martes, 29 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 10: Despertares

"Necesitaba escuchar tu voz..."



A pocos meses de iniciada la relación y en combinación con las clases de inglés se estableció entre los dos una rutina que en principio pudieron manejar. Se veían tanto como podían. Los martes a las 19 la clase, a las 21 ella regresaba a su departamento-de-chica-que-vive-sola-y-es-libre.
Los miércoles a las 20 enseñaba a un joven padre de cuatro hijos adolescentes junto a su atractiva novia. Todos tomaban la clase juntos, más como un pasatiempo que por ganas de aprender y ella aceptaba la regla del juego familiar. Alrededor de las 21, él la llamaba al celular para avisarle que ya había llegado al departamento y que la estaría esperando con un gin tonic y la grabación en video casete de la serie que grababa especialmente los martes a las 22 y que los había enganchado: "Vulnerables". La tira trataba de pacientes de terapia grupal con historias personales conflictivas, incluso, como era de esperarse, hasta el mismo terapeuta tenía que resolver problemas de familia disfuncional. Luego de ver la grabación del programa de culto de la pareja, recostados, abrazados en el inmenso sofá azul, comenzaban el juego que desencadenaría inevitablemente en pasión desenfrenada.
Se enloquecían mutuamente y la atracción química iría aumentando con el correr del tiempo. Podían pasarse la noche entera besándose en silencio, recorriéndose palmo a palmo con las manos, con los ojos; acariciándose incansablemente. Luego, él acostumbraba a llevarle un libro a la cama para que ella, después del sexo, se lo leyera. Un gran favorito era Raymond Chandler y el gran personaje de sus novelas: Philip Marlowe.
Esa foto de los dos desnudos en la cama, con cigarrillos, vasos de gin tonic sobre las mesitas de luz y las lecturas entre sábanas no los abandonaría jamás.
Jamás.
Pasaban juntos la noche del miércoles, él tenía franco los jueves y los aprovechaba haciendo trámites por la mañana, yendo a la clase de bajo a la tarde y disfrutando de su tiempo en soledad a la noche. Ella adaptó sus horarios para encajar en esa rutina y enseñaba a la mañana a un arquitecto en Caballito, luego visitaría a una alumna médica en San Miguel y terminaría el día con un matrimonio joven en Ituzaingó que tomaba clases como un hobbie compartido, ya cayendo la tarde. El engranaje estaba lo suficientemente aceitado para que la vida de ambos no interfiriera con la del otro. Los sábados ella terminaba su recorrido de profesora de inglés a domicilio en Moreno, a las 20. De ahí pasaba a veces por su casa a cambiarse e iría al departamento de él, para quedarse hasta ver juntos el último capítulo de la maratón de Los Simpsons, de los domingos, en el canal FOX.
Estaban muy cómodos llevando esa vida mansa de días y horarios establecidos, de convivencia breve de horas; de comidas caseras los domingos al mediodía; de sesiones de sexo en todo el departamento; de prácticas con el bajo; de partidos de fútbol interrumpidos por los striptease de ella frente al televisor para acaparar su total atención; de la dedicación de ella en darle placer mientras él disfrutaba del fútbol por el cable; del agradecimiento de él por la gentileza a ella, luego de los partidos; de las picardías mutuas; de las bromas; de reírse hasta las lágrimas; de rebobinar escenas de películas para volver a ver por lo ¡buenas que estaban!; de ir a la cancha a ver el equipo del que él era hincha cuando jugaba de local; de sentirse plenos juntos.

