miércoles, 13 de febrero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible. 3ª parte.


Sus ojos eslavos se quedaron petrificados al observar la figura que se le presentaba en el umbral de la habitación.
Se incorporó en la cama, incrédula. Lo miró de pies a cabeza sin comprender del todo si se trataba de una ilusión óptica, de un fantasma, de una mera fantasía, o si realmente él estaba allí, de pie, frente a ella, después de tanto tiempo. Julia abandonó la habitación cerrando silenciosamente tras de sí la compuerta del habitáculo. Eligió esperar afuera, optó por darles toda la intimidad que se debían el uno al otro.

   Hola —la saludó con una sonrisa triste.

   Hola —le respondió ella apenas con un hilo de voz.

Se acercó y pulsó un botón para que saliera una de las cuatro butacas ocultas debajo de la cápsula.

   ¿Qué tenés, Polaco?—preguntó con preocupación.

   Ochenta y ocho años —le contestó ella, ya recuperada del shock inicial.

Sonrieron, juntos, otra vez.

   No, en serio. ¿Qué tenés? Julia me dijo algo pero quiero saberlo de vos misma —le confesó con palabras pausadas y entrecortadas.

   ¿Qué te contó Julia? ¿Cómo te contactó? ¿Qué te dijo? .... ¡Qué vergüenza! —exclamó y se miró las manos pálidas, rugosas, manchadas de vejez.

   No mucho. Me dijo que no te querías curar. ¿Por qué, Polaco?

   ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto nos queda? —lanzó como si arrojara llaves al aire capaces de abrir puertas.

   Sí. A mí también me pesa eso de esperar. En octubre cumpliré 95 y temo llegar a esa fecha, como cada año de los últimos diez.

   Mis hijos ya son grandes... tienen sus propias familias... sus hijos... mis nietos que vi nacer y crecer... mientras que el tiempo duele en el cuerpo... Yo ya hice lo que quise —dijo y lo miró fijamente a los ojos hundiéndose en el verde nublado de la mirada de él —yo ya estuve en vos —concluyó con los ojos inundados de pasado.

   Y yo en vos —agregó él con ternura. Metió una mano dentro de la cápsula y la posó sobre las suyas.

   Gracias — murmuró melancólica.

   A vos —siguió él con una mueca extraña en la cara.

   ¿Cómo hiciste para conservarte así? —lo increpó con curiosidad.

   ¿Así? —contestó confundido.

   Sí. Así. No parecés un viejo choto —sonrió.

   ¡No cambias más, Polaco! Siempre rompiendo los climas vos —le festejó el chiste con una risa reprimida. — Se supone que estás hecha mierda, por eso te tienen acá... a propósito, ¿quién te cuida a vos? ¿Tu marido no se queda? —preguntó en un intento de sonar con naturalidad.

   No, dejalo que se quede en casa. ¡Si se quedara lo terminarían atendiendo a él con todas sus mañas! —volvió a bromear.

   ¿Por qué no lo dejaste?

   ¿Por qué habría de hacerlo? Él fue mi relación más duradera. Llevamos cincuenta y cinco años juntos. Ya venció el período de prueba, me lo tengo que quedar a estas alturas... y además, ¿qué sería de mí sin él?

   Mía, tal vez —se atrevió a decir arrepintiéndose inmediatamente después de haberse aventurado al comentario.

Polaco se quedó pensativa y una lágrima finalmente rodó por la mejilla. Levantó la cara para mirarlo a los ojos — ¿En serio? —asomó la pregunta con la voz quebrada.

   Sí.

   Ya es tarde para corazones y flores, ¿no te parece? —le increpó con firmeza.

   No me hagas caso —se arrepintió negando con la cabeza lo que hacía un minuto acababa de fantasear. — Olvidate. Ya es tarde. Tenés razón. Dejate morir y terminá con todo. No tenemos esperanza. Ya es tarde para nosotros. Se nos escapó el tiempo y no hicimos nada para evitarlo... —la ametralló y repentinamente se puso de pie.

