de tu hija. De tu hija, porque la nena es tuya. Siempre supiste que un día lo llegarías a dejar. La primera vez que se te ocurrió dejarlo fue al año de empezar la relación, allá por el 2005 se conocieron, en el 2006 hiciste bastante para cortar la relación pero con la confirmación del embarazo en el 2007, te replanteaste si era el momento de hacerlo. "Tal vez un hijo pueda llegar a cambiarlo, a convertirlo en alguien cariñoso, hasta tal vez llegue a ser un poco simpático y todo...", te auto convenciste. 
Entonces cada vez que ibas al obstetra, sola, y el muy cínico te preguntaba siempre si ese bebé que llevabas en el vientre tenía padre, vos le respondías ofendida con un "¡doctor, claro que este bebé tiene padre! " y el obstetra evaluando la veracidad o no de esa afirmación te preguntaba "¿por qué nunca la acompaña a las consultas? ¿Están separados? ¿Lo va a reconocer?"... vos sentías que esas palabras te cortaban en dos y te dejaban rebanada y sanguinolenta... pero lo mirabas fijo y le decías con amabilidad fingida que no, que no estaban separados, que simplemente el padre tenía un negocio y que no quería dejar a los empleados solos, y que no era tan grave que el padre no estuviera presente en los controles obstétricos. Entonces el muy cínico, el muy hijo de puta, con una sonrisa te explicada en un tono condescendiente que "sí, claro, comprendo. Bueno, tal vez algún día se anime y la acompañe. Dígale que sería una picardía perderse al menos un control para escuchar el corazoncito del bebé...
Y vos salías del consultorio profundamente lastimada.
Se te llenaron los ojos de lágrimas. Te duelen esos recuerdos de una maternidad solitaria. Por fortuna tus intentos por un segundo embarazo no dieron sus frutos. A tu edad te sería insoportable pasar otra vez por esos mismos cuestionamientos, responderías al insulto con el inocultable sarcasmo que siempre te ha caracterizado.
Terminaste de limpiar el inodoro, ahora seguís por la ducha. Te metés con las zapatillas y cerrás las mamparas. Tu hija abre una de las hojas y te pregunta si te vas a bañar vestida, le respondés que sí porque tenés frío. Las dos se ríen a viva voz por el chiste. Ella te despide como si se fuera a dar un largo viaje alrededor del mundo, te tira un beso a la distancia, desde el umbral de la puerta del baño. Le decís que se cuide y que te mande postales, entonces, regresa a la pequeña oficina que se ha inventado en la mesa de la cocina.
Volvés a cerrar la mampara del baño con una sonrisa franca en los labios. ¡Cómo amás a esa nena!, lo que serías capaz de hacer por ella no tiene nombre ni conoce límites. Por ella te quedaste con su padre, con "marido", como soles llamarlo.
Cuando te preguntan del porqué le decís "marido" y no tu marido no podés evitar explicarlo risueñamente. Porque es "marido". "Mi pareja es el estereotipo de todos los maridos que han existido y existirán sobre la tierra. Si hubiese un diccionario solo con imágenes, junto a la palabra MARIDO estaría la fotografía de él", explicás jocosa. Pero la verdadera razón por la que lo llamás así es porque no te sentís en pareja, no te sentís emparejada, nunca lo sentiste con él y prácticamente no creés haberlo sentido con ningún hombre jamás. 
Sabés que el grave error que cometiste siempre fue tu complejo de autosuficiencia, en el caso de que tal complejo exista; y al mismo tiempo lo que más deseas es sentirte protegida, contenida, escuchada, querida... ¿tan difícil es? te preguntaste mil veces hasta que te diste por vencida y aceptaste empezar una relación con futuro con "marido". En el fondo, intuitivamente, sabías que no era el mejor de todos los hombres con los que te relacionaste pero era el menos malo, el mal menor... Tal vez, de haber elegido a otro, estarías peor.
Peor sería tener que limpiar un baño ajeno.


viernes, 9 de agosto de 2013

Daft Punk Random Access Memories full album HD- Excelente disco para los mayores de 40. Un Lujo.

1. "Give Life Back to Music" (featuring Nile Rodgers) 00:00
2. "The Game of Love" 04:34
3. "Giorgio by Moroder" (featuring Giorgio Moroder) 09:57
4. "Within" (featuring Chilly Gonzales) 19:01
5. "Instant Crush" (featuring Julian Casablancas) 22:50
6. "Lose Yourself to Dance" (featuring Pharrell Williams and Nile Rodgers) 28:27
7. "Touch" (featuring Paul Williams) 34:23
8. "Get Lucky" (featuring Pharrell Williams and Nile Rodgers) 42:40
9. "Beyond" 48:51
10. "Motherboard" 53:40
11. "Fragments of Time" (featuring Todd Edwards) 59:22
12. "Doin' It Right" (featuring Panda Bear) 1:04:02
13. "Contact" (featuring DJ Falcon) 1:08:14

Falling Deeper. Anathema. 2013. Album completo. (Bello)

Album: Falling Deeper
Band: Anathema
Genre: Progressive rock, New prog, Symphonic rock
Year: 2011

List of songs:
0:01 1.Crestfallen
3:07 2.Sleep in Sanity
6:45 3.Kingdom
11:02 4.They Die
13:16 5.Everwake
16:21 6.J'ai fai une promesse
20:40 7.Alone
27:50 8.We the Gods
30:52 9.Sunset of age

martes, 6 de agosto de 2013

Ni una sola palabra de amor. -Multipremiado cortometraje-


NI UNA SOLA PALABRA DE AMOR from El Niño Rodríguez on Vimeo.