Pero algo invisible se interpuso y alteró la armonía. Ella comenzó a sentir celos. Celos de las compañeras de trabajo que no conocía pero que sospechaba que le atraían. Celos de las vecinas del edificio que tampoco conocía. Celos de la cuñada de él que llegó a conocer a raíz de un accidente doméstico, gracioso, pero accidente al fin.
Habían estado en la cama de siempre hasta que la cama de siempre no los resistió más y se le quebró una de las patas que la sostenían. Con la cama inclinada sobre uno de los lados, ellos siguieron con lo que estaban haciendo sin darle importancia alguna a la nueva posición que habían tomado sorpresivamente en el lecho de amor. Una vez que ambos habían acabado con lo suyo, se bajaron a ver qué había sido aquel ruido y brusco golpe que habían sentido en los cuerpos. La pata del extremo izquierdo se había desclavado por completo de su soporte. Habría que clavarla de nuevo y asegurarse de la resistencia de esa pata junto a las demás.
Él decidió llamar a su hermano menor. Mecánico de autos de oficio, de los dos siempre había demostrado ser más hábil con las herramientas y las manos. Lo llamó para que lo ayudase a reparar la pata rota. Al cabo de un rato llegó el hermano de él con su esposa.
Hasta ahí todo hubiese sido una situación más o menos normal, pero ella se dio cuenta de un detalle no menor: la cuñada llegó enfundada en un minivestido negro, ajustado, con sandalias y maquillada. Le pareció sospechosamente extraño que por ser una salida de apuro y casi de emergencia, la cuñada hubiera tenido la ocurrencia de prepararse especialmente para acompañar al marido, por un arreglo doméstico en casa de su hermano. La profe intuyó que un interés oculto y oscuro acechaba desde la penumbra.
La pata de la cama fue reparada y el joven y feliz matrimonio se marchó satisfecho por haber cumplido con el objetivo de reparar la cama rota, y de conocer a la nueva amiga del médico de la familia.
No pasó mucho tiempo hasta que ella disparara a los cuatro vientos el interés de la cuñada por el cuñado doctor. La cuñada estudiaba veterinaria y a ella también le pareció que había sido una carrera elegida no por el cariño a los animales, sino por los puntos en común con la medicina humana. Mucho para compartir entre profesionales de la medicina, animal para ella, humana para él.
La llamó loca, le dijo que estaba enferma de celos, que veía fantasmas, que se limpiara la boca antes de hablar así de una mujer que no conocía, que no dijera nada que ensuciara el buen honor de su hermano, y tal vez dijo un par de cosas más, pero del mismo tenor.
Algo había comenzado a germinar entre ambos y ambos intuían que no sería nada bueno lo que se avecinaba.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Iris, de DitaStonehenge






Con peso muerto caminaba despacio y mirando el suelo. Las manos en ambos lados del cuerpo marcaban el ritmo de los pasos que resonaban en todo el pasadizo. Los tacones dejaron un rastro húmedo y carmesí hacia su destino incierto. Lo que había acabado de hacer abría una puerta y sellaba definitivamente la vida que había sobrellevado hasta hacía no más de algunas horas… o apenas minutos. Sin mirar hacia atrás, se dirigió hasta el final del callejón. Buscó en el fondo del bolsillo la llave con la que abría su refugio. Su frío y solitario refugio.

Entró por una puerta angosta y oxidada al galpón desierto. Encendió una luz y pudo ver la puerta del amplio ascensor de cargas, sucio y vacío. Presionó un número y fue a la oscura nada. El rechinar de las cadenas y poleas se quedaron por un rato en su mente, aturdida. Envuelta en un manto de polvo avanzó hacia el centro del gran salón. En el medio, una bombilla de luz delimitó un círculo claro y definido donde estaban todos sus muebles, mientras que todo el espacio restante y desierto, quedaba a oscuras. Este era su universo. Su vida. Su todo.

Se despojó, imperturbable, de su abrigo y lo dejó caer en una única silla de bar. Se descalzó mientras se acercaba a la heladera dejando a su paso el par de zapatos de tacos altos. Descalza se la veía más menuda y frágil. Vulnerable y débil. Del viejo congelador tomó una botella de agua helada y la bebió insaciable hasta la última gota. Se acercó al sofá del centro de la luz y se dejó caer, pesada.

La iluminación parpadeaba y amagaba en apagarse de a ratos. El sonido de un tren estremeció las paredes e intentó desmoronar su pasible tranquilidad. A través de las ventanas mugrientas se veía nítidamente una lejana luz de neón, que se encendía y apagaba antojadiza. Con los pies extendidos sobre el apoya brazos del sofá, las piernas entreabiertas y los brazos muertos sobre el estómago miraba hacia el techo que no podía ver. Escuchaba atentamente el ronroneo de un tubo fosforescente que la adormecía.

