Cuando uno es inmortal, literalmente no tiene nada que perder. Si me dan a elegir entre EXPERIENCIA y MORTALIDAD o INEXPERIENCIA e INMORTALIDAD, elijo ésta segunda. La decisión es obvia. Tengo toda la vida para equivocarme, incansablemente.
viernes, 25 de junio de 2021
jueves, 20 de mayo de 2021
miércoles, 19 de mayo de 2021
lunes, 12 de abril de 2021
Madonna - Almost Gone: The Unreleased Songs from "Music" album sessions ...
domingo, 31 de enero de 2021
Animaladas: Deseo por la muerte del gato.
Empezó el año trastabillando dolor. Prefirió la soledad, no había nada para festejar. Excepto la salud, claro está, de su puñado de afectos. Esos que no superaban en cantidad a los dedos de una mano.
Durante la primera semana del año se dio espacio para curar las heridas del cuello de uno de sus cuatro gatos. No fue algo repentino. Uno de ellos comenzó a tener costras y ronchas sangrantes, varias, a la altura del cuello. Donde supo haber una mullida mata de pelo blanco y suave; ahora había ronchas, costras y sangre seca.
Antes de llevarlo al veterinario optó por googlear alguna crema antimicótica y analgésica para comprar y remediar el problema epidérmico de su gato. Supuso que se debía a una alergia a las pulgas. Consiguió una en la farmacia de la vuelta de la esquina.
En la primera semana notó una clara mejoría en la piel del felino. A la segunda semana el gatito pasó de las ronchas a un fuerte resfrío. Se justificó en no llevarlo al veterinario con el cuadro general del gato. "Tiene las defensas bajas y se pesca lo que haya en el aire", se oyó decir a sí mismo.
A la tercera semana con menos ronchas en el cuello, ya sin los estornudos y una leve mejoría general, notó que el gato había comenzado a tener temperatura. "39.4 grados", leyó en el termómetro digital.
Siguió poniéndole crema en las ronchas e improvisó un cuellito, para evitar que se rascara o quitara la crema antimicótica, cortando una de las mangas de una vieja remera de cuando su hija era pequeña.
A la semana siguiente el gato dejó de comer.
Ahí sí las alarmas se encendieron. El gato que solía ser el primero en salir disparado, desde el lugar en que se hallase, para ir a devorar la comida de su plato, esta vez estaba inapetente y ya algo más delgado. No lo notó hasta que un día su hija le dijo que aquel gato estaba muy liviano.
Esperó al viernes de aquella semana para entonces sí llevarlo al veterinario. El médico le dio un diagnóstico que lo sorprendió: "Este gato tiene todos los síntomas de tener Mycoplasmosis felina... ¿Por casualidad estuvo en este último tiempo comiéndose las piedritas del baño?", le preguntó el veterinario y la pregunta lo asombró por la precisión de los acontecimientos de las últimas semanas. "No!",-respondió al instante. "Pero suele ir al baño a lamer la bañera."
El veterinario le aplicó dos inyecciones, una de antibióticos y la otra de corticoides al tiempo que respondió que ése era un indicio de que el gato estaba anémico. Por fin encontraba una respuesta al comportamiento de uno de sus gatos, que le causaba curiosidad pero que había minimizado todo al respecto.
El sábado siguiente le dio la medicación recetada por el veterinario. El gato comió, bebió y se mostró más animado que en los días anteriores. Pero el domingo se metió debajo de la mesa del living, precisamente debajo de una de las sillas donde ni siquiera le daba la luz del día directamente.
Le tomó la temperatura y superaba los 39.8 grados. Intentó darle la medicación pero el gato la escupió. Entonces comenzó la pesadilla de un domingo de pleno verano en el conurbano bonaerense.
Su hija ese fin de semana estaba en casa por lo que la derivó a la casa de su otro progenitor por el resto del día mientras pedía un uber para llevar al gato a un hospital veterinario de guardia en la zona.
Luego de esperar más de una hora en la puerta del hospital veterinario tras dar los datos del felino en la recepción en la calle, en una ventanilla bajo el rayo del sol; por fin los llamaron para ingresar.
El escenario que se le desplegaba a medida que se hundía en las entrañas del hospital era cada vez peor. Atravesó la guardia con gatos y perros enchufados a vías con suero. Tuvo que, literalmente, esquivar un gran ovejero alemán que se desangraba bajo sus pies y temblaba bajo los paños que le ponía su dueño y que se mojaban en rojo. Cruzaron un salón de caniles con gatos y perros recuperándose de operaciones, algunos amputados, otros que parecían dormidos por el coma farmacológico tras sus intervenciones quirúrgicas.