PREMIOS
MEJOR CORTO 3º Festival Sólo con Cámara de Fotos SCDFIII 2012
MIRADA DE ORO Corto ganador del 6º Festival Mirada en Cortos
PREMIO DE LA PRENSA 4º Festival Mirada Oeste
MEJOR FICCION XXVIII Concurso Nacional de Cine & Video Independiente- Cipolletti 2012
MEJOR FICCION Festival Latinoamericano de Cine de Rosario 2012
MEJOR ACTRIZ Festival Latinoamericano de Cine de Rosario 2012
MENCION MEJOR FICCION 2º FECI Festival de Cine de Ituzaingó
MENCION ESPECIAL 7º Festival Nacional de Cortometrajes Pizza Birra y Cortos
MENCION 13º Martil Film Festival- Marruecos
SELECCIONES
8º Festival Internacional de Cortos de Tapiales - Argentina
10 mejores cortos del 2011- La Nave de Los Sueños/ Biblioteca Nacional Argentina
Muestra de Cine las Varillas – Argentina
2º Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín - Argentina
7º FESAALP- Festival de Cine Latinoamericano de La Plata- Argentina
10º Festival Nacional de Cine y Video Independiente, Escobar - Argentina
1º Festival de Cine latinoamericano de Universidad Nacional de San Martín- Argentina
Festival Nacional De Cortos San Pedro - Argentina
Festival de Cortos de humor, Maipu Cortos - Argentina
2ª FLAVIA Festival Latinoamericano de Video Arte - Argentina
Salento Finibus Terrae – Filmfestival Internazionale Cortometraggio- Italia
15ª Edición del Festival de Cortometrajes de Bruselas- Belgica
12º Festival de Cine a la Calle de Barranquilla - Colombia
Festival de Cine y Vino – España
Mercado Internacional De Cine de Guadalajara - Méjico
16º Fam Florianópolis Audiovisual Mercosur - Brasil
1º Argentine FIlm Festival Australia NZ- Australia
Muestra de Cine y Teatro Argentino en Argentino de Dortmund - Alemania
La Pedrera Short Film Festival - Uruguay
Tenerife Short Film Fest- España
Muestra de Cine Argentino en Porto Alegre- Brasil
FICHA TECNICA
María Teresa: Andrea Carballo
Dirección: El Niño Rodriguez
Producción: Rafael Di Veroli - Flavia Lopez Foco
Cámara y luces: Rafael Di Veroli - Laureano Rizzo
Montaje: Laureano Rizzo
Vestuario: Flavia Lopez Foco
Maquillaje: Joy Blanco
Peinado: Romina Sarlinga
Títulos: Rafael Di veroli
Mariano Germán Flores: Audio original y edición de audio
Gracias: Las Oreiro, Guillermo Lopez, Santi Calori, Roberto y Rosita Rizzo
Ni una sola palabra de amor, de El Niño Rodríguez (Argentina, 2011) Duración: 8 min 16 seg La cinta de un contestador telefónico extraviado nos trae la increíble historia de Enrique y María Teresa: una mujer que espera recibir el llamado de un hombre que no responde nunca. Un mensaje tras otro quedará grabado buscando que le digan, tal vez, una sola palabra de amor.

sábado, 27 de julio de 2013

Am I wrong?

“El futuro es incierto...Pero esta incertidumbre está en el corazón mismo de la creatividad humana.”

Ilya Prigogine

domingo, 23 de junio de 2013

DitaStonehenge: 0002° Cap. Viaje

DitaStonehenge: 0002° Cap. Viaje: Llegó a la esquina donde se detenían los charters a recoger a sus pasajeros para llevarlos de regreso a casa. Miró la hora, eran las 18...

jueves, 30 de mayo de 2013

Pecados ¿Quién determina lo bueno y lo malo? Acaso, ¿ellos? , de DitaStonehenge



Esto no es autobiográfico. No me sucedió a mí y desconozco que alguna vez le haya sucedido a alguien. Sólo puedo decir que lo vi. No sé todavía si estaba bajo los efectos del alcohol o alguna otra sustancia… que nunca ingerí.
Eran cerca de las 2 de la madrugada. Esperaba en el semáforo para cruzar una avenida de lo más congestionada. Era un viernes ideal, la noche era clara, serena y silenciosa, a pesar de ser el comienzo del fin de semana. En la radio pasaban música electrónica y contra los bits del estéreo, me encontraba absolutamente relajada, tal vez por el cansancio de una semana extenuante.

Por fin el semáforo me pidió que avanzara. Crucé la avenida con dirección hacia el norte. No tenía decidido aún hacia dónde iba, sólo quería viajar. Conducir me da cierta paz, y eso era lo único que quería.

Conduje por más de media hora, camino hacia la costanera. Seguía –inconsciente- a los autos que tenía delante. Y ellos me llevaron a un lugar que nunca antes había visto. Ni imaginado.

La calle moría en un gran caserón, todo iluminado. Los autos iban entrando de a uno, en una larga fila. Fuimos acomodándonos uno al lado del otro y descendiendo como si fuéramos un ejército de zombies. Nadie miraba a nadie más. Sólo yo parecía tener cierta conciencia de la escena.

Dejé las llaves puestas y bajé del auto. Miré alrededor y me pareció increíble la cantidad de personas que estábamos haciendo exactamente lo mismo simultáneamente.
Seguí la multitud hacia la entrada magnífica de la gran mansión. Algunas parejas iban tomadas del brazo. Las pocas personas que íbamos solas, llevábamos el mismo paso rítmico.