Con los ojos entreabiertos observaba entre sueños cómo comenzaban a desdibujarse las cosas que la rodeaban, que se trasformaban en el lugar de algún crimen.

Iris era una puta que por cincuenta pesos ofrecía un sinfín de servicios. Desde una felatio en la calle hasta penetración anal. Con sólo veinte años de edad tenía casi una década de oficio. Las manos resecas y las uñas despintadas la hacían parecer una ama de casa descuidada. Siempre se la encontraba en un barsucho de mala muerte entre las 2 y las 4 de la madrugada, antes o después estaría trabajando en lo único que sabe hacer.

Apenas eran las 2:30 y aquella noche era como todas: con borrachines dormitando en los rincones, chicas consiguiendo clientes, jóvenes inexpertos ansiosos en descargar toda su juventud, maridos insatisfechos repasando entre trago y trago alguna buena excusa para demorar el regreso a casa. 
                                      
Un viejo disco de Jimi Hendrix sonaba de fondo, mientras un único camarero se paseaba por todas las mesas, sacando vasos vacíos y reponiéndolos por otros llenos. El lugar tenía la clientela de siempre. Iris también estaba allí.

Enfundada en un minishort de lúrex fucsia, que le dejaba al descubierto gran parte de los cachetes, buscó un respiro en una solitaria mesa al fondo del salón, detrás de las viejas mesas de billar. Con un trago en una mano y un cigarrillo en la otra, caminaba contoneándose toda, revoleando una carterita de plástico con forma de corazón. Se sentó cruzando las piernas red y comenzó a balancear los pesados tacones al ritmo de la música. Era el cuarto trago y un eructo de vez en cuando la despertaba. El pelo marchito y despeinado, el rimel corrido de varios días, la boca reseca y rosada hacían de ella un retrato abstracto de lo que intentaba ser.

Un joven, en la otra esquina del bar, apoyado en la pared y bebiendo de a ratos su cerveza, no podía dejar de mirarla. Una mano en el bolsillo del jean y la camisa a cuadros entreabierta de franela azul le daban cierto aire de despreocupación… mientras recorría a la joven incansablemente.

La chica absorbida en su trago tarareaba una vieja canción de blues mientras jugueteaba con el pequeño hielo que había sobrevivido a ser molido entre sus dientes.

El muchacho se acercó decidido, la tomó de un brazo y le susurró algo al oído. Iris dejó su vaso muerto en la mesa, se sacó parte del minishort de la cola y lo acompañó hacia la puerta. Ambos salieron sin mirar atrás.

En el centro del círculo de luz, una mesita ratona con un cenicero atiborrado de colillas de cigarrillos, un florerito de plástico con dos violetas secas y un portarretratos vacío. En el piso, un viejo teléfono negro y un ventilador de tres hojas, de las que solo quedan dos. Con los pies entumecidos se acomodó mejor en el duro sofá desvencijado. La tristeza hacía años que se había colado por las hendijas del galpón abandonado, y había decidido quedarse por siempre. Una lágrima hizo un tremendo esfuerzo por caérsele por la comisura del ojo, pero no lo hizo; se quedó allí hasta secarse y desaparecer. El zumbido del tubo de pronto se detuvo y consiguió oir los ruidos de una ciudad extinta. Lentamente y adolorida se incorporó y se acercó a una de las ventanas. Por un hueco en el vidrio sucio pudo ver la calle que ahora estaba agonizando y habitada por animales nocturnos. Algunos perros se habían amontonado junto a un volquete de basura, entre diarios amarillentos y mojados.

Iris caminaba junto al joven en silencio, oyendo el murmullo de sus palabras pero sin entenderlas. En su mente los sonidos pasaban de largo y despojaban de sentido la conversación. Llegaron a una casa y entraron despacio, como en un sueño aletargado y denso. Subieron dos pisos por una escalera que los condujo a una habitación cerrada con llave. El joven abrió la puerta y pasaron. Era un altillo oscuro, solo iluminado por las luces de afuera. Haces azules teñían las sábanas de una cama de hierro macizo.

