martes, 27 de mayo de 2014

CAP 1-2: El Principio del Fin.

Condujo hacia su casa con una sonrisa que no pudo disimular. Él, tampoco. En el ascensor trató de absorber su perfume aspirando profundamente. Cerró los ojos y recordó los de la profe. Ojos que jamás podría olvidar. Ojos profundos, melancólicos, de color café, de una intensidad inquietante. Aquellos ojos que lo recorrieron de pies a cabeza en silencio, despojándolo de todo pudor. Se sirvió un gin tonic y se sentó en el medio de su gran sofá azul marino. La mirada clavada en la pared blanca sin poder entender qué le pasaba en el cuerpo. Por qué esa sensación temblorosa de vértigo. Como si acabara de bajarse de una gigantesca montaña rusa: "La vuelta de la Muerte" o algo parecido. En total y absoluto silencio fue juntando fragmentos de esa tarde que le sería imposible olvidar. Una tarde imborrable. La llegada a su vida de una extraña que ya le había alterado el universo. La profesora de inglés, ella, la que fue capaz de hacer que su mundo dejara de existir por unas fugaces ¡siete horas! Comenzó a reír. Una carcajada se le escapó en una explosión que lo sobresaltó inesperadamente. ¡Siete horas con una extraña en mi departamento! No podía creer lo que acababa de sucederle, y para colmo, estaba ahora solo, nadie con quien compartir la reciente anécdota... Estuve en mi departamento más de siete horas con una chica, de unos veintitantos atractivos años, a solas, charlando, riendo, dejándonos llevar por la conversación y la adrenalina de la novedad, dejándonos seducir mutuamente... y no me di cuenta de la dimensión del suceso— pensó nuevamente. Por un instante se le ocurrió llamar a Rolo por teléfono para contárselo, pero desestimó la idea en seguida. "¡No me va a creer el boludo! ¡Se me va a cagar de risa!", imaginó. "Ruso, ¿qué te tomaste que te pegó tan mal?", imitó la voz de su amigo.
Se sacó el jean y lo reemplazó por un short negro, se sacó la camisa y se calzó la correa del bajo al hombro. Encendió la computadora, los parlantes, conectó el amplificador, sorbió un trago de gin tonic y dejó que la música lo invadiera.
El resto de aquel sábado 24 de octubre de 1998 concluyó con un cover del legendario Larry Graham y deseó que todo comenzara a tener sentido. El día siguiente lo sorprendió agotado y con el fehaciente anhelo de que aquel sueño no tuviera fin.



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