Subimos las escaleras, bordeadas por candelabros que enmarcaban la entrada. Entré junto al resto. El salón tenía una enorme araña pendiendo de cadenas antiquísimas. En orden y en silencio nos fuimos acomodando en sillas dispuestas concentricamente. En el medio no había nada. Unos cortinados pesados de color bordó cubrían parte de las paredes. Se podían ver algunos ventanales inmensos, de grueso vidrio oscuro.

Una vez todos ubicados, las luces comenzaron a apagarse de a una. Quedamos todos a oscuras. De golpe un spot iluminó el centro del salón, allí donde no había nada.
Todos en silencio nos quedamos observando lo que pronto iría a suceder.

Lentamente una cuerda comenzó a descender en el centro de la luz. Miré hacia arriba y parecía salir de la profunda oscuridad. Era una cuerda gruesa de color negro. De tanto en tanto se bamboleaba, como si alguien estuviese manipulándola desde lo alto del salón.

Al cabo de un rato de mirar fijamente al techo, me di cuenta que todos estábamos expectantes observando la negrura encima nuestro. Una música extraña sonaba lejana. De esto me di cuenta después.

La tensión comenzaba a acalambrarme las piernas, no podía moverme, prácticamente estábamos todos inmóviles con cierta contractura, me imagino, de mantener tanto tiempo el cuello erguido mirando hacia arriba.

Momento más tarde, por fin pudimos ver algo que descendía por la cuerda tan extraña. Era un hombre ceñido en una especie de malla metalizada, pegada a la piel. Los músculos resaltaban en el brillo del material de su ropa.
“Ah, es un número de circo”,- pensé… ingenua.

El hombre no era más que un joven que apenas llegaría a los 20 años, con unos rasgos bien definidos, se deslizaba por la cuerda con una destreza impresionante. Se contorsionaba como si fuese de goma. La cuerda seguía tensa, mientras el muchacho seguía descendiendo desde las alturas. A unos 6 ó 7 metros del piso, tal vez más, apenas se le podían ver los ojos. A medida que fue bajando más, noté lo extraño de su rostro.
En particular, sus ojos.
Para la sorpresa de todos, no tenía párpados. Eran un par de gajos negros. Oblicuos. Láminas negras y brillantes. Con los pies sujetos a la cuerda y la cabeza casi perpendicular al suelo, el muchacho nos miraba a todos.
Se soltó y se dejó caer sin hacer el más mínimo ruido.
Todos quedamos petrificados al verlo caer sin el menor tropiezo. Se paró al lado de la cuerda. Erguido, y mirándonos fijos, comenzó a caminar lentamente sobre el círculo trazado por la luz del centro.

La tensión fue aumentando paulatinamente en tanto que nos sentíamos observados. Los ojos parecían hacer foco cuando algo captaba su atención. La lámina que los recubría se descorría desde el centro hacia afuera. Como si fuese una lente de cámara instantánea.

Un hombre de bigotes oscuros, vestido de traje y con un maletín negro, se puso de pie en cuanto este ser posó su mirada en él.
El sujeto comenzó lentamente a aflojarse el nudo de la corbata. Parecía que le costaba respirar. Noté un levísimo temblor en su mano derecha. La mujer de al lado dio un gritito reprimido de miedo.
El hombre, aún de pie, bajó la mirada y la clavó en sus pies. Lentamente se agachó, tomó su portafolio y lo abrió. Dentro había varios fajos de divisas varias.
Se lo mostró al visitante, lo cerró y lo arrojó al centro de la luz.
Luego se desvaneció y quedó tendido en el suelo en el medio de un ataque de convulsiones o algo parecido. Nadie intentó socorrerlo.
Y quedó allí tendido, creo que se desmayó.

El acróbata ahora siguió recorriendo uno a uno a todos los que nos encontrábamos en el salón. Al mirarnos, parecía hacer un ruido extraño, como los que hacen los tubos fluorescentes cuando están encendiéndose.
De repente se detuvo a observar a una joven, de unos 20 años. Vestida en jeans y remera parecía ser universitaria. Llevaba una mochila cruzada en el pecho. La chica se desabrochó el bolso, lo abrió, y sacó una bolsa de nylón con varios cuadraditos de colores brillantes, de papel glacé. Se los mostró y se los arrojó al centro. La bolsita rebotó en el portafolio y quedó pendiendo de un extremo. Acto seguido, comenzó a llorar tanto que se sofocó con sus propias lágrimas. Cayó desvanecida al suelo. Junto a su silla. Quieta, solo movió un pie dos veces, rápido, y luego, nada. Quieta.

En este momento se oyeron varios murmullos, hasta que se detuvo en un anciano que apenas se sostenía en un bastón con empuñadura de oro. Viejo y canoso, parecía tan frágil. Encorvado se sostenía como podía en su asiento. Tenía los ojos de un azul profundo y lacrimógeno. Las comisuras de los labios resecas y arrugadas. Se puso de pie apoyado en su valuado sostén. Lentamente comenzó a hacer equilibrio sobre sus piernas y levantó el bastón. Desenroscó la empuñadura y retiró un tubo metálico de dentro del mango. Abrió la cápsula y sacó un frasquito con un líquido transparente. Lo abrió y bebió todo su contenido. Inmediatamente, cayó pesado al suelo, tirando su silla y haciendo volar el bastón, que cayó junto a los objetos del centro del salón.
El gimnasta se acercó al bastón, lo tomó y sacó de adentro varios tubitos metálicos. Unos 6 ó 7, tal vez.