Por fin la joven médica veterinaria les halló un lugar tranquilos para los dos.
Sacaron al gato de la bolsa transportadora, lo pusieron sobre una camilla metálica, la joven movió una llave en la pared y descolgó una manguerita con oxígeno que acercó a la cara del gato mientras que con ternura y suavidad perguntaba por qué estaban los dos ahí.
Luego de contarle los acontecimientos de los últimos días le sacaron sangre al gato. Al cabo de una hora llegó una enfermera con los resultados del laboratorio. El panorama fue para nada alentador. Debía conseguir un gato para sacarle sangre y hacer un cruce de compatiblidad con el gato para hacer una transfusión de sangre urgente. De inmediato se contactó con su ex para pedirle que fueran a su casa a buscar a otro de los tres gatos para llevar donde se encontraban.
Tomaron uno al azar y por fortuna fue compatible con el convaleciente. Al cabo de dos horas empezó la transfusión de sangre que duró otras dos horas más. Aquel domingo terminó muy tarde. Regresaron los dos gatos junto al dueño en un Uber que iba realmente a muy alta velocidad, para el beneplácito de los tres.
Llegaron a casa y el gato enfermo salió del bolso transportador de un salto, y fue directo al plato de comida. Maulló exigiendo alimento. Se le concedió el deseo.
Los otros gatos comieron a la par, excepto el gato donante de sangre que pareció comer por tres gatos famélicos.
El lunes comenzó sin sobresaltos, aunque los planes laborales tuvieron que adaptarse a los requirimientos de los gatos. Pensaba pasar por la oficina para hacer algunos trámites, que tuvo que postergar hasta que aquel enfermo dictaminara cuándo sería el mejor momento para ocuparse de sus obligaciones laborales.
El martes dejó de comer y no aceptó de ninguna manera la medicación. Lo llevó al veterinario de cabecera y le inyectó un fuerte antibiótico para que se recuperaba velozmente. También le indicó un paté multiproteíco que debía obligar al gato a consumir para recuperar sus fuerzas.
El miércoles el gato amaneció inapetente y débil. Ni siquiera aceptaba abrir la boca para una inyección de comida sabrosa y vitamínica y apenas tragaba un par de gotas de agua vía gotero.
El escenario comenzó a ser desolador.
Llevó su computadora a la barra de la cocina para tener al gato moribundo a la vista mientras trabajaba.
El gatito, de cinco años, y famélico pero débil, había decidido morir.
No aceptaba alimento ni agua.
Apenas le quedaban fuerzas para un maullido leve y agudo.
Eran pasadas las doce del mediodía cuando su dueño empezó a buscar teléfonos de veterinarias en la zona para llamar y consultar precios y medios de pago para practicar una eutanasia.
Llamó a tres consultorios veterinarios de la zona. Siempre se le quebró la voz cuando contestó el por qué consultaba por la última resolución de darle fin a una vida: "Porque no puedo ver a mi gato agonizar debajo de la mesa del living de mi casa..." era su respuesta con los ojos llenos de lágrimas.
Fue entonces que planeó el fin del gato y de su mal. Buscó una vieja sábana y sobre ella puso al gato en el patiecito, en el balcón, entre las plantas.
Aquel día su hija estaba en casa. Iba y venía e intentaba esquivar la mirada hacia el felino agonizante.
"No lo puedo ver así..."
"No lo veas, andá a tu cuarto. Cuando ya haya terminado todo te voy a avisar..."
"Por favor te lo pido, ¿me lo prometés?"
"Sí."
El gato intentaba salir de su mortaja improvisada y buscaba arrastrarse hacia otro lado, más cerca de la oscuridad de su final. Más lejos de la luz del día.
Se fue arrastrando hacia la cocina, intentaba meterse debajo de un mueble, huyendo de la luz.
Entonces se dio cuenta de que debía devolverlo a debajo de la mesa del living, protegido de la claridad. Y desde ahí podía ver el proceso de la muerte del gato.
Empezó con espasmos esporádicos, y cada treinta minutos. Hubo un momento en que fue un claro indicio de la agonía del felino cuando arqueó la espalda de tal modo que con la cabeza formaba un arco completo, un semicírculo perfecto. Estaba agotando sus recursos de oxígeno. Su sistema respiratorio comenzaba a fallar para cerrarse.
Luego, en esa misma posición, las patas delanteras se movían como si estuviese corriendo sin parar. Los ojos se le dilataron al 100% y nunca más volvieron a ser como antes. Dejó de ver su alrededor para empezar a ver hacia otro lado.