Iris se sentó en la cama y comenzó a desvestirse mecánicamente mientras él cerraba con llave la puerta. En un segundo ambos se quedaron desnudos. Ella se recostó en el medio de la cama con las piernas abiertas y encendió un cigarrillo mientras él solo se limitó a masturbarse un momento antes de penetrarla. Fuera, la noche se cerraba mientras el sexo de Iris intentaba abrirse para facilitar un poco las cosas. Con ritmo constante el joven la embestía sin que ella dijera nada, ni gimiese, ni reaccionara apenas. Constante en sus movimientos el muchacho se excitaba cada vez más, en tanto que Iris recordaba aquel momento de su infancia cuando un día, en el parque, su mejor amigo, aquel chico que tanto le gustaba, le confesaba su amor por otro compañerito de curso. Iris había pasado una semana entera sin querer volver a la escuela. Durante siete días no había comido y durante otras siete noches no había dejado de llorar. Con la mirada cosida al techo se podía ver a sí misma con un hombre encima, refregándole su sexo en sus entrañas. Ensuciándola por dentro y por fuera. Embadurnando aún más sus dolorosos recuerdos de niña.

Sin detenerse y frenético el joven la tomó fuertemente de las manos, al ritmo que su pene la atravesaba cada vez más y la llenaba con todo su grosor entrando y saliendo sin respiro. Iris se dejaba hacer y hurgaba en sus recuerdos la respuesta del por qué estaba allí, así, entregada. Ahora el muchacho la daba vuelta y la ponía boca abajo, mirando hacia la ventana mientras la sostenía por la cintura y la embestía de nuevo por detrás. Apoyada sobre sus rodillas y manos, Iris pasiva y en silencio escuchaba a lo lejos los gemidos placenteros de su compañero casual. El golpeteo de sus pechos entre sí comenzaba a sonar cada vez más fuerte en la profundidad del cuarto. De pronto, se aferró a uno de las barrotes oxidados de la cama, que con el ir y venir del joven había comenzado a aflojarse, en tanto comenzaba a sentir un agudo e intenso dolor en el interior de su ser, y de su mente.

Otra vez se alejó de la ventana que daba al callejón y se volvió hacia el centro de la habitación iluminada. Un ratón atravesó corriendo el cuarto pero de pronto se detuvo a mitad de camino, a observarla, y decidió seguir el trayecto hasta detrás de la vieja heladera. Se apoyó en el respaldar del viejo sofá y se pasó la mano por la cabeza. El pelo pegajoso olía a sangre. Se miró la mano y vio la punta de los dedos manchados, los olió y confirmó el dulce olor de la muerte, pero también el de la vida.

El barrote terminó zafándose e Iris se quedó con el pesado tubo en la mano… el intenso dolor le hizo cerrar los ojos y estallar en un grito de repulsión y locura. En un espasmo de furia se dio vuelta y le clavó el caño al muchacho en el pecho al momento que éste comenzaba a tener un descomunal orgasmo. Empuñando el trozo de metal se quedó paralizada, viendo cómo el joven atravesado caía de espaldas al suelo expulsando borbotones de semen y sangre en medio de estertores de vida y muerte.

En absoluta quietud unas tremendas luces la enceguecían en el centro de su frío y solitario refugio. Afuera, la luz de neón parpadeante se confundía con luces rojas y azules. Una sirena le empezaba a perforar el cráneo al tiempo que cuatro agentes armados la esposaban sin dejar calzarse los zapatos de tacos ensangrentados.

viernes, 18 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 9. Nostalgias. 3° parte.


Ahora, era una mujer.



   ¡Hola!

   Hola, ¡polaquito!

   ¿Cómo andás? ¿Interrumpo algo?

   No, para nada. Estoy navegando en internet. Dejándome llevar...

   Qué lindo eso. Dejarse llevar...

   Sí, muy placentero. ¿Vos? ¿En qué andás?