Los dejó al lado, en el suelo y desechó el bastón arrojándolo junto al cadáver del anciano.
Volvió al recorrido de caras, hasta que se detuvo justo delante de mí. La transpiración me descendía por los dedos. Hasta que alguien se abrió paso y se paró delante. Era un joven, de unos 30 años, o menos tal vez. Trigueño de pantalón de vestir y camisa blanca. Retrocedí unos pasos y respiré aliviada.

El muchacho se desabrochó el cinturón del pantalón, y se los dejó caer. Creo haber oído en ese momento una risita malintencionada.
Se bajó la ropa interior y le mostró sus genitales al joven ojos de hormiga. Nadie entendió qué estaba pasando hasta que pudimos ver. Tenía los genitales infectados, la piel se le estaba cayendo, y tenía zonas en carne viva. Cuando tuve esa imagen frente mío me di cuenta.
Tomó parte de su miembro y lo tironeó hasta desprenderlo por completo, y lo arrojó al medio, junto al resto.
El joven salió corriendo y atravesó una ventana dando gritos de dolor. Cayó al suelo con un ruido seco.

El joven en el traje plateado ahora terminaba el recorrido… seguía observándonos uno a uno. Volvió a la cuerda que pendía del techo. Todos comenzamos a respirar de nuevo. Giramos para regresar a nuestros autos.
Con sentimientos confusos, tomé la cartera del respaldo de mi asiento.
La mayoría ya estaba saliendo del salón, apurados, algunos corriendo espantados. Cuando estaba ya a punto de cruzar la puerta central del salón…

…sentí su mano en mi espalda.

FIN

viernes, 26 de abril de 2013

"El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, ...

...porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras."
GOETHE, Johann Wolfgang von
Poeta, novelista y dramaturgo alemán.
 
 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Excusas calientes, de DitaStonehenge


Lo miraba fijo a los ojos.
Él no podía dejar de pensarla desnuda.
De tanto en tanto se reacomoda en el asiento, tratando de juntar las rodillas debajo de la falda.
Con la excusa de no poder leer bien, se acercó un poco más hacia él.

“¿Te parece que paremos un rato acá? Voy a buscar un café, ¿Querés algo?”

Dudó un momento qué contestarle pero acomodándose el suéter ajustado decidió tomarlo del brazo y acompañarlo… “sí, mejor paremos un poco. Ya me empezaban a arder los ojos de tanto estudiar.”

Recorrieron el pasillo desierto de la biblioteca de la facultad, mirando el piso y sin decir una palabra. De repente ella se detuvo frente a una puerta entreabierta, mientras él, sin darse cuenta, siguió caminando creyéndola aún aferrada a su brazo.
En un momento se dio cuenta que la había perdido en alguna parte del trayecto, y se sintió estúpido por estar siempre tan metido en sus propios pensamientos. Giró sobre sus talones y regresó a buscarla.

Las luces del pasillo se esfumaron en cuanto llegó exactamente a mitad de camino entre la entrada de la biblioteca y la puerta de la cafetería. Un escalofrío le acalambró la espalda y tiritó un instante.
Absolutamente a oscuras trató de ver en la nada. Sólo un rayito de claridad se veía en todo el espacio. Una tirita blanca, titilante, vertical a su izquierda.

Se acercó tratando de no hacer el más mínimo ruido y entornó lo que luego resultó ser una puerta. Un farol se esforzaba por encenderse. Una figura femenina se recortaba de a ratos entre él y el farol.

“Parece que toqué algo sin querer y se cortó la luz. Por suerte conseguí encender esta lámpara.”
“¿Estás bien? ¿Qué tocaste?”
“Ay, no sé…”- trató de sonar lo más inocente que le era posible-, “no sé, no sé…”, agregó casi con un sollozo.
“Bueno, está bien…”
“No quise hacer nada malo, sólo entré porque la puerta estaba abierta y parece que me tropecé con algo y de golpe se cortó la luz…, en serio, no fue a propósito… Y encima me parece que me lastimé la rodilla…”
“¿En serio?... ¿mucho?.. ¿a ver...?” y con pasitos se fue acercando casi a tientas sin poder ver demasiados detalles del salón.
“Sí, tocá…” dijo con voz casi de nena tomándole la mano y llevándosela a su rodilla…; “¿sentís?, me golpeé con una madera que debe andar por ahí….”
“Ah, no es nada, es solo un raspón…” confirmó, sin poder dejar de sentir la tersura de su piel, y agregó casi tartamudeando: “¿te duele mucho?”
“Un poco…” dijo ella agarrándole la mano con firmeza.

De repente ambos se quedaron así, quietos, él con su mano derecha en la rodilla izquierda de ella, y ella apretándosela contra sí.
Lentamente fue conduciendo la mano del muchacho hacia la contracara de su muslo. La piel se sentía cada vez más suave. De a poco fue subiéndola hasta el borde de su bombacha de algodón. La llevó a su entrepierna mientras la respiración de ambos comenzaba a dificultarse. Ahora la mano izquierda de él buscó lugar dónde esconderse debajo del suéter que ella traía puesto. Primero por la cintura, luego por la espalda para luego regresar al abdomen y subir hasta sus pechos.
Las bocas entreabiertas de ambos comenzaron a llenarse de saliva y a acercarse, lentamente, deseosas de saborearse una a la otra.
Comenzaron pasándose las lenguas por los labios, luego ambas se encontraron de frente y se fundieron en un beso apasionado y tan esperado por ambos.
Él se despojó de toda su timidez y hurgó por debajo del elástico de la prenda de ella la calidez de su humedad.
Ella sólo se dejó hacer, sedienta y hambrienta de deseo.
Mientras él metía un dedo entre los labios del sexo de ella, la joven subía y bajaba una mano por el voluptuoso frente que se le ofrecía.
Besándose, tocándose y deseándose se fueron acomodando contra un escritorio desocupado. La luz del farol los mostraba incandescentes. La silueta de ambos se dibujaba contra una de las paredes laterales y esa imagen los excitaba cada vez más. De pronto se alejaron sin hacer ningún ruido, ella se subió la falda y él se bajó el jean. Ambos dejaban al descubierto su embriaguez en llamas.
Con la falda subida hasta la cintura, se sentó sobre el escritorio con las piernas abiertas, mientras se sacaba el suéter ajustado, dejando libres sus pezones, ahora, erectos y rosados.
Él, maravillado por la imagen que se le entregaba, se bajó los calzoncillos liberando su masculinidad a punto de estallar.