Los estertores fueron lentamente más seguidos, su respiración fue disminuyendo paulatinamente con bocanadas abruptas y esporádicas.
En un momento, finalmente, dejó de hacer lo que estaba haciendo para observar con minucioso detalle, las complejidades de la muerte.
Observó cómo el gato agotaba las energías que le quedaban para zambullirse en la muerte.
Y de repente, sucedió.
sábado, 24 de octubre de 2020
Cap:1 Ep:1: Veinte años
Sábado 24 de octubre.
Regresó a su casa luego de una tarde inolvidable, inenarrable.
Encendió la radio.
Abrió la ducha, encendió un cigarrillo. Se desvistió y miró la hora al pasar en el reloj despertador de la habitación, eran las diez pasadas de la noche de un caluroso sábado primaveral; con el cigarrillo en la boca, totalmente desnuda y el largo cabello castaño recogido en un rodete improvisado con un lápiz, se sirvió un trago.
Salió de la ducha envuelta en una toalla. Se vistió solo con una remera vieja y una tanga de algodón blanca. Encendió otro cigarrillo. Se cepilló el cabello. Encendió la tv del cuarto. Volvió a ver la hora, ya las 23:30 hrs y aún su pareja no aparecía. La alivió. No tendría que dar explicaciones del porqué había llegado tan tarde un sábado. Buscó algo qué comer en la heladera: dos zapallitos rellenos.
Cenó en la cama, terminó su trago, encendió otro cigarrillo. Apagó la TV. Abrió el libro que venía leyendo desde hacía varias noches: El pudor del pornógrafo de Alan Pauls.
Lo terminó en un par de horas...
domingo, 27 de septiembre de 2020
CEI: C1E3: El pincipio del fin.
Capítulo 1/Episodio 3: El principio del fin.
El día siguiente lo sorprendió agotado y deseando que aquel sueño no tuviera fin.
A ella
también. Ese sábado caluroso de octubre, llegó a su casa más tarde que de
costumbre. Pero no le importó. El hombre con el que convivía aún no había
llegado, eso la alivió. Se recostó con una sonrisa extraña. A la mañana
siguiente quiso que el tiempo transcurriera veloz para que por fin se hiciera
el primer martes de clase, más precisamente, que fuera el martes, a las 19
horas. Se sucedieron los días y un par de veces la sorprendieron pensativa con
una mueca difícil de descifrar. "En qué estarás pensando, vos..." se
animó a exclamar Francois, en un español afrancesado, en la cocinita del
instituto de idiomas para el que ambos trabajaban. Él obviamente enseñaba su
francés natal, y ella, inglés. —¡En nada, Fransuá! ¡En nada! —respondió por
acto reflejo mientras seguía batiendo estúpidamente el preparado que luego se
convertiría en café instantáneo. Nunca un alumno nuevo la había inquietado
tanto.
El martes
llegó finalmente. Llegó puntual. Tocó el portero eléctrico y esperó impaciente
a que bajara a abrirle la puerta de entrada al edificio. Esta vez no hubo
testigos. Un beso fugaz en la mejilla y la incomodidad de estar juntos y solos
en el ascensor podía percibirse en la atmósfera. La clase fluyó con normalidad,
es decir, nadie hubiese adivinado el torbellino que los invadía por dentro.
Luego de puntuales 60 minutos de clase y de frases con verbos auxiliares,
afirmaciones, negaciones e interrogaciones por fin se pudieron quitar los roles
de profe y alumno por un rato. —Bueno, esto es todo por hoy. Espero que puedas
hacer los ejercicios que te dejo y ya sabés que cualquier consulta que tengas
la podemos revisar la próxima clase. —Un silencio impertinente, incómodo, se
interpuso y él atinó a decirle "Gracias." Lo miró confundida y él
sólo lanzó un "gracias... te lo digo porque fuiste muy clara con la
primera lección y me gusta escucharte hablar, digo, me gusta cómo me hablás,
no, mejor dicho, me gusta cómo explicás las cosas que hasta hoy me parecían imposibles
de entender y sin embargo ahora veo que no es tan difícil solo es cuestión de
prestar un poco de atención y listo, la cosa es más clara cuando se presta
atención y... eso."
Sonrió, él
se sonrojó. Bajaron los siete pisos a la realidad en silencio, esquivándose las
miradas. —¿Te espero el sábado a la tarde? —, preguntó él tímidamente. —Sí.
Tratá de hacer los deberes, ¡eh! —, contestó. Se despidieron con un beso
peligroso, y la piel les quemó.
CEI: C1E2 :El principio del fin.
Capítulo 1/ Episodio 2 :El principio del fin.
