Con las manos
entrelazadas sobre la falda, espera sentada en un viejo banco de plaza.
Los cabellos insisten en taparle la cara. Una pequeña brisa ahora saca
unos diarios viejos del cesto de la basura. El frío del atardecer
paraliza de a ratos el parque. Quieta pero expectante, Dita observa
lentamente a su alrededor. No hay niños jugando en las hamacas, ni
ancianos alimentando a las palomas, no hay perros husmeando entre los
árboles. Sólo está ella sentada en aquel descascarado banco. Ya, un
poco más nerviosa, mira nuevamente el reloj… aún restan dos minutos para
la hora. En un intento de apagar la espera, saca de su bolso un
caramelo de limón. Lo mira y desenvuelve lentamente. Con la punta de los
dedos se lo coloca en el medio de la lengua y espera que el ácido
reactive su percepción. De pronto, la boca se le llena de saliva y
comienza a recorrer el caramelo por cada recoveco de la cavidad de su
boca. Lo lleva de un lado al otro, haciéndolo rozar contra los dientes.
Entre las idas y venidas del desgraciado dulce, éste termina partiéndose
al medio, y el cítrico néctar intensifica el escalofrío que las
glándulas salivales de tanto en tanto despiertan.
Falta un minuto para las 7 de la tarde. El sol se va escurriendo entre
los nubarrones pesados de la tarde. Recorriendo el panorama distingue a
los lejos una figura que camina decidido hacia ella. Lleva pantalones
oscuros y un gran abrigo de pana que le llega hasta las pantorrillas.
Con las manos en los bolsillos y un cigarrillo en la boca camina
mirándola desde la distancia, reconociéndola a lo lejos. Se saca el
cigarrillo de la boca y echa una bocanada de humo que sube espeso hacia
las nubes. Dita se inquieta y entrecruza los pies fríos debajo del
banco…
“Hola, ¡qué puntualidad!”, dice el joven mientras le ofrece la mano para
ayudarla a incorporarse. La sujeta firme y la acerca hacia sí mientras
recibe un tímido y rápido beso en la mejilla. Dita sonríe y en silencio
se deja conducir. Ambos se dirigen hacia el viejo bar de la esquina. El
piso con baldosas negras y blancas asemejan un gran tablero de ajedrez
donde cada comensal busca la posición mejor para una posible jugada.
Eligen una mesita junto a una de las ventanas que dan al parque. El
ambiente calefaccionado los obliga a sacarse los abrigos mientras buscan
con la mirada al único mozo del lugar. El hombre mayor, y de seguro
descendiente de los primeros inmigrantes españoles, mira el televisor
donde dan una vieja película de vaqueros. Clint Eastwood o John Wayne
deben aparecen en cualquier momento a batirse a duelo. El corte
comercial hace que el gallego los mire. Desaliñado y cansado se les
acerca con una mueca de nada. No los saluda ni les habla, solo espera el
pedido…
“Hola buenas tardes, mmmmm….bueno, ¿qué te gustaría tomar Dita?", dice él tratando de sonar caballero.
“… una lágrima…” Dita afirma sin dudar, mientras saca un paquete de
cigarrillos de uno de los bolsillos del tapado que trepa su silla.
“…y yo un café doble por favor”, culmina él.
El gallego vuelve detrás del antiquísimo mostrador y enciende la máquina express.
“Hacía mucho tiempo que quería conocerte. ¿Por qué nunca aceptaste mi invitación?”
“Bueno, estoy acá ahora, ¿no?”
“Ay Dita, Dita, ¿siempre contestas con preguntas?”, dice con una sonrisa.
“No, solo cuando las respuestas son obvias. ¿Está mal?”
“No, no… Ok, a ver… ¿por qué recién ahora te animaste a conocerme? ¿Te parece mejor?”
“Mirá, si estoy acá, ahora, con vos, es porque tuve ganas de salir, y
solo aproveché el momento. No hace falta decir que hago cosas porque me
animo a hacerlas… hago las cosas cuando surgen. No arranquemos
cuestionándonos, ¿si?”
“Ok disculpame… pero es que hace muchos meses que me venís pateando.
Hasta llegué a pensar en borrarte de mi lista, pero al mismo tiempo tu
indiferencia aumentaba mis deseos de conocerte. Qué se yo, sos tan
extraña, o al menos te harás la misteriosa para que te rueguen, la
verdad que no sé”.
“Soy como el resto de las mujeres que habrás conocido… tal vez más o
menos común, pero bueno, uno en general idealiza lo que no conoce. Y
como no me conocés, habrás fantaseado con que llevo una vida llena de
misterios, pero en realidad no tengo misterios. ¿Qué cosas pensaste de
mí?”
“mmm… no sé. Es cierto que tuve fantasías con vos. Es más… una vez soñé
que yo estaba dormido y vos entrabas a mis sueños como una mujer capaz
de hacer cosas impensables para darme placer… Disculpame que te diga
esto, pero te soy franco, tuve muchísimas fantasías de ese tipo con
vos…”, y al terminar la frase la toma de la mano mientras Dita juguetea
con el cigarrillo encendido entre sus dedos con la otra.