Besándose, mojándose y bamboleándose, ambos comenzaron a tocarse, a juguetear con el sexo del otro. Ella tomó el miembro erecto de su hombre con la mano humedecida en saliva, y comenzó a excitarlo aún más. Subiendo y bajando lentamente. Sintiendo los latidos del corriente sanguíneo que lo alimentaba y vigorizaba cada vez más, sobre su palma apretada y mojada.
Él, en tanto, acariciaba el clítoris erecto, colorado y empapado de ella. Antesala al túnel que lo conduciría, de momento a otro, al más extremo de los placeres.
Refregándose el uno con el otro, ella de pronto lo sostuvo conduciéndolo fuertemente al centro del interior de todo su ser. Entregada. Hambrienta. Ardiente.
Él no tuvo que hacer el más mínimo esfuerzo en dejarse conducir, y se entregó a ella deseoso de penetrarla, hasta el fondo de toda ella, toda entera.
Mientras le besaba los pezones y se los mordisqueaba suavemente entraba y salía sintiendo todo un torrente de sangre que fluía hasta el extremo. El placer comenzaba a dolerle en el interior, sentía que iba a estallar dentro de ella.

Entre idas y venidas comenzaron a correr de a poco el escritorio donde ella se encontraba recostada, con las piernas extendidas, entregándosele decidida.
Los gemidos de ambos resonaban en toda la habitación. Ella lo sostenía del pelo con una mano y con la otra lo aprisionaba desde las nalgas.
Al cabo de un rato de entregarse, ambos coincidieron en un profundo orgasmo, salido de lo más oscuro de sus almas.

Terminaron exhaustos pero sin dejar de moverse, desfallecientes por el cansancio y siguieron besándose hasta dejarse caer. Ella sobre lo que le quedaba de escritorio. Él, sobre ella.

Salió de ella. Se paró frente a la imagen de una joven recostada con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, rosados, y una mueca de felicidad tallada en el rostro. Se acomodó la ropa, le cerró las piernas a ella, le besó la rodilla hinchada y le acarició el pelo revuelto sobre la cara. Ella, rió. Como una nena.

“Podés conectar la luz ahora…”, el interruptor está detrás de la puerta, dijo, mientras se reincorporaba lentamente, poniéndose el suéter apretado y subiéndose de nuevo la falda.

Caramelos de limón, de DitaStonehenge


 

Con las manos entrelazadas sobre la falda, espera sentada en un viejo banco de plaza. Los cabellos insisten en taparle la cara. Una pequeña brisa ahora saca unos diarios viejos del cesto de la basura. El frío del atardecer paraliza de a ratos el parque. Quieta pero expectante, Dita observa lentamente a su alrededor. No hay niños jugando en las hamacas, ni ancianos alimentando a las palomas, no hay perros husmeando entre los árboles. Sólo está ella sentada en aquel descascarado banco. Ya, un poco más nerviosa, mira nuevamente el reloj… aún restan dos minutos para la hora. En un intento de apagar la espera, saca de su bolso un caramelo de limón. Lo mira y desenvuelve lentamente. Con la punta de los dedos se lo coloca en el medio de la lengua y espera que el ácido reactive su percepción. De pronto, la boca se le llena de saliva y comienza a recorrer el caramelo por cada recoveco de la cavidad de su boca. Lo lleva de un lado al otro, haciéndolo rozar contra los dientes. Entre las idas y venidas del desgraciado dulce, éste termina partiéndose al medio, y el cítrico néctar intensifica el escalofrío que las glándulas salivales de tanto en tanto despiertan.




Falta un minuto para las 7 de la tarde. El sol se va escurriendo entre los nubarrones pesados de la tarde. Recorriendo el panorama distingue a los lejos una figura que camina decidido hacia ella. Lleva pantalones oscuros y un gran abrigo de pana que le llega hasta las pantorrillas. Con las manos en los bolsillos y un cigarrillo en la boca camina mirándola desde la distancia, reconociéndola a lo lejos. Se saca el cigarrillo de la boca y echa una bocanada de humo que sube espeso hacia las nubes. Dita se inquieta y entrecruza los pies fríos debajo del banco…




“Hola, ¡qué puntualidad!”, dice el joven mientras le ofrece la mano para ayudarla a incorporarse. La sujeta firme y la acerca hacia sí mientras recibe un tímido y rápido beso en la mejilla. Dita sonríe y en silencio se deja conducir. Ambos se dirigen hacia el viejo bar de la esquina. El piso con baldosas negras y blancas asemejan un gran tablero de ajedrez donde cada comensal busca la posición mejor para una posible jugada. Eligen una mesita junto a una de las ventanas que dan al parque. El ambiente calefaccionado los obliga a sacarse los abrigos mientras buscan con la mirada al único mozo del lugar. El hombre mayor, y de seguro descendiente de los primeros inmigrantes españoles, mira el televisor donde dan una vieja película de vaqueros. Clint Eastwood o John Wayne deben aparecen en cualquier momento a batirse a duelo. El corte comercial hace que el gallego los mire. Desaliñado y cansado se les acerca con una mueca de nada. No los saluda ni les habla, solo espera el pedido…




“Hola buenas tardes, mmmmm….bueno, ¿qué te gustaría tomar Dita?", dice él tratando de sonar caballero.


