jueves, 27 de octubre de 2011

CAPÍTULO 8: Mudanza de piel

Estacionó el auto sobre la vereda de su casa. Abrió la reja de entrada, abrió la puerta de la casa y ahí estaba él con cara de no haber dormido en días.


Cerró la puerta tras de sí y recorrió con la mirada la pequeña habitación. Sobre el mantel de hule floreado de la mesa redonda había media pizza de mozzarella y morrones en su caja, una botella de vino tinto abierta, por la mitad, una vela consumida en una botella de cerveza vacía y la cara de desesperación de él.
Dejó la cartera y las bolsas de sus compras en el shopping sobre una silla y se sentó en otra. Encendió un cigarrillo y le pidió que él también se sentara. Él obedeció haciéndole mil preguntas sin parar. Ella no lo oía, lo observaba pero no escuchaba lo que le reprochaba. Sonrió al verlo gesticular y mover los labios. Le causaba mucha gracia la situación y comenzó a reír, a reír a carcajadas.
Él se calló de golpe, sorprendido y furioso por sentirse forreado ¡por una pendeja del orto! ¿Qué te pensás que soy, pelotuda? Hace cuatro días que no sé nada de vos y ahora ¿te me cagás de risa en la cara? ¡Conchuda de mierda! ¡Hija de puta! ¿Dónde mierda estuviste metida, puta de mierda? ¿Con quién anduviste cogiendo? ¿Quién fue el salame que te cogió, puta? ¿Me vas a contestar forra? ¡Me tenés las pelotas por el piso, hija de re mil putas! ¡Conchuda del orto! ¡La reputa madre que te parió, hija de puta!
Fue entonces que se paró y sorpresivamente agarró un cuchillo y apuntándoselo le dijo que hasta ahí iba a llegar. Que ése había sido el límite. Que no podía seguir así, y se corrigió enseguida, que no "quería" seguir así, y puso todo el énfasis en la palabra "querer".
Le dijo que le diera un mes para buscar un lugar dónde mudarse y juntar la plata que necesitaba para hacerlo. Que se fuera a la casa de los padres de él que vivían a solo diez metros de distancia. Que no le quería ver nunca más la cara mientras estuviese viva. Que hacía rato que sabía que ése sería el desenlace por esos malditos seis años de mierda. Que no tenía por qué seguir aguantándolo, que no quería seguir manteniéndolo porque era un vago de mierda que siempre la había usado para no ir a trabajar. Que estaba cansada de él y de todas y cada una de las mentiras que le había dicho o que estaría a punto de decirle. Que eso había sido todo. Que su paciencia se había acabado. Que era demasiado joven para seguir despilfarrando años con un viejo inútil. Que había conocido a un hombre. Que había sentido por primera vez que le importaba a alguien. Que por fin se sentía respetada. Que otro había sido capaz de darle lo que ella quería de un hombre. Que había sido por fin deseada por alguien de mundo. Que se había enamorado de alguien inteligente, gracioso, interesante. Que había redescubierto la vida. Que empezaba a tener esperanzas de alcanzar a tener una vida a la luz del día. Que ya estaba harta de ser la amante, la otra, la de los días de semana, la escondida en esa cueva oscura. Que no quería más quedarse sola, encerrada, sin amigos, llorando mientras el mundo seguía girando su rueda feliz. Que ya no daba más. Que en ese momento prefería tirar todo el pasado junto a él por un futuro incierto con otro, con otros, o incluso sola, pero lejos de él. Que ya era suficiente. Que ya había cumplido con su autoflagelación. Que ya era suficiente dolor, que ya era suficiente todo, que ya era suficiente, que ya no daba más, que ya estaba demasiado cansada para seguir así, que ya le quedaban pocas lágrimas más para llorar su soledad, su tristeza, su agonía... Que ya no quería seguir así, que ya no quería morirse más. Que ya era tiempo de parar, que ya no quería seguir sufriendo más...


 

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