“Contame de esos sueños… ¿Cuándo fueron?...”
“…mmmm… a ver, dejame pensar, mmmm……creo que el último fue anteanoche… vos estabas vestida con telas…”
“¿azules…?”, Dita lo interrumpe.
Sorprendido espera que Dita termine la descripción…. “…sí, y… ¿qué más?”
“… y toda envuelta en azules y violetas, me metía entre tus sábanas y
hurgaba en tu interior, metiéndome muy dentro tuyo. Clavándome en tu
mente y convirtiéndome en recuerdos. En momentos que nunca vivimos pero
que perdurarán en tu memoria por siempre.”
En este preciso instante llega el gallego con el café doble, la lágrima y
un platito con terroncitos de azúcar envueltos en papelitos celestes.
Debajo del platito deja la cuenta, echa a mano y con pulso desalineado, y
espera en silencio a que se le pague.
El joven toma la cuenta, la mira tratando de adivinar los números y le
da un billete de cincuenta. “Quédese con el vuelto, gracias.” El
gallego sujeta el billete y lo mira a contraluz, lo guarda en el
bolsillo del ambo blanco y vuelve al mostrador a esperar a que aparezcan
Clint Wastwood o John Wayne.
Dita desenvuelve dos terroncitos de azúcar y los coloca dentro de su
lágrima mojándose la punta de los dedos con la leche caliente mientras
mira por la ventana hacia el parque. En silencio, el joven no hace más
que revolver su café mientras queda absorbido en pensamientos confusos.
Y Dita continúa… “y una vez dentro tuyo, pude llegar a saber qué es lo
que querías… y sólo cumplí esos deseos que tanto te persiguen. En ese
instante supe quién eras en verdad… tocarte fue sentirte más allá del
contacto de las pieles, tocarte fue desnudar tu alma. Mi boca recorrió
mucho más de lo que hubieses imaginado pero así como lo venías ansiando…
“
En silencio, el joven no puede dejar de revolver su café sin sacarle los
ojos de encima a Dita, que ahora toma el vaso con ambas manos mientras
sorbe lentamente su lágrima. Mirándose fijamente, ambos permanecen así,
recorriéndose el uno al otro. Fuera, el frío se pega en la ventana del
barzucho mientras se empaña la imagen de ambos sentados en la mesita del
bar de la esquina.
“¿Por qué me decís todo esto? ¿Quién sos? ¿Qué sos?”, increpa el
muchacho sin dejar tiempo a que se le den respuestas. Consternado y
aturdido sorbe de golpe todo su café, que amargo le llena los ojos de
lágrimas.
Dita, en tanto, ahora no deja de mirar hacia el parque. Algunas luces
comienzan a encenderse a medida que la noche avanza tapando los últimos
débiles rayos de sol. Las hojitas de los árboles también parecieran
encenderse. De a poco la tarde se viste de luces y se convierte en
noche. En una solitaria noche y ¡tan fría!
“Dale, decime… ¿quién sos, Dita?”, espera… mientras ella termina su
lágrima y saca con una cucharita el resto del azúcar que se quedó en el
fondo del vaso.
“No sé.”
“¿Cómo que no sabés?”
“No sé.”
“Explicame por favor…. La otra noche cuando yo estaba acostado en mi
cuarto, y me quedé dormido y soñé que vos te metías en mi cama, y me
recorrías con tu boca… toda vestida en telas azules… ¿eras vos de
verdad? Contestame por favor”. Con los ojos llorosos y angustiado, ahora
comienza a faltarle el aire. Sofocado se afloja el escote del sueter
que lleva puesto y espera ansioso a que se le aclare la mente… y sigue,
“porque yo creí que sólo era un sueño, una alucinación. No sé, que no
era nada. Sólo producto de ¡vaya a saber dios qué!, y que no era más que
eso…” argumenta alzando un poco el tono de la voz, mientras que Dita
impávida, se relame el azúcar que le quedó en las comisuras de los
labios al tanto que tantea en su bolso el paquete de caramelos de limón y
que finalmente no encuentra.
“Me estas matando con tu frialdad, por favor, decime que en verdad no
estuviste conmigo esa noche. Decime que todo fue producto de alguna
borrachera, o del estrés o de tantas horas de trabajo… pero por favor
¡hablá Dita!”.
Limpiándose las manos con una servilleta de papel, Dita se decide por
hablar, “… mmm… lo que pasó fue que yo también me quedé dormida… y soñé.
Como todas las noches, soñé. Pero aquella noche en especial te tocó a
vos. Fue sólo eso. No siempre puedo elegir en los sueños de quién voy a
caer. Y esa noche, toda vestida en telas azules y lavandas, te tocó a
vos. ¿Tendrás por casualidad algún caramelo de limón?”
FIN
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