Condujo hacia su casa con una sonrisa que no pudo disimular. Él, tampoco. En el ascensor trató de absorber su perfume aspirando profundamente. Cerró los ojos y recordó los de la profe. Ojos que jamás podría olvidar. Ojos profundos, melancólicos, de color café, de una intensidad inquietante. Aquellos ojos que lo recorrieron de pies a cabeza en silencio, despojándolo de todo pudor. Se sirvió un gin tonic y se sentó en el medio de su gran sofá azul marino. La mirada clavada en la pared blanca sin poder entender qué le pasaba en el cuerpo. Por qué esa sensación temblorosa de vértigo. Como si acabara de bajarse de una gigantesca montaña rusa: "La vuelta de la Muerte" o algo parecido. En total y absoluto silencio fue juntando fragmentos de esa tarde que le sería imposible olvidar. Una tarde imborrable. La llegada a su vida de una extraña que ya le había alterado el universo. La profesora de inglés, ella, la que fue capaz de hacer que su mundo dejara de existir por unas fugaces ¡siete horas! Comenzó a reír. Una carcajada se le escapó en una explosión que lo sobresaltó inesperadamente. ¡Siete horas con una extraña en mi departamento! No podía creer lo que acababa de sucederle, y para colmo, estaba ahora solo, nadie con quien compartir la reciente anécdota... Estuve en mi departamento más de siete horas con una chica, de unos veintitantos atractivos años, a solas, charlando, riendo, dejándonos llevar por la conversación y la adrenalina de la novedad, dejándonos seducir mutuamente... y no me di cuenta de la dimensión del suceso— pensó nuevamente. Por un instante se le ocurrió llamar a Rolo por teléfono para contárselo, pero desestimó la idea en seguida. "¡No me va a creer el boludo! ¡Se me va a cagar de risa!", imaginó. "Ruso, ¿qué te tomaste que te pegó tan mal?", imitó la voz de su amigo.
Se sacó el
jean y lo reemplazó por un short negro, se sacó la camisa y se calzó la correa
del bajo al hombro. Encendió la computadora, los parlantes, conectó el
amplificador, sorbió un trago de gin tonic y dejó que la música lo invadiera.
El resto de
aquel sábado 24 de octubre de 1998 concluyó con un cover del legendario Larry
Graham y deseó que todo comenzara a tener sentido. El día siguiente lo
sorprendió agotado y con el fehaciente anhelo de que aquel sueño no tuviera
fin.
CEI: C1E1: El principio del fin.
Capítulo 1/Episodio 1: El principio del fin.
Esta es una
noche que voy a recordar siempre.
Estás muy
linda (como siempre, como hace diez años)
Te mando un
beso grande.
Cuidate
mucho Polaco.
El mensaje
latía en la pantallita del celular. El olor que dejó el paso del tren la
envolvió por completo. Piedra quemada en una mezcla de óxido y tierra. El mismo
tren que la dejaba a pasos de la casa de él. El mismo tren que la devolvía a
hace diez años. Se conmovió un instante... y cruzó el paso a nivel apretando,
en el fondo del bolsillo de la campera, el celular que guardaba esa dulce
dedicatoria de un presente confuso.
Todavía se olía en el cuerpo el perfume que él le había dejado de la noche anterior. Había decidido no lavar aquel aroma de presente-pasado que la satisfacía.
Ella había
sido su profesora de idioma una década atrás. Cuando ambos eran inmortales,
cuando se permitían equivocarse a propósito aduciendo errores por la edad, por
la inexperiencia, por la falta de mundo, por falta de vivido, por ser
inmortales.
Ella 26, él
33. Ella en pareja desde hacía unos largos y asfixiantes 6 años.
Él...
libre.
Ella vivaz,
apasionada, graciosa, irónica, risueña, sarcástica, melancólica...,
solitaria..., triste..., sola.
Él, no.
Se
conocieron y el mundo se detuvo. Era octubre de 1998. Sábado 24. 14 horas. Ella
intuía en el cuerpo que algo iba a sucederle, algo profundo, algo que cambiaría
para siempre su destino, algo que le devolvería la sonrisa, algo.
Él,
también.
Bajó el
ascensor y un señor bajito y pelado le cedió el paso a una señora regordeta de
solero de bambula ajustado. Detrás se asomó él. Médico. ¡Qué alto que sos! dijo
ella, la profe; él se sonrojó. Los vecinos sonrieron con malicia. La empujó
delicadamente dentro del ascensor. Subieron siete pisos esquivando miradas y
hablando del día soleado y la temperatura.