   ¿Vos te pensás que me divierte estar acá internada? ¿Vos te creés que me gusta esperar un fin que se demora en llegar? ¿No entendés que me cansa morir tan lentamente? Yo solo quiero liberarlos a todos. Que mis hijos disfruten de los suyos, que Joaquín, sobretodo, se despreocupe por mí, que mi marido no tenga que andar llevándome y trayéndome a la unidad. No los tuve para convertirme en una bolsa que molesta en el camino. No quiero interferir más. No quiero ser la cosa que quita tiempo. Yo ya estoy lista para dejar las cosas como están. Me llevó una vida entera lograr esto, ya está, me doy por satisfecha. Ya tomé la decisión y es irreversible —concluyó convencida de sus palabras.

   ¿Y yo? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Me dejás solo? —preguntó irónico.

   Vos estás demasiado viejo para cambiarte. No pude a los veintiocho, menos podré ahora. Ya te doy por perdido. Es todo. No se puede volver atrás en el tiempo.

   Polaco... —dijo él acercándosele despacio.

   ¿Qué? —preguntó con ternura en la mirada.

   Nos podemos ir juntos... —se aventuró a decir a media voz tomándola de las manos.

   ¿A dónde? —se sorprendió ella.

   A dónde vos querés ir... —respondió con calma.

   ¿A la eternidad? —dijo incrédula.

   Llamalo como quieras.

   ¿Cómo?

   Soy médico.

   Sí, ya lo sé.

   O al menos lo fui...

   ¿Qué querés decir?

   Fui médico y aquí estoy rodeado de maneras de cumplir tu sueño.

   ¿Podés dormirme? ¿Para siempre?

   Sí, puedo matarte si te referís a eso.

   ¿Serías capaz de matarme?

   ... solo si me fuera con vos...

   No entiendo.

   Si te mato, me muero.

   Sigo sin entender.

   Si te mato, me mato yo también... ¿Así te gusta más?

   ¿Serías capaz de suicidarte por mí?

   Soy capaz de suicidarnos a los dos. Vos también lo querés.

   Pero... ¿por qué?

   ¿Por qué no?

   Serías un asesino.

   Sería un suicida.

   ¿Mi muerte sería un acto de eutanasia?

   Llamalo como quieras. Dejarías de sufrir, y yo también.

   ¿Me lo estás proponiendo en serio?

   Sí.

   ¿Cuándo?

   Cuando me lo pidas.

   ¿Ahora?

   Sí.

   ¿Y tu familia?

   ¿Cuál?

   ¿No tenés a nadie?

   Me tengo a mí mismo y ya es mucho.

   ¿Por qué lo harías?

   Porque puedo.

   ¿Estás seguro?

   ¿Acaso no me ves acá con vos?

   No te lo creo.

   No hay nada que creer.

   Bueno. Está bien. Es lo mejor para todos.

   ¿Segura?

   Sí.

   Mirá que no hay vuelta atrás, eh.

   Sí, lo sé y eso es lo que espero.

   Bueno —el anciano respiró profundamente y giró hacia donde se encontraban las mangueritas con oxígeno— no te va doler, vas a dormir, solo eso. Ni te vas a enterar —le prometió con una sonrisa en toda la cara.

   Tengo miedo —dijo ella ofreciéndole la mano para que se la tomara.

   No lo tengas —le mintió con firmeza ofreciéndole la suya para tocarla.

   Confío en vos.

   Y yo en vos.

El anciano se acomodó en la butaca, le destapó el brazo hasta descubrir una red azul de venas gordas. Tomó un par de mangueritas a las que le insertó una cánula y una aguja en cada una. Se descubrió un brazo y la miró sonriente. Se incorporó despacio y la besó por última vez en los labios, ella cerró los ojos y esperó.
El anciano manipuló ambas mangueritas con lentitud. Primero le inyectó el aire en una arteria a ella, luego hizo lo mismo en su propio brazo.

Al cabo de unos minutos, el silencio los envolvió abrazados.

Julia abrió la compuerta de la habitación.


miércoles, 6 de febrero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible. 2ª parte.



