jueves, 29 de mayo de 2014

Destino con libre albedrío...



“Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción.”

Gilbert keith Chesterton

martes, 27 de mayo de 2014

CAP 1-3: El Principio del Fin.

El día siguiente lo sorprendió agotado y deseando que aquel sueño no tuviera fin.
A ella también. Ese sábado caluroso de octubre, llegó a su casa más tarde que de costumbre. Pero no le importó. El hombre con el que convivía aún no había llegado, eso la alivió. Se recostó con una sonrisa extraña. A la mañana siguiente quiso que el tiempo transcurriera veloz para que por fin se hiciera el primer martes de clase, más precisamente, que fuera el martes, a las 19 horas. Se sucedieron los días y un par de veces la sorprendieron pensativa con una mueca difícil de descifrar. "En qué estarás pensando, vos..." se animó a exclamar Francois, en un español afrancesado, en la cocinita del instituto de idiomas para el que ambos trabajaban. Él obviamente enseñaba su francés natal, y ella, inglés. —¡En nada, Fransuá! ¡En nada!—respondió por acto reflejo mientras seguía batiendo estúpidamente el preparado que luego se convertiría en café instantáneo. Nunca antes un alumno nuevo la había inquietado tanto.
El martes llegó finalmente. Llegó puntual. Tocó el portero eléctrico y esperó impaciente a que bajara a abrirle la puerta de entrada al edificio. Esta vez no hubo testigos. Un beso fugaz en la mejilla y la incomodidad de estar juntos y solos en el ascensor podía percibirse en la atmósfera. La clase fluyó con normalidad, es decir, nadie hubiese adivinado el torbellino que los invadía por dentro. Luego de puntuales 60 minutos de clase y de frases con verbos auxiliares, afirmaciones, negaciones e interrogaciones por fin se pudieron quitar los roles de profe y alumno por un rato. —Bueno, esto es todo por hoy. Espero que puedas hacer los ejercicios que te dejo y ya sabés que cualquier consulta que tengas la podemos revisar la próxima clase.—Un silencio impertinente, incómodo, se interpuso y él atinó a decirle "Gracias." Lo miró confundida y él sólo lanzó un "gracias... te lo digo porque fuiste muy clara con la primera lección y me gusta escucharte hablar, digo, me gusta cómo me hablás, no, mejor dicho, me gusta cómo explicás las cosas que hasta hoy me parecían imposibles de entender y sin embargo ahora veo que no es tan difícil solo es cuestión de prestar un poco de atención y listo, la cosa es más clara cuando se presta atención y... eso."
Sonrió, él se sonrojó. Bajaron los siete pisos a la realidad en silencio, esquivándose las miradas. —¿Te espero el sábado a la tarde?—, preguntó él tímidamente.—Sí. Tratá de hacer los deberes, ¡eh!—, contestó. Se despidieron con un beso peligroso, y la piel les quemó.

 
Puso en marcha el auto, encendió la radio y sintió que viajaba sin moverse.

CAP 1-2: El Principio del Fin.

Condujo hacia su casa con una sonrisa que no pudo disimular. Él, tampoco. En el ascensor trató de absorber su perfume aspirando profundamente. Cerró los ojos y recordó los de la profe. Ojos que jamás podría olvidar. Ojos profundos, melancólicos, de color café, de una intensidad inquietante. Aquellos ojos que lo recorrieron de pies a cabeza en silencio, despojándolo de todo pudor. Se sirvió un gin tonic y se sentó en el medio de su gran sofá azul marino. La mirada clavada en la pared blanca sin poder entender qué le pasaba en el cuerpo. Por qué esa sensación temblorosa de vértigo. Como si acabara de bajarse de una gigantesca montaña rusa: "La vuelta de la Muerte" o algo parecido. En total y absoluto silencio fue juntando fragmentos de esa tarde que le sería imposible olvidar. Una tarde imborrable. La llegada a su vida de una extraña que ya le había alterado el universo. La profesora de inglés, ella, la que fue capaz de hacer que su mundo dejara de existir por unas fugaces ¡siete horas! Comenzó a reír. Una carcajada se le escapó en una explosión que lo sobresaltó inesperadamente. ¡Siete horas con una extraña en mi departamento! No podía creer lo que acababa de sucederle, y para colmo, estaba ahora solo, nadie con quien compartir la reciente anécdota... Estuve en mi departamento más de siete horas con una chica, de unos veintitantos atractivos años, a solas, charlando, riendo, dejándonos llevar por la conversación y la adrenalina de la novedad, dejándonos seducir mutuamente... y no me di cuenta de la dimensión del suceso— pensó nuevamente. Por un instante se le ocurrió llamar a Rolo por teléfono para contárselo, pero desestimó la idea en seguida. "¡No me va a creer el boludo! ¡Se me va a cagar de risa!", imaginó. "Ruso, ¿qué te tomaste que te pegó tan mal?", imitó la voz de su amigo.
Se sacó el jean y lo reemplazó por un short negro, se sacó la camisa y se calzó la correa del bajo al hombro. Encendió la computadora, los parlantes, conectó el amplificador, sorbió un trago de gin tonic y dejó que la música lo invadiera.
El resto de aquel sábado 24 de octubre de 1998 concluyó con un cover del legendario Larry Graham y deseó que todo comenzara a tener sentido. El día siguiente lo sorprendió agotado y con el fehaciente anhelo de que aquel sueño no tuviera fin.