Entraron,
ella le explicó la metodología de las clases de idiomas y le preguntó por qué
había decidido tomar ese curso y de dónde había sacado ese verde profundo para
sus ojos... terminó pensando... si se lo habría quitado al mar verde azulado de
una postal.
Él
contestó, le ofreció algo fresco para beber, encendió un cigarrillo, le
preguntó si le molestaba el humo, si quería que abriese las hojas del ventanal
del balcón que daban hacia la calle, que daban hacia el cielo, que daban hacia
un futuro juntos de ahora en más.
Ella
contestó, se rió, lo sedujo, bromeó.
Él encendió
la luz, le ofreció un cuarto, un quinto café, una tercera Coca-Cola, ¿querés comer
algo?; no, gracias, pero ¿qué hora será?, son las 21:23, ¡cómo se nos pasó el
tiempo!; sí, disculpame que te haya entretenido tanto; no, disculpame vos que
no me haya levantado nada más que para ir al baño, me gusta tu baño; pero de
verdad que soy un desubicado, tu novio te debe estar esperando; no te
preocupes, él siempre llega después que yo; qué bueno saberlo, digo, lo de no
complicarte; para nada, quedate tranquilo; entonces te espero el martes a las
19 para la primera clase; claro, esperame toda la vida que siempre voy a
llegar.
Condujo
hacia su casa con una sonrisa que nada podía disimular.
Él, tampoco.
Eclipse de lunas. Capítulo IXX: Martín al desnudo.
Capítulo IXX: Martín al desnudo.
—¿Cómo es
eso de coger por coger? —le preguntó Martín al momento de encender un
cigarrillo, desnudo, en la cama a su lado.
—Bueno, es
coger con alguien que no puede ni le interesa dar más que eso, sexo—respondió
como si no entendiera qué parte del asunto no fuese clara.
—¡Tampoco
es que coja con cualquiera, eh! Cojo con quien pego onda, tengo piel, pero del
que no espero más que eso. Coger.
Eclipse de lunas. Capítulo XVIII: Infierno privado.
Capítulo XVIII: Infierno privado.
Y le
robaremos la llave a aquel incauto, insensato olvido de heridas grabadas en los
huesos.
Y nos
esparciremos las cenizas de aquella que ya no es, por el territorio de las
lineas de caras, estupefactas.
Y
llegaremos a casa una fría noche de invierno, nos descalzaremos para
cerciorarnos de que seguimos sintiendo, aún, algo debajo nuestro.
Y nos
beberemos el vino buscando una ventana al cielo.
Nos
miraremos las manos, manchadas.
Se nos
aflojarán las rodillas, nos ahogará una honda pena en la garganta, espléndida,
rebosante de dolor.
Sentiremos
el picor en los ojos de las lágrimas que se amontonan para salir todas juntas,
agarradas unas a otras.
El estómago
se nos revolverá ante el recuerdo de aquel cuerpo violáceo en el piso de
aquella cocina, intacta tras el paso de la Muerte Dama.
La llama
azul danzante en una de las hornallas, nada que quemar, nada más por arder en
su picante calor.
La penumbra
cubriéndolo todo a su paso, ya nada más.
Mil
recuerdos se arremolinarán en nuestras diminutas mentes. Nada entenderemos de
ahí en más. Nada tendrá sentido. No entenderemos la risa de los niños, ni la
felicidad ajena, cuando apenas vamos arrastrando el peso del espanto detrás
nuestro.
Subiremos,
bajaremos escaleras. Saludaremos. Dormiremos. Comeremos. Contaremos anécdotas.
Seguiremos una vida insatisfecha e incompleta. Esperaremos que llamen a nuestro
número. Veremos marcharse a otros en el mientras tanto. Algunos lo esperarán
con ansias. Otros, lo temerán.
Y
volveremos a mirarnos en el espejo sin poder reconocernos.
Y diremos
nuestro nombre, sin pensarlo. Nos convertiremos en zombies autómatas, en entes.
Volveremos
a aquel lugar donde alguna vez reímos hasta las lágrimas, y nos costará
entenderlo.
Nos
serviremos un vaso de alcohol hasta el tope, lo beberemos todo en tres o cuatro
grandes tragos, y aún así el ardor en el pecho será nada comparado al dolor del
corazón.
Gritaremos
escupiendo sangre. Golpearemos paredes hasta destrozarnos las manos, y nada
será semejante al pozo negro en el que ha caído nuestra alma.
Nos
arrancaremos los ojos, la piel, la voz. Nada quedará de nosotros.
Nos
hundiremos, infinitamente, en el hoyo profundo y oscuro de nuestro propio
infierno.
Todo esto es para mí, el duelo.