martes, 29 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 10: Despertares

"Necesitaba escuchar tu voz..."



A pocos meses de iniciada la relación y en combinación con las clases de inglés se estableció entre los dos una rutina que en principio pudieron manejar. Se veían tanto como podían. Los martes a las 19 la clase, a las 21 ella regresaba a su departamento-de-chica-que-vive-sola-y-es-libre.
Los miércoles a las 20 enseñaba a un joven padre de cuatro hijos adolescentes junto a su atractiva novia. Todos tomaban la clase juntos, más como un pasatiempo que por ganas de aprender y ella aceptaba la regla del juego familiar. Alrededor de las 21, él la llamaba al celular para avisarle que ya había llegado al departamento y que la estaría esperando con un gin tonic y la grabación en video casete de la serie que grababa especialmente los martes a las 22 y que los había enganchado: "Vulnerables". La tira trataba de pacientes de terapia grupal con historias personales conflictivas, incluso, como era de esperarse, hasta el mismo terapeuta tenía que resolver problemas de familia disfuncional. Luego de ver la grabación del programa de culto de la pareja, recostados, abrazados en el inmenso sofá azul, comenzaban el juego que desencadenaría inevitablemente en pasión desenfrenada.
Se enloquecían mutuamente y la atracción química iría aumentando con el correr del tiempo. Podían pasarse la noche entera besándose en silencio, recorriéndose palmo a palmo con las manos, con los ojos; acariciándose incansablemente. Luego, él acostumbraba a llevarle un libro a la cama para que ella, después del sexo, se lo leyera. Un gran favorito era Raymond Chandler y el gran personaje de sus novelas: Philip Marlowe.
Esa foto de los dos desnudos en la cama, con cigarrillos, vasos de gin tonic sobre las mesitas de luz y las lecturas entre sábanas no los abandonaría jamás.
Jamás.
Pasaban juntos la noche del miércoles, él tenía franco los jueves y los aprovechaba haciendo trámites por la mañana, yendo a la clase de bajo a la tarde y disfrutando de su tiempo en soledad a la noche. Ella adaptó sus horarios para encajar en esa rutina y enseñaba a la mañana a un arquitecto en Caballito, luego visitaría a una alumna médica en San Miguel y terminaría el día con un matrimonio joven en Ituzaingó que tomaba clases como un hobbie compartido, ya cayendo la tarde. El engranaje estaba lo suficientemente aceitado para que la vida de ambos no interfiriera con la del otro. Los sábados ella terminaba su recorrido de profesora de inglés a domicilio en Moreno, a las 20. De ahí pasaba a veces por su casa a cambiarse e iría al departamento de él, para quedarse hasta ver juntos el último capítulo de la maratón de Los Simpsons, de los domingos, en el canal FOX.
Estaban muy cómodos llevando esa vida mansa de días y horarios establecidos, de convivencia breve de horas; de comidas caseras los domingos al mediodía; de sesiones de sexo en todo el departamento; de prácticas con el bajo; de partidos de fútbol interrumpidos por los striptease de ella frente al televisor para acaparar su total atención; de la dedicación de ella en darle placer mientras él disfrutaba del fútbol por el cable; del agradecimiento de él por la gentileza a ella, luego de los partidos; de las picardías mutuas; de las bromas; de reírse hasta las lágrimas; de rebobinar escenas de películas para volver a ver por lo ¡buenas que estaban!; de ir a la cancha a ver el equipo del que él era hincha cuando jugaba de local; de sentirse plenos juntos.

Pero algo invisible se interpuso y alteró la armonía. Ella comenzó a sentir celos. Celos de las compañeras de trabajo que no conocía pero que sospechaba que le atraían. Celos de las vecinas del edificio que tampoco conocía. Celos de la cuñada de él que llegó a conocer a raíz de un accidente doméstico, gracioso, pero accidente al fin.
Habían estado en la cama de siempre hasta que la cama de siempre no los resistió más y se le quebró una de las patas que la sostenían. Con la cama inclinada sobre uno de los lados, ellos siguieron con lo que estaban haciendo sin darle importancia alguna a la nueva posición que habían tomado sorpresivamente en el lecho de amor. Una vez que ambos habían acabado con lo suyo, se bajaron a ver qué había sido aquel ruido y brusco golpe que habían sentido en los cuerpos. La pata del extremo izquierdo se había desclavado por completo de su soporte. Habría que clavarla de nuevo y asegurarse de la resistencia de esa pata junto a las demás.
Él decidió llamar a su hermano menor. Mecánico de autos de oficio, de los dos siempre había demostrado ser más hábil con las herramientas y las manos. Lo llamó para que lo ayudase a reparar la pata rota. Al cabo de un rato llegó el hermano de él con su esposa.
Hasta ahí todo hubiese sido una situación más o menos normal, pero ella se dio cuenta de un detalle no menor: la cuñada llegó enfundada en un minivestido negro, ajustado, con sandalias y maquillada. Le pareció sospechosamente extraño que por ser una salida de apuro y casi de emergencia, la cuñada hubiera tenido la ocurrencia de prepararse especialmente para acompañar al marido, por un arreglo doméstico en casa de su hermano. La profe intuyó que un interés oculto y oscuro acechaba desde la penumbra.
La pata de la cama fue reparada y el joven y feliz matrimonio se marchó satisfecho por haber cumplido con el objetivo de reparar la cama rota, y de conocer a la nueva amiga del médico de la familia.
No pasó mucho tiempo hasta que ella disparara a los cuatro vientos el interés de la cuñada por el cuñado doctor. La cuñada estudiaba veterinaria y a ella también le pareció que había sido una carrera elegida no por el cariño a los animales, sino por los puntos en común con la medicina humana. Mucho para compartir entre profesionales de la medicina, animal para ella, humana para él.
La llamó loca, le dijo que estaba enferma de celos, que veía fantasmas, que se limpiara la boca antes de hablar así de una mujer que no conocía, que no dijera nada que ensuciara el buen honor de su hermano, y tal vez dijo un par de cosas más, pero del mismo tenor.
Algo había comenzado a germinar entre ambos y ambos intuían que no sería nada bueno lo que se avecinaba.

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