   Nada. Pensaba en cómo ya hizo un año del primer contacto. ¿Te diste cuenta?

   No, la verdad que no. ¿Podemos hablar por teléfono?

   No.

   Ok.

   Se me complica mucho. Mi marido duerme y no quiero correr el riesgo de que se despierte.

   Ok.

   ¿Vos andás bien?

   Sí.

   Eh! ¿Qué pasa?

   Nada.

   ¿Nada?

   Sí, nada.

   ¿Te enculaste?

   ¡Claro!

   ¿Por?

   Porque no estoy acostumbrado a que me traten así...

   ¿Así?

   Sí.

   Ufa. ¿Tengo que repreguntarte todo?

   Sí.

   Bueno, ¿Así cómo?

   Así, con condiciones. No podemos hablar por teléfono porque no querés correr riesgos de despertar a tu familia... 

   Sí vos estuvieses en mi lugar lo entenderías, pero claro, jamás estarías en situación semejante.

   Vos podrías llamar justo en el momento en que estoy con mi novia...

   ¿Eso es una provocación?

   ¿Lo es?

   Te lo pregunto yo.

   No. Es una posibilidad solamente.

   Sabés que no voy a llamarte sin chequear antes de que podés hablar... ¡Lo sabés!

   Sí.

   ¿A qué estamos jugando?

   Vos no sos un juego para mí, pero empiezo a creer que yo lo soy para vos...

   ¿por?

   porque ya pasó un año y ¡no puedo verte! ¿Cómo se llama eso?

   No sé cómo se llama... pero es que verte sería poner todo en riesgo...

   Vengo del pasado a buscarte y me contestas esto... no sé qué pensar...

   Yo hago un esfuerzo para pensar sin que el razonamiento se contamine de sentimiento. Si fuera por mis sentimientos te iría a ver ya mismo...

   ¡Vení! Te espero con un gin tonic y Robert Miles si querés... ¿Cuánto tardás?

   Jajajajaja... buen intento pero no voy a ninguna parte, y menos a estas horas...

   Lástima.

   No soy de esas mujeres que mantienen una doble vida. Creo que lo sabés...

   ¡Me estás cargando! ¡Le fuiste infiel a tu pareja la noche de fin de año conmigo!

   Bueno, pero era distinto...

   ¿En qué? Te leo atentamente.

   Yo no estaba bien con mi pareja y de vos me enamoré...

   Todavía estoy esperando una respuesta convincente...

   Yo a mi marido lo quiero.

   No dijiste que lo amás...

   ...

   ¡Enmudeciste!

   Sí. Desde que apareciste no sé qué siento por mi marido. Ésa es la verdad. No te puedo engañar, a vos no. Con vos no puedo dejar de ser yo misma. Con vos soy todo. Con vos soy como no puedo ser con mi marido. Y esto me vuelve loca. No sé. Lo quiero mucho, es el padre de mi bebé, lo elegí para formar una familia, lo elegí. No puedo de un día para el otro deselegirlo... ¿entendés?

   ¡Lo usaste!

   ¿Qué decís??????

   Digo que no lo amás, lo usaste para ser madre, lo único que te interesaba... ahora aparezco yo y de repente no lo amás y lo querés...

   Suena cruel, pero tal vez tengas razón. Puede ser que lo haya elegido para ser madre y que tu aparición me haya aclarado esto que me decís... lo tendría que pensar... no sé.

   Vení a mi casa. O te paso a buscar por donde vos me digas...

   No me digas eso. No me hagas dudar. Por favor.

   Yo no dudo. Quiero verte. Necesito verte.

   Y yo a vos.



sábado, 12 de noviembre de 2011

Qué difícil es.


12/11/2011 Esta hermosa morocha simpaticona acaba de morir. Qué difícil es sobrellevar la muerte de un ser querido, de la propia no tenemos remedio pero de los que nos acompañaron incondicionales... esa es la muerte más insoportable.
12/04/2001 El día que la adopté cuando tenía 45 días y recién destetada.
Te voy a extrañar siempre, Nery.

viernes, 11 de noviembre de 2011

INTERLUDIO, de DitaStonehenge


Tomó su teléfono y habló.

