martes, 27 de mayo de 2014

CAP 1-1: El Principio del fin.



Esta es una noche que voy a recordar siempre.
Estás muy linda (como siempre, como hace diez años)
Te mando un beso grande.
Cuidate mucho Polaco.




El mensaje latía en la pantallita del celular. El olor que dejó el paso del tren la envolvió por completo. Piedra quemada en una mezcla de óxido y tierra. El mismo tren que la dejaba a pasos de la casa de él. El mismo tren que la devolvía a hace diez años. Se conmovió un instante... y cruzó el paso a nivel apretando, en el fondo del bolsillo de la campera, el celular que guardaba esa dulce dedicatoria de un presente confuso.
Todavía se olía en el cuerpo el perfume que él le había dejado de la noche anterior. Había decidido no lavar aquel aroma de presente-pasado que la satisfacía.
Ella había sido su profesora de idioma una década atrás. Cuando ambos eran inmortales, cuando se permitían equivocarse a propósito aduciendo errores por la edad, por la inexperiencia, por la falta de mundo, por falta de vivido, por ser inmortales.
Ella 26, él 33. Ella en pareja desde hacía unos largos y asfixiantes 6 años. 
Él... libre. 
Ella vivaz, apasionada, graciosa, irónica, risueña, sarcástica, melancólica..., solitaria..., triste..., sola. 
Él, no.
Se conocieron y el mundo se detuvo. Era octubre de 1998. Sábado 24. 14 horas. Ella intuía en el cuerpo que algo iba a sucederle, algo profundo, algo que cambiaría para siempre su destino, algo que le devolvería la sonrisa, algo. 
Él, también.
Bajó el ascensor y un señor bajito y pelado le cedió el paso a una señora regordeta de solero de bambula ajustado. Detrás se asomó él. Médico. ¡Qué alto que sos! dijo ella, la profe; él se sonrojó. Los vecinos sonrieron con malicia. La empujó delicadamente dentro del ascensor. Subieron siete pisos esquivando miradas y hablando del día soleado y la temperatura.
Entraron, ella le explicó la metodología de las clases de idiomas y le preguntó por qué había decidido tomar ese curso y de dónde había sacado ese verde profundo para sus ojos... terminó pensando... si se lo habría quitado al mar verde azulado de una postal. 
Él contestó, le ofreció algo fresco para beber, encendió un cigarrillo, le preguntó si le molestaba el humo, si quería que abriese las hojas del ventanal del balcón que daban hacia la calle, que daban hacia el cielo, que daban hacia un futuro juntos de ahora en más. 
Ella contestó, se rió, lo sedujo, bromeó. 
Él encendió la luz, le ofreció un cuarto, un quinto café, una tercera Coca-Cola, ¿querés comer algo?; no, gracias, pero ¿qué hora será?, son las 21:23, ¡cómo se nos pasó el tiempo!; sí, disculpame que te haya entretenido tanto; no, disculpame vos que no me haya levantado nada más que para ir al baño, me gusta tu baño; pero de verdad que soy un desubicado, tu novio te debe estar esperando; no te preocupes, él siempre llega después que yo; qué bueno saberlo, digo, lo de no complicarte; para nada, quedate tranquilo; entonces te espero el martes a las 19 para la primera clase; claro, esperame toda la vida que siempre voy a llegar.
 
Condujo hacia su casa con una sonrisa que nada podía disimular. 
 
Él, tampoco.

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