“… una lágrima…” Dita afirma sin dudar, mientras saca un paquete de cigarrillos de uno de los bolsillos del tapado que trepa su silla.


“…y yo un café doble por favor”, culmina él.


El gallego vuelve detrás del antiquísimo mostrador y enciende la máquina express.


“Hacía mucho tiempo que quería conocerte. ¿Por qué nunca aceptaste mi invitación?”


“Bueno, estoy acá ahora, ¿no?”


“Ay Dita, Dita, ¿siempre contestas con preguntas?”, dice con una sonrisa.


“No, solo cuando las respuestas son obvias. ¿Está mal?”


“No, no… Ok, a ver… ¿por qué recién ahora te animaste a conocerme? ¿Te parece mejor?”


“Mirá, si estoy acá, ahora, con vos, es porque tuve ganas de salir, y solo aproveché el momento. No hace falta decir que hago cosas porque me animo a hacerlas… hago las cosas cuando surgen. No arranquemos cuestionándonos, ¿si?”


“Ok disculpame… pero es que hace muchos meses que me venís pateando. Hasta llegué a pensar en borrarte de mi lista, pero al mismo tiempo tu indiferencia aumentaba mis deseos de conocerte. Qué se yo, sos tan extraña, o al menos te harás la misteriosa para que te rueguen, la verdad que no sé”.


“Soy como el resto de las mujeres que habrás conocido… tal vez más o menos común, pero bueno, uno en general idealiza lo que no conoce. Y como no me conocés, habrás fantaseado con que llevo una vida llena de misterios, pero en realidad no tengo misterios. ¿Qué cosas pensaste de mí?”


“mmm… no sé. Es cierto que tuve fantasías con vos. Es más… una vez soñé que yo estaba dormido y vos entrabas a mis sueños como una mujer capaz de hacer cosas impensables para darme placer… Disculpame que te diga esto, pero te soy franco, tuve muchísimas fantasías de ese tipo con vos…”, y al terminar la frase la toma de la mano mientras Dita juguetea con el cigarrillo encendido entre sus dedos con la otra.


“Contame de esos sueños… ¿Cuándo fueron?...”


“…mmmm… a ver, dejame pensar, mmmm……creo que el último fue anteanoche… vos estabas vestida con telas…”


“¿azules…?”, Dita lo interrumpe.


Sorprendido espera que Dita termine la descripción…. “…sí, y… ¿qué más?”


“… y toda envuelta en azules y violetas, me metía entre tus sábanas y hurgaba en tu interior, metiéndome muy dentro tuyo. Clavándome en tu mente y convirtiéndome en recuerdos. En momentos que nunca vivimos pero que perdurarán en tu memoria por siempre.”


En este preciso instante llega el gallego con el café doble, la lágrima y un platito con terroncitos de azúcar envueltos en papelitos celestes. Debajo del platito deja la cuenta, echa a mano y con pulso desalineado, y espera en silencio a que se le pague.


El joven toma la cuenta, la mira tratando de adivinar los números y le da un billete de cincuenta. “Quédese con el vuelto, gracias.” El gallego sujeta el billete y lo mira a contraluz, lo guarda en el bolsillo del ambo blanco y vuelve al mostrador a esperar a que aparezcan Clint Wastwood o John Wayne.


Dita desenvuelve dos terroncitos de azúcar y los coloca dentro de su lágrima mojándose la punta de los dedos con la leche caliente mientras mira por la ventana hacia el parque. En silencio, el joven no hace más que revolver su café mientras queda absorbido en pensamientos confusos.


Y Dita continúa… “y una vez dentro tuyo, pude llegar a saber qué es lo que querías… y sólo cumplí esos deseos que tanto te persiguen. En ese instante supe quién eras en verdad… tocarte fue sentirte más allá del contacto de las pieles, tocarte fue desnudar tu alma. Mi boca recorrió mucho más de lo que hubieses imaginado pero así como lo venías ansiando… “


En silencio, el joven no puede dejar de revolver su café sin sacarle los ojos de encima a Dita, que ahora toma el vaso con ambas manos mientras sorbe lentamente su lágrima. Mirándose fijamente, ambos permanecen así, recorriéndose el uno al otro. Fuera, el frío se pega en la ventana del barzucho mientras se empaña la imagen de ambos sentados en la mesita del bar de la esquina.


“¿Por qué me decís todo esto? ¿Quién sos? ¿Qué sos?”, increpa el muchacho sin dejar tiempo a que se le den respuestas. Consternado y aturdido sorbe de golpe todo su café, que amargo le llena los ojos de lágrimas.


Dita, en tanto, ahora no deja de mirar hacia el parque. Algunas luces comienzan a encenderse a medida que la noche avanza tapando los últimos débiles rayos de sol. Las hojitas de los árboles también parecieran encenderse. De a poco la tarde se viste de luces y se convierte en noche. En una solitaria noche y ¡tan fría!


“Dale, decime… ¿quién sos, Dita?”, espera… mientras ella termina su lágrima y saca con una cucharita el resto del azúcar que se quedó en el fondo del vaso.


“No sé.”


“¿Cómo que no sabés?”


“No sé.”