-¿Querés saber lo que es el dolor?

                 Del otro lado nadie contestó, pero siguió.

-Yo te voy a decir lo que es el dolor. Dolor es amar en silencio. Dolor es reprimir el llanto cuando estás acostado para no despertar al que tenés al lado. Dolor es hablar con la verdad y recibir como respuesta la indiferencia. ¿Querés que siga?

           Del otro lado nadie contestó, y nuevamente retomó.

-Dolor es contar tus más profundos miedos, esos que solo vos conocés y al exponerlos... recibir del otro la espalda. Dolor es abrirte el pecho y mostrar tu corazón rebozante de amor para que el otro te lo arranque con total y absoluta liviandad y lo ponga frente a tus propios ojos para que lo veas desangrar hasta quedarse absolutamente seco. Dolor es decir palabras sinceras y recibir del otro incredulidad. Dolor es callar el más profundo y puro de los sentimientos a sabiendas que no es ni será jamás correspondido. ¿Estás ahí? ¿Sigo?

                                                 Del otro lado silencio absoluto.

-Dolor es hacer el amor con todo el ser y que el otro pronuncie otro nombre... Dolor es esperar un gesto de cariño, un abrazo, un beso en los labios y la espera queda solo en esperar... Dolor es llorar cada vez que se está solo para liberar la presión en el pecho, y después mostrarse sonriente y feliz delante de los demás. Dolor es amar en vano. Es sufrir en silencio. Dolor es no poder esperar nada del amado. ¡No me vas a decir nada!

                                                                                                                                                                                                                       Silencio.

- ¡Claro! ¿Qué podés decir? No tenés idea de lo que es tener dolor. Vos no sabés el dolor que es que te hagan sentir que uno es la nada. No te imaginás lo que es sentir la humillación, el insulto, el desprecio, la indiferencia, el cinismo.

-No sabés cuánto daño hace un "¡Andá con tus mentiras a otro!", "¡no soy lo que vos querés, yo no soy un boludo más!"; "¡me hartaste con todas tus mentiras!".

-No sabés lo que es partir por amor, no tenés idea lo que es irse para no ser un estorbo, para no insistir con un imposible, lo que es hacer un esfuerzo infrahumano para no salir corriendo a los brazos del otro, que no te está esperando y que los tiene ocupados con alguien más. Eso es dolor. El más puro y genuino de los dolores. Ni el dolor físico puede superar al dolor del alma. Cuando duele el alma, duele todo. Dolor es tener que tragarte el orgullo y que eso te raspe la garganta como un millón de cuchillos invisibles. Ojalá puedas entender lo que es el dolor.

                 Del otro lado oyó un suspiro leve, casi imperceptible.

- Y vos me querés explicar a mí lo que es el dolor.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 9. Nostalgias. 2° parte.

"Mágico sería poder verte."

