miércoles, 27 de febrero de 2013

Excusas calientes, de DitaStonehenge


Lo miraba fijo a los ojos.
Él no podía dejar de pensarla desnuda.
De tanto en tanto se reacomoda en el asiento, tratando de juntar las rodillas debajo de la falda.
Con la excusa de no poder leer bien, se acercó un poco más hacia él.

“¿Te parece que paremos un rato acá? Voy a buscar un café, ¿Querés algo?”

Dudó un momento qué contestarle pero acomodándose el suéter ajustado decidió tomarlo del brazo y acompañarlo… “sí, mejor paremos un poco. Ya me empezaban a arder los ojos de tanto estudiar.”

Recorrieron el pasillo desierto de la biblioteca de la facultad, mirando el piso y sin decir una palabra. De repente ella se detuvo frente a una puerta entreabierta, mientras él, sin darse cuenta, siguió caminando creyéndola aún aferrada a su brazo.
En un momento se dio cuenta que la había perdido en alguna parte del trayecto, y se sintió estúpido por estar siempre tan metido en sus propios pensamientos. Giró sobre sus talones y regresó a buscarla.

Las luces del pasillo se esfumaron en cuanto llegó exactamente a mitad de camino entre la entrada de la biblioteca y la puerta de la cafetería. Un escalofrío le acalambró la espalda y tiritó un instante.
Absolutamente a oscuras trató de ver en la nada. Sólo un rayito de claridad se veía en todo el espacio. Una tirita blanca, titilante, vertical a su izquierda.

Se acercó tratando de no hacer el más mínimo ruido y entornó lo que luego resultó ser una puerta. Un farol se esforzaba por encenderse. Una figura femenina se recortaba de a ratos entre él y el farol.

“Parece que toqué algo sin querer y se cortó la luz. Por suerte conseguí encender esta lámpara.”
“¿Estás bien? ¿Qué tocaste?”
“Ay, no sé…”- trató de sonar lo más inocente que le era posible-, “no sé, no sé…”, agregó casi con un sollozo.
“Bueno, está bien…”
“No quise hacer nada malo, sólo entré porque la puerta estaba abierta y parece que me tropecé con algo y de golpe se cortó la luz…, en serio, no fue a propósito… Y encima me parece que me lastimé la rodilla…”
“¿En serio?... ¿mucho?.. ¿a ver...?” y con pasitos se fue acercando casi a tientas sin poder ver demasiados detalles del salón.
“Sí, tocá…” dijo con voz casi de nena tomándole la mano y llevándosela a su rodilla…; “¿sentís?, me golpeé con una madera que debe andar por ahí….”
“Ah, no es nada, es solo un raspón…” confirmó, sin poder dejar de sentir la tersura de su piel, y agregó casi tartamudeando: “¿te duele mucho?”
“Un poco…” dijo ella agarrándole la mano con firmeza.

De repente ambos se quedaron así, quietos, él con su mano derecha en la rodilla izquierda de ella, y ella apretándosela contra sí.
Lentamente fue conduciendo la mano del muchacho hacia la contracara de su muslo. La piel se sentía cada vez más suave. De a poco fue subiéndola hasta el borde de su bombacha de algodón. La llevó a su entrepierna mientras la respiración de ambos comenzaba a dificultarse. Ahora la mano izquierda de él buscó lugar dónde esconderse debajo del suéter que ella traía puesto. Primero por la cintura, luego por la espalda para luego regresar al abdomen y subir hasta sus pechos.
Las bocas entreabiertas de ambos comenzaron a llenarse de saliva y a acercarse, lentamente, deseosas de saborearse una a la otra.
Comenzaron pasándose las lenguas por los labios, luego ambas se encontraron de frente y se fundieron en un beso apasionado y tan esperado por ambos.
Él se despojó de toda su timidez y hurgó por debajo del elástico de la prenda de ella la calidez de su humedad.
Ella sólo se dejó hacer, sedienta y hambrienta de deseo.
Mientras él metía un dedo entre los labios del sexo de ella, la joven subía y bajaba una mano por el voluptuoso frente que se le ofrecía.
Besándose, tocándose y deseándose se fueron acomodando contra un escritorio desocupado. La luz del farol los mostraba incandescentes. La silueta de ambos se dibujaba contra una de las paredes laterales y esa imagen los excitaba cada vez más. De pronto se alejaron sin hacer ningún ruido, ella se subió la falda y él se bajó el jean. Ambos dejaban al descubierto su embriaguez en llamas.
Con la falda subida hasta la cintura, se sentó sobre el escritorio con las piernas abiertas, mientras se sacaba el suéter ajustado, dejando libres sus pezones, ahora, erectos y rosados.
Él, maravillado por la imagen que se le entregaba, se bajó los calzoncillos liberando su masculinidad a punto de estallar.

Besándose, mojándose y bamboleándose, ambos comenzaron a tocarse, a juguetear con el sexo del otro. Ella tomó el miembro erecto de su hombre con la mano humedecida en saliva, y comenzó a excitarlo aún más. Subiendo y bajando lentamente. Sintiendo los latidos del corriente sanguíneo que lo alimentaba y vigorizaba cada vez más, sobre su palma apretada y mojada.
Él, en tanto, acariciaba el clítoris erecto, colorado y empapado de ella. Antesala al túnel que lo conduciría, de momento a otro, al más extremo de los placeres.
Refregándose el uno con el otro, ella de pronto lo sostuvo conduciéndolo fuertemente al centro del interior de todo su ser. Entregada. Hambrienta. Ardiente.
Él no tuvo que hacer el más mínimo esfuerzo en dejarse conducir, y se entregó a ella deseoso de penetrarla, hasta el fondo de toda ella, toda entera.
Mientras le besaba los pezones y se los mordisqueaba suavemente entraba y salía sintiendo todo un torrente de sangre que fluía hasta el extremo. El placer comenzaba a dolerle en el interior, sentía que iba a estallar dentro de ella.

Entre idas y venidas comenzaron a correr de a poco el escritorio donde ella se encontraba recostada, con las piernas extendidas, entregándosele decidida.
Los gemidos de ambos resonaban en toda la habitación. Ella lo sostenía del pelo con una mano y con la otra lo aprisionaba desde las nalgas.
Al cabo de un rato de entregarse, ambos coincidieron en un profundo orgasmo, salido de lo más oscuro de sus almas.

Terminaron exhaustos pero sin dejar de moverse, desfallecientes por el cansancio y siguieron besándose hasta dejarse caer. Ella sobre lo que le quedaba de escritorio. Él, sobre ella.

Salió de ella. Se paró frente a la imagen de una joven recostada con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, rosados, y una mueca de felicidad tallada en el rostro. Se acomodó la ropa, le cerró las piernas a ella, le besó la rodilla hinchada y le acarició el pelo revuelto sobre la cara. Ella, rió. Como una nena.

“Podés conectar la luz ahora…”, el interruptor está detrás de la puerta, dijo, mientras se reincorporaba lentamente, poniéndose el suéter apretado y subiéndose de nuevo la falda.

1 comentario:

  1. Combo Genial !!!
    Ta wuenaza la banda. Me recuerda tanto, tanto a mi amor Beth Gibbons... Buena... Muy genuina con tu esencia. TQM !

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