“Explicame por favor…. La otra noche cuando yo estaba acostado en mi cuarto, y me quedé dormido y soñé que vos te metías en mi cama, y me recorrías con tu boca… toda vestida en telas azules… ¿eras vos de verdad? Contestame por favor”. Con los ojos llorosos y angustiado, ahora comienza a faltarle el aire. Sofocado se afloja el escote del sueter que lleva puesto y espera ansioso a que se le aclare la mente… y sigue, “porque yo creí que sólo era un sueño, una alucinación. No sé, que no era nada. Sólo producto de ¡vaya a saber dios qué!, y que no era más que eso…” argumenta alzando un poco el tono de la voz, mientras que Dita impávida, se relame el azúcar que le quedó en las comisuras de los labios al tanto que tantea en su bolso el paquete de caramelos de limón y que finalmente no encuentra.


“Me estas matando con tu frialdad, por favor, decime que en verdad no estuviste conmigo esa noche. Decime que todo fue producto de alguna borrachera, o del estrés o de tantas horas de trabajo… pero por favor ¡hablá Dita!”.


Limpiándose las manos con una servilleta de papel, Dita se decide por hablar, “… mmm… lo que pasó fue que yo también me quedé dormida… y soñé. Como todas las noches, soñé. Pero aquella noche en especial te tocó a vos. Fue sólo eso. No siempre puedo elegir en los sueños de quién voy a caer. Y esa noche, toda vestida en telas azules y lavandas, te tocó a vos. ¿Tendrás por casualidad algún caramelo de limón?” 
FIN


martes, 19 de febrero de 2013

CAPÍTULO 26: Inmortales..


Julia abrió la compuerta de la habitación y quedó enmudecida por la escena que se le presentaba ante los ojos, que de inmediato se le inundaron de tristeza.
Se le infló el pecho de angustia, sintió que repentinamente se le tapaban los oídos, podía sentir su propia respiración acelerada por el impacto del momento y el bombeo frenético de su corazón.
Se le aflojaron las piernas.
Lentamente, se acercó a la cápsula para ver de cerca a su madre. Lo que vio... la conmovió profundamente.
Una sonrisa dibujada en los labios de ella, una mano estrechada fuertemente por la mano de él que yacía pesado sobre su pecho.
Se acercó aún más para verle la cara a él. Con la mano cerró definitivamente el verde profundo de su mirada...

   Buen viaje, mamá Polaco...

...buen viaje, doctor —se animó a susurrar quieta, apretando los ojos para evitar que se le escaparan las lágrimas.

Flotando aún, tomados de la mano, contra el cielo raso de la habitación, ambos observaban silenciosos sus cuerpos quietos frente a Julia.

   Van a estar bien —dijo él, con una sonrisa.

   Lo sé —contestó ella, radiante y plena, otra vez.

   ¿Vamos? —la tomó de la cintura de los jeans ajustados y la trajo contra su cuerpo espectral.

   ¡Vamos! —respondió ella jovial.

Cruzaron el techo, atravesaron el cielo, se hundieron livianos en la oscuridad de la noche, siguieron el curso de las estrellas...
Ambos, así, finalmente, emprendieron el viaje que los devolvería al más feliz de los tiempos, al de la inmortalidad.


FIN



N. de la A.: Relato basado en una historia real.




miércoles, 13 de febrero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible. 3ª parte.


Sus ojos eslavos se quedaron petrificados al observar la figura que se le presentaba en el umbral de la habitación.
Se incorporó en la cama, incrédula. Lo miró de pies a cabeza sin comprender del todo si se trataba de una ilusión óptica, de un fantasma, de una mera fantasía, o si realmente él estaba allí, de pie, frente a ella, después de tanto tiempo. Julia abandonó la habitación cerrando silenciosamente tras de sí la compuerta del habitáculo. Eligió esperar afuera, optó por darles toda la intimidad que se debían el uno al otro.

   Hola —la saludó con una sonrisa triste.

   Hola —le respondió ella apenas con un hilo de voz.

Se acercó y pulsó un botón para que saliera una de las cuatro butacas ocultas debajo de la cápsula.

   ¿Qué tenés, Polaco?—preguntó con preocupación.

   Ochenta y ocho años —le contestó ella, ya recuperada del shock inicial.

Sonrieron, juntos, otra vez.

   No, en serio. ¿Qué tenés? Julia me dijo algo pero quiero saberlo de vos misma —le confesó con palabras pausadas y entrecortadas.

   ¿Qué te contó Julia? ¿Cómo te contactó? ¿Qué te dijo? .... ¡Qué vergüenza! —exclamó y se miró las manos pálidas, rugosas, manchadas de vejez.

   No mucho. Me dijo que no te querías curar. ¿Por qué, Polaco?

   ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto nos queda? —lanzó como si arrojara llaves al aire capaces de abrir puertas.

   Sí. A mí también me pesa eso de esperar. En octubre cumpliré 95 y temo llegar a esa fecha, como cada año de los últimos diez.

   Mis hijos ya son grandes... tienen sus propias familias... sus hijos... mis nietos que vi nacer y crecer... mientras que el tiempo duele en el cuerpo... Yo ya hice lo que quise —dijo y lo miró fijamente a los ojos hundiéndose en el verde nublado de la mirada de él —yo ya estuve en vos —concluyó con los ojos inundados de pasado.

   Y yo en vos —agregó él con ternura. Metió una mano dentro de la cápsula y la posó sobre las suyas.

   Gracias — murmuró melancólica.

   A vos —siguió él con una mueca extraña en la cara.

   ¿Cómo hiciste para conservarte así? —lo increpó con curiosidad.