CAP 1-1: El Principio del fin.



Esta es una noche que voy a recordar siempre.
Estás muy linda (como siempre, como hace diez años)
Te mando un beso grande.
Cuidate mucho Polaco.




El mensaje latía en la pantallita del celular. El olor que dejó el paso del tren la envolvió por completo. Piedra quemada en una mezcla de óxido y tierra. El mismo tren que la dejaba a pasos de la casa de él. El mismo tren que la devolvía a hace diez años. Se conmovió un instante... y cruzó el paso a nivel apretando, en el fondo del bolsillo de la campera, el celular que guardaba esa dulce dedicatoria de un presente confuso.
Todavía se olía en el cuerpo el perfume que él le había dejado de la noche anterior. Había decidido no lavar aquel aroma de presente-pasado que la satisfacía.
Ella había sido su profesora de idioma una década atrás. Cuando ambos eran inmortales, cuando se permitían equivocarse a propósito aduciendo errores por la edad, por la inexperiencia, por la falta de mundo, por falta de vivido, por ser inmortales.
Ella 26, él 33. Ella en pareja desde hacía unos largos y asfixiantes 6 años. 
Él... libre. 
Ella vivaz, apasionada, graciosa, irónica, risueña, sarcástica, melancólica..., solitaria..., triste..., sola. 
Él, no.
Se conocieron y el mundo se detuvo. Era octubre de 1998. Sábado 24. 14 horas. Ella intuía en el cuerpo que algo iba a sucederle, algo profundo, algo que cambiaría para siempre su destino, algo que le devolvería la sonrisa, algo. 
Él, también.
Bajó el ascensor y un señor bajito y pelado le cedió el paso a una señora regordeta de solero de bambula ajustado. Detrás se asomó él. Médico. ¡Qué alto que sos! dijo ella, la profe; él se sonrojó. Los vecinos sonrieron con malicia. La empujó delicadamente dentro del ascensor. Subieron siete pisos esquivando miradas y hablando del día soleado y la temperatura.
Entraron, ella le explicó la metodología de las clases de idiomas y le preguntó por qué había decidido tomar ese curso y de dónde había sacado ese verde profundo para sus ojos... terminó pensando... si se lo habría quitado al mar verde azulado de una postal. 
Él contestó, le ofreció algo fresco para beber, encendió un cigarrillo, le preguntó si le molestaba el humo, si quería que abriese las hojas del ventanal del balcón que daban hacia la calle, que daban hacia el cielo, que daban hacia un futuro juntos de ahora en más. 
Ella contestó, se rió, lo sedujo, bromeó. 
Él encendió la luz, le ofreció un cuarto, un quinto café, una tercera Coca-Cola, ¿querés comer algo?; no, gracias, pero ¿qué hora será?, son las 21:23, ¡cómo se nos pasó el tiempo!; sí, disculpame que te haya entretenido tanto; no, disculpame vos que no me haya levantado nada más que para ir al baño, me gusta tu baño; pero de verdad que soy un desubicado, tu novio te debe estar esperando; no te preocupes, él siempre llega después que yo; qué bueno saberlo, digo, lo de no complicarte; para nada, quedate tranquilo; entonces te espero el martes a las 19 para la primera clase; claro, esperame toda la vida que siempre voy a llegar.
 
Condujo hacia su casa con una sonrisa que nada podía disimular. 
 
Él, tampoco.