jueves, 15 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 23: El retorno. 3° parte.

Se bajó del auto con autodeterminación. Caminó hasta la entrada del edificio y tocó el portero eléctrico.

   ¿Hola? —le respondió enlatado.

   Soy Polaco... —contestó enseguida.

   Bajo.

Esperó mirando hacia la calle. Cuando escuchó que se abría la puerta de entrada giró sobre sus talones e inmediatamente se le colgó al cuello y lo besó con toda aquella pasión que la definía. Él, con ella todavía envolviéndolo con su cuerpo, cerró con una mano, como pudo, la puerta del edificio.

   ¡Pará, Polaco!—le dijo tomándola de la cintura y metiéndola de prepo al ascensor. Dentro, subieron los siete pisos besándose contra una de las paredes. Se recorrían con las lenguas y las manos sin alcanzar a decir nada.

Entraron al departamento, ella tiró su cartera en el sofá azul, se sacó el jean y la remera, se quedó apenas con las plataformas y una diminuta tanga blanca. Él, mientras tanto, fue a la cocina a preparar los tragos.
Ella se acostó en el sofá azul, vestida solamente con su irracional juventud. Lo esperó para entregarle su libertad. Él llegó con los gin tonic, los dejó sobre la mesa ratona y se acostó sobre ella.

   Hola...—lo saludó finalmente ella rodeándolo con sus brazos.

   Hola...—le respondió amoroso él, que se desnudaba sin dejar de recorrerla con la boca. Luego, completamente desnudos, se fundieron uno en el otro, ajustados en un abrazo caliente.

   Matame—le susurró él en el oído.

   Sí...—contestó ella obligándolo a que tomara su lugar en el sofá. Se quitó las plataformas y se sentó sobre él, sobre su erección. Él la tomó por la cintura y la traspasó con el verde de sus ojos.

   ¡Así, Polaco! Seguí así, me estás matando, Polaco. ¡No pares! Seguí así, me encantas Polaco. ¡Toda, Polaco! ¡Toda!—gemía él, ella lo observaba mordiéndose el labio inferior. Le acercó la cara para besarlo con ternura, él le devolvió el beso con toda la boca, la tomó con firmeza de la cintura y la dio vuelta, la colocó frente al balcón, que tenía el ventanal totalmente abierto.

Ella se aferró al apoyabrazos de un lado y el respaldo del otro entregándose dócil, abierta, profunda.
Al cabo de un rato intenso, acabaron ambos abrazados, extasiados. Ella miró la hora y le avisó que tenía que irse, pero que regresaría en dos horas. Se vistió y se marchó a dar una clase en el barrio de Villa Urquiza, muy cerca de Villa del Parque, con las llaves que le había alcanzado él, para que pudiera salir y regresar sin que él tuviese que levantarse del sofá. Sentía que el cuerpo ya no le respondía. Polaco, otra vez, lo había matado.


Puso en marcha el auto, y regresó a su casa pensando que le pediría al Dr. Rubinstein que la ayudara a regresar a allí, al lugar y al tiempo del que nunca tendría que haberse ido.


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