De regreso a casa con su hijo Joaquín, tras haber dejado por cuarta vez a su mujer internada en la unidad sanitaria, viajaba absorto en sus pensamientos, en silencio, con la mirada fija observando el afuera a través de la ventana blindada del vehículo. Podía divisar, allá lejos, a la distancia, entre las sombras, los movimientos escurridizos de los seres de la noche.
Cientos de miles de seres excluidos ininterrumpidamente del sistema, durante generaciones enteras, habituados a reinar las oscuridades creando su propio Estado, sus propias reglas, su propias leyes. Hasta sus mismos organismos adaptaron sus metabolismos para dormir durante el día y habitar las sombras en el silencio nocturno. Lúmpenes mutantes. Sus pieles ásperas protegidas con trapos sintéticos. Siempre pensó que esos marginales, con su ausencia parcial de párpados y su andar encorvado, se asemejaban a los monos nocturnos asiáticos conocidos como tarseros por el descomunal tamaño de sus ojos amarillos.

En un momento giró la cabeza para mirar a su muchacho, con inocultable orgullo. Joaquín conducía sumergido en sus propios pensamientos, seguramente resolviendo preocupaciones laborales, creyó su padre, aunque a decir verdad, Joaquín solo pensaba en la salud de su madre.
Lo veía conducir con un rictus tal que no lograba descifrar lo que estaría atravesando por la cabeza de aquel hombre, tan maduro, sobrepasando ya los cincuenta años, exitoso en los negocios, con tres hijos finalizando pronto sus respetables carreras universitarias, una mujer cariñosa, fiel, madura pero jovial que lo ha acompañado amorosa en cada nuevo proyecto que se propusiera. De pronto, inesperadamente, sintió una profunda admiración por su hijo, aunque en el fondo, envidiaba la vida exitosa que había logrado construir, una vida que él mismo fue incapaz de crear para sí pero que acompañó silencioso en su descendencia.
Por otra parte estaba Julia.
Una mueca de sonrisa se le dibujó en los labios.
Volvió a mirar a través de la ventana.
La tarde caía como un manto pesado sobre la ciudad.
Julia era tan parecida a su madre. Desde chiquita siempre se destacó por su desenfado e iniciativa. Todo lo que se propusiera lo conseguiría a costa de una mera sonrisa encantadora. Julia heredó las virtudes histriónicas y seductoras de su madre, eso era indiscutible, incluso su belleza.
Respiró sonoramente. Joaquín lo miró con una sonrisa.

   ¿Estás bien, pa? —preguntó Joaquín en voz muy alta para que su anciano padre lo pudiera escuchar con claridad. Los años le fueron disminuyendo notablemente la audición y se rehusaba a usar audífonos y, más aún, a operarse.

   ¿Qué?

   ¿Estás bien? No te preocupes por mamá, en un par de días la sueltan de nuevo —pronunció en tono irónico para hacer sonreír a su padre y borrarle el entrecejo fruncido.

   Sí, claro. Siempre la sueltan —contestó él siguiéndole la gracia a su hijo.

   Pensá que si Julia logra convencerla de que haga el tratamiento, puede tener una sobrevida saludable de ahora en más —masculló Joaquín tratando de sonar optimista ante el panorama.

   ¿De qué sirve morir con salud?

Joaquín quedó sorprendido ante la pregunta de su padre. Lo miró fijamente con un rictus indescifrable en los labios. Volvió a mirar el camino. Al fin habían llegado a casa.


miércoles, 16 de enero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible


Abril 2060

Llegó a la cita puntualmente. Las puertas se abrieron y la pudo ver sentada a una de las mesas que daban al ventanal táctil. En cuanto la vio la reconoció, era ella. Se acercó despacio y cuando llegó junto a la mesa tosió para llamar la atención de la mujer.

   ¿Julia?

   ¡Doctor! No lo vi llegar. Tome asiento por favor —dijo mientras se ponía de pie y él se acomodaba en el asiento inteligente que lo acercaba a la mesa.

   ¿Qué le gustaría tomar? —dijo y abrió el menú tocando apenas la superficie de la mesa. Abrió ventanas aquí y allá y le leyó algunas de las alternativas hasta que levantó la mirada y lo vio abrumado por tanta información. —Ya sé, no me diga nada, ¿tomamos gin tonic?

   Por favor. Gracias.

   ¡Debí suponer que esa era la primera y única opción! —concluyó e hizo el pedido tocando aquí y allá sobre la pantalla de la mesa.

Él la observaba y podía ver el rostro de Polaco en el de Julia, en un momento ambos se miraron fijamente a los ojos hasta que Julia confesó: —Ahora entiendo lo que mamá vio en usted. Siempre me lo había repetido pero ahora lo veo y lo entiendo.