   ¿Así? —contestó confundido.

   Sí. Así. No parecés un viejo choto —sonrió.

   ¡No cambias más, Polaco! Siempre rompiendo los climas vos —le festejó el chiste con una risa reprimida. — Se supone que estás hecha mierda, por eso te tienen acá... a propósito, ¿quién te cuida a vos? ¿Tu marido no se queda? —preguntó en un intento de sonar con naturalidad.

   No, dejalo que se quede en casa. ¡Si se quedara lo terminarían atendiendo a él con todas sus mañas! —volvió a bromear.

   ¿Por qué no lo dejaste?

   ¿Por qué habría de hacerlo? Él fue mi relación más duradera. Llevamos cincuenta y cinco años juntos. Ya venció el período de prueba, me lo tengo que quedar a estas alturas... y además, ¿qué sería de mí sin él?

   Mía, tal vez —se atrevió a decir arrepintiéndose inmediatamente después de haberse aventurado al comentario.

Polaco se quedó pensativa y una lágrima finalmente rodó por la mejilla. Levantó la cara para mirarlo a los ojos — ¿En serio? —asomó la pregunta con la voz quebrada.

   Sí.

   Ya es tarde para corazones y flores, ¿no te parece? —le increpó con firmeza.

   No me hagas caso —se arrepintió negando con la cabeza lo que hacía un minuto acababa de fantasear. — Olvidate. Ya es tarde. Tenés razón. Dejate morir y terminá con todo. No tenemos esperanza. Ya es tarde para nosotros. Se nos escapó el tiempo y no hicimos nada para evitarlo... —la ametralló y repentinamente se puso de pie.

   ¿Vos te pensás que me divierte estar acá internada? ¿Vos te creés que me gusta esperar un fin que se demora en llegar? ¿No entendés que me cansa morir tan lentamente? Yo solo quiero liberarlos a todos. Que mis hijos disfruten de los suyos, que Joaquín, sobretodo, se despreocupe por mí, que mi marido no tenga que andar llevándome y trayéndome a la unidad. No los tuve para convertirme en una bolsa que molesta en el camino. No quiero interferir más. No quiero ser la cosa que quita tiempo. Yo ya estoy lista para dejar las cosas como están. Me llevó una vida entera lograr esto, ya está, me doy por satisfecha. Ya tomé la decisión y es irreversible —concluyó convencida de sus palabras.

   ¿Y yo? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Me dejás solo? —preguntó irónico.

   Vos estás demasiado viejo para cambiarte. No pude a los veintiocho, menos podré ahora. Ya te doy por perdido. Es todo. No se puede volver atrás en el tiempo.

   Polaco... —dijo él acercándosele despacio.

   ¿Qué? —preguntó con ternura en la mirada.

   Nos podemos ir juntos... —se aventuró a decir a media voz tomándola de las manos.

   ¿A dónde? —se sorprendió ella.

   A dónde vos querés ir... —respondió con calma.

   ¿A la eternidad? —dijo incrédula.

   Llamalo como quieras.

   ¿Cómo?

   Soy médico.

   Sí, ya lo sé.

   O al menos lo fui...

   ¿Qué querés decir?

   Fui médico y aquí estoy rodeado de maneras de cumplir tu sueño.

   ¿Podés dormirme? ¿Para siempre?

   Sí, puedo matarte si te referís a eso.

   ¿Serías capaz de matarme?

   ... solo si me fuera con vos...

   No entiendo.

   Si te mato, me muero.

   Sigo sin entender.

   Si te mato, me mato yo también... ¿Así te gusta más?

   ¿Serías capaz de suicidarte por mí?

   Soy capaz de suicidarnos a los dos. Vos también lo querés.

   Pero... ¿por qué?

   ¿Por qué no?

   Serías un asesino.

   Sería un suicida.

   ¿Mi muerte sería un acto de eutanasia?

   Llamalo como quieras. Dejarías de sufrir, y yo también.

   ¿Me lo estás proponiendo en serio?

   Sí.

   ¿Cuándo?

   Cuando me lo pidas.

   ¿Ahora?

   Sí.

   ¿Y tu familia?

   ¿Cuál?

   ¿No tenés a nadie?

   Me tengo a mí mismo y ya es mucho.

   ¿Por qué lo harías?

   Porque puedo.

   ¿Estás seguro?

   ¿Acaso no me ves acá con vos?

   No te lo creo.

   No hay nada que creer.

   Bueno. Está bien. Es lo mejor para todos.

   ¿Segura?

   Sí.

   Mirá que no hay vuelta atrás, eh.

   Sí, lo sé y eso es lo que espero.

   Bueno —el anciano respiró profundamente y giró hacia donde se encontraban las mangueritas con oxígeno— no te va doler, vas a dormir, solo eso. Ni te vas a enterar —le prometió con una sonrisa en toda la cara.

   Tengo miedo —dijo ella ofreciéndole la mano para que se la tomara.

   No lo tengas —le mintió con firmeza ofreciéndole la suya para tocarla.

   Confío en vos.

   Y yo en vos.

El anciano se acomodó en la butaca, le destapó el brazo hasta descubrir una red azul de venas gordas. Tomó un par de mangueritas a las que le insertó una cánula y una aguja en cada una. Se descubrió un brazo y la miró sonriente. Se incorporó despacio y la besó por última vez en los labios, ella cerró los ojos y esperó.
El anciano manipuló ambas mangueritas con lentitud. Primero le inyectó el aire en una arteria a ella, luego hizo lo mismo en su propio brazo.

Al cabo de unos minutos, el silencio los envolvió abrazados.

Julia abrió la compuerta de la habitación.