Esas palabras se le instalaron en la mente y, durante mucho tiempo, descartó toda posibilidad de encontrarlo personalmente.
Una voz interior le decía incansablemente que NO DEBÍA.
¿Para qué?
¿Qué podría suceder con ella?
¿Con él?
¿Con su marido?
¿Con su bebé?
¿Con su familia?
¿Cuánto alteraría el ordenamiento que había logrado construir con su vida?
¿Por qué arriesgar la estabilidad que había conseguido, por alguien del pasado?
¿Era ciertamente alguien del pasado?
Mil preguntas se arremolinaban en su mente, y ninguna respuesta que la tranquilizara. Ni una. Ni una sola respuesta que le aclarara lo que le estaba sucediendo. Ya nada volvería a ser igual a antes de la aparición de este amor antiguo.
No entendía por qué esta jugada demoníaca del destino, o de algún ser supremo que la ponía a prueba. ¿Por qué aparecía justo en este momento? ¿Por qué no apareció antes? ¿Por qué no apareció hace 5 ó 6 años? Cuándo estaba sola, entrando y saliendo de relaciones pasajeras. ¿Por qué justo debía surgir de la nada como una entidad fantasmal cuando tenía, creía, su vida bajo control? Por cada interrogante nacía un nuevo camino sin salida.
Cada chat era un viaje en el tiempo, una marea densa de recuerdos que le traía viejas emociones, sentimientos antiguos que se despertaban con un nuevo ímpetu y revivían en su ser.
Comenzó a sufrir un cambio en su humor, un notable cambio de ánimo cuando estaba con su esposo.
Empezó a comparar...
Su esposo no se parecía en nada a él. No era ni lo apasionado, ni lo locuaz, ni lo sensible, en apariencia al menos, que él era. No tenía el sentido del humor ni la picardía ni la capacidad analítica que él tenía. Sólo una única cosa los asemejaba. Ambos se habían fijado en ella por casi lo mismo y sospechaba que también por lo mismo terminarían alejándose de ella: Su cinismo.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Por un momento, sintió miedo de perder a su marido, de perder la vida que se había erigido en torno a ella, la vida que la protegía de sí misma.
Encontrarse con el pasado no sería bueno. Sería arriesgarse del todo a quedarse sin nada. Sería arriesgarse a ser descubierta, arriesgarse a darse cuenta de que no dejó de amar jamás a ese hombre de hace una década. Sería arriesgarse a construir una vida paralela, y no tenía la menor idea de cómo podría hacer encajar ambas vidas, en un presente tan ajustado a los horarios y deberes que demandaba una familia.
Pasó el tiempo pero esos pensamientos no se borraron de su cabeza. Transcurrió un año entero de chats, llamados telefónicos, mensajes de texto clandestinos. De canciones dedicadas por cada uno al otro, de charlas telefónicas ardientes, de recuerdos que los erotizaba a ambos, de ganas de estar juntos otra vez... Comenzaba a desdoblarse en dos. Aún no se daba cuenta de lo que estaba naciendo en ella. En ella se estaba gestando una amante en potencia. Estaba preparando el terreno para salir de su refugio y enfrentar sus deseos. Se estaba armando de valor para hacer lo que le dictaba el corazón aun sabiendo que eso podría romper otros.
Toda vez que podían, se telefoneaban para escucharse las voces, voces que los transportaban en el tiempo. Durante todo ese año atravesaron muchos cambios en la relación a distancia. Infinidad de veces, se dijeron cuánto se habían extrañado, y también, infinidad de veces, se dijeron con ese mismo apasionamiento, cuánto deseaban no haber concretado ese primer nuevo contacto, luego de 10 años de historia.
En reiteradas oportunidades discutieron por chat, por teléfono o por mensaje de texto; y otras tantas, y pasadas algunas semanas, se reconciliaron amorosos por los mismos medios.
Estaban repitiendo la historia, su historia de amor. Ya antes habían experimentado este mismo ir y venir de ánimos.
Sólo una única cosa cambiaba ahora de cuando estuvieron juntos, hace una década.
Antes y ahora las provocaciones para la discusión eran unilaterales y provenían siempre de él. En el pasado, ella nunca pudo sostener una discusión y menos soportarla. En el pasado, cada vez que él le recriminaba algo ella se iba del conflicto. En el pasado, ella huía de la confrontación. En el pasado, literalmente tomaba sus cosas y partía sin decir una palabra y lo dejaba a él solo con su puñado de palabras hirientes.
En el pasado, ella se iba con un nudo en la garganta que no la dejaba decir nada, ni siquiera respirar, se iba con lágrimas abultadas en los ojos y dolor de panza. En el pasado, se iba a encerrar a su casa, a acostarse y a dormir hasta que se le pasara el malestar que le generaba la discusión.
En cambio ahora, diez años después, si bien todavía seguía detestando las discusiones, ahora, tenía las herramientas para quedarse en pie y enfrentar mirando a los ojos a cualquiera que la retase a una confrontación.
Ahora, era una mujer con argumentos. Ahora, era una mujer con respuesta para todo. Ahora, ante cada provocación respondía con otra nueva, y hasta con muchas otras tantas más.
Ahora, era una mujer.