   ¿Qué ves? —dijo él al tiempo que llegaban sus tragos a través de una compuerta de uno de los laterales de la mesa. Él tomó los vasos y los dispuso sobre la mesa.

   Veo sus ojos. Mamá siempre me habló del verde de sus ojos, un verde profundo y ¡así es! —notó la incomodidad en la cara del anciano y decidió ir al grano —bueno, lo llamé para verlo porque tenía que decirle algo, algo muy importante para mí, y es que mamá está enferma, —lo miró otra vez directo a los ojos y continuó— muy enferma —los ojos se le nublaron y con congoja siguió hablando, y notó que el verde de los ojos del anciano también parecían comenzar a nublarse —Los médicos que la atienden dicen que su enfermedad es recuperable, siempre y cuando ella desee curarse a tiempo y el problema que tenemos con mi hermano, Joaquín, es justamente convencerla de que haga el tratamiento cuanto antes para evitar que empeore, y a su edad, la enfermedad avanza rápidamente. Mamá ya tiene 88 años...

   Lo lamento mucho por tu mamá. ¿Qué enfermedad es?

   Vasculitis del Sistema Nervioso Central —dijo sorprendida por la pregunta —y fue detectado tempranamente pero ella se niega a hacer nada para curarse, el riesgo es un infarto cerebral. No sabemos qué hacer para convencerla así que con Joaquín decidimos recurrir a usted. Mamá nos contó a los dos lo que hubo entre ustedes y siempre supimos que lo de ustedes es una historia que va mucho más allá de nuestro papá.

   No sé cómo pueden entender lo que sienten dos personas que no son ustedes —dijo con frialdad mientras bebía su gin tonic —no puedo ayudarte —concluyó.

   Entendemos lo que ustedes significan el uno para el otro porque la vimos delirar de felicidad cada vez que ustedes retomaron contacto. Hace muchos años, una noche en que nos quedamos solos los tres por última vez, nos contó a mi hermano y a mí toda la historia. Mi hermano al día siguiente se iba por dos años a hacer un doctorado a Europa y yo me fui a vivir con mi pareja un mes después. Aquella noche, Joaquín y yo le prometimos que jamás se lo contaríamos a nadie, se lo prometimos con el mismo amor que ella nos tiene y que nos demostró para confesarnos sus sentimientos más ocultos.

   Entiendo. ¿Dónde está ahora? —preguntó al tiempo que terminaba su trago.

   En la Unidad 2410 del distrito este.

   ¿Tu papá está con ella? —preguntó y terminó de un sorbo su trago.

   No, mi papá está viajando a casa precisamente ahora, —contestó al tiempo que observaba en su dispositivo de navegación una lucecita azul que recorría una cuadrícula fluorescente —está a diez manzanas de casa.

   Vamos —dijo el anciano mientras apoyaba la palma de su mano por la superficie de la mesa para pagar las consumiciones.

Se incorporaron y viajaron hasta la Unidad 2410 en el transporte de Julia. Era un modelo nuevo, sumamente liviano y silencioso. El modelo más popular por su atractivo diseño.

Llegaron al edificio, dejaron el transporte en el subsuelo catorce. Tomaron uno de los ascensores y en un minuto treinta segundos ya estaban en el piso cuarenta de la unidad.

Julia entró a la habitación y la vio a su madre dormida en su cápsula de internación. Le tocó apenas la cubierta haciendo que ésta se abriera silenciosamente.

   Mami...—le acarició una mejilla para despertarla.

Polaco abrió los ojos y se sonrió al ver la cara de su querida Julia.

   Hola —, dijo despacio —papá se fue hace un rato a casa con Joaquín que mañana se levanta muy temprano. Viaja al norte tu hermano, ¿lo saludaste?

   Mami, te traje una visita —dijo Julia mirándola a los ojos.

   ¿Una visita? ¿Qué visita?

   Esperame un momento que lo hago pasar —dijo Julia al tiempo que Polaco subía el respaldo de la cama por medio de un comando de la cápsula. Sus ojos eslavos se quedaron petrificados al observar la figura que se le presentaba en el umbral de la habitación.