lunes, 16 de mayo de 2011

La Cena, de DitaStonehenge

-“Disculpe la demora señor Gutiérrez, pero mi mujer me dejó dicho que llegaría más tarde…” dijo, mientras se le iban los ojos al descubrir una variedad interminable de platos colocados prolijamente sobre el mantel blanco y reluciente. Se le hacía agua la boca.
-“No se preocupe Héctor, supongo que de momento a otro se reunirá con nosotros. Pero por favor tome asiento, acompáñeme; pruebe este vino exquisito, es de mi bodega personal. Abro una botella de éstas una vez al año”, lo interrumpió sin darle tiempo a continuar.
-“mmmm….realmente delicioso, tan dulce, con tanto cuerpo, este perfume tan rico… ”. Héctor continuaba fascinado adjetivando las bondades del trago mientras su jefe ordenaba a la servidumbre, con un leve gesto de su mano derecha, a que sirviera la cena.
Levantando su copa Héctor brindó: “por los mejores vinos, las mujeres más bellas y las carnes más sabrosas. ¡Salud!” y sorbió de un trago lo que apenas le quedaba por beber.
-“¡Amén!” propuso el conde.
-“¡Válgame dios! ¡Que manjar! Le aseguro en el nombre de mi padre, que dios lo tenga en la gloria, que ¡jamás había probado carne más jugosa ni tan sabrosa!”,  exclamó sin importarle hablar con la boca llena. 
-“Sí, es una de las mejores, o fue, una de las mejores. Sabrá usted que cuánta más joven es la carne, más deliciosa es al paladar. Y ésta, en particular,  indudablemente era muy joven. Y bellísima además. Sepa disculpar el atrevimiento.”
-“Lo disculpo, lo felicito y lo consagro como el mejor anfitrión, ¡salud nuevamente!”, y acabó por beberse la segunda copa de vino.
 El conde no pudo disimular su satisfacción y orgullo; le pidió a una de las señoritas que lo escoltaban, que le sirviera un trozo más de carne horneada. Héctor tragaba y bebía sin dejar de hablar de lo tierno y espectacular que le resultaba el bistec.
-“¿Sabe una cosa Conde?”, dijo intentando bajar un trozo con un trago más, “con mi mujer creíamos que usted no era de fiar, pero después de esto, realmente siento admiración por usted”, aclaró, ya notablemente alcoholizado. Y agregó: “y mire, le digo másss: me gustaría que Stella, mi hermosa y joven esposa… estuviera aquí… para que se diera cuenta, como yo…., que usted es un amigo, porque sólo un amigo… puede tener la delicadeza de preparar una cena tan maravillosa…. como ésta”; concluyó con un sonoro eructo.
-“Bueno… mi estimado nuevo amigo, no sé qué decirle con cuán grandilocuente despacho de adulaciones. Le agradezco tanta deferencia conmigo. Como dicen los italianos: la mía casa e la sua casa, y me tomo la libertad de decirle: la mía cena e la sua cena. Pero debo confesarle que no suelo tener comensales de su característica en mi humilde mansión.”
-“¿A qué se refiere Conde?”, increpó con la mejilla sucia con salsa y un pedazo de carne saliéndosele por el costado.
-“Me refiero a que esta cena fue especialmente pensada en usted, y obviamente en su bella esposa. Me es un poco difícil elegir, a veces, a las personas indicadas, y esta vez no me equivoqué”. Y encendió un puro.
-“Bueno sabrá usted lo que quiere decir. Lamento que Stella se esté perdiendo esto”, terminó diciendo mientras rasgaba con las manos un trozo más.
-“Déjeme decirle que Stella siempre estuvo en la cena.”

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