miércoles, 6 de febrero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible. 2ª parte.



De regreso a casa con su hijo Joaquín, tras haber dejado por cuarta vez a su mujer internada en la unidad sanitaria, viajaba absorto en sus pensamientos, en silencio, con la mirada fija observando el afuera a través de la ventana blindada del vehículo. Podía divisar, allá lejos, a la distancia, entre las sombras, los movimientos escurridizos de los seres de la noche.
Cientos de miles de seres excluidos ininterrumpidamente del sistema, durante generaciones enteras, habituados a reinar las oscuridades creando su propio Estado, sus propias reglas, su propias leyes. Hasta sus mismos organismos adaptaron sus metabolismos para dormir durante el día y habitar las sombras en el silencio nocturno. Lúmpenes mutantes. Sus pieles ásperas protegidas con trapos sintéticos. Siempre pensó que esos marginales, con su ausencia parcial de párpados y su andar encorvado, se asemejaban a los monos nocturnos asiáticos conocidos como tarseros por el descomunal tamaño de sus ojos amarillos.

En un momento giró la cabeza para mirar a su muchacho, con inocultable orgullo. Joaquín conducía sumergido en sus propios pensamientos, seguramente resolviendo preocupaciones laborales, creyó su padre, aunque a decir verdad, Joaquín solo pensaba en la salud de su madre.
Lo veía conducir con un rictus tal que no lograba descifrar lo que estaría atravesando por la cabeza de aquel hombre, tan maduro, sobrepasando ya los cincuenta años, exitoso en los negocios, con tres hijos finalizando pronto sus respetables carreras universitarias, una mujer cariñosa, fiel, madura pero jovial que lo ha acompañado amorosa en cada nuevo proyecto que se propusiera. De pronto, inesperadamente, sintió una profunda admiración por su hijo, aunque en el fondo, envidiaba la vida exitosa que había logrado construir, una vida que él mismo fue incapaz de crear para sí pero que acompañó silencioso en su descendencia.
Por otra parte estaba Julia.
Una mueca de sonrisa se le dibujó en los labios.
Volvió a mirar a través de la ventana.
La tarde caía como un manto pesado sobre la ciudad.
Julia era tan parecida a su madre. Desde chiquita siempre se destacó por su desenfado e iniciativa. Todo lo que se propusiera lo conseguiría a costa de una mera sonrisa encantadora. Julia heredó las virtudes histriónicas y seductoras de su madre, eso era indiscutible, incluso su belleza.
Respiró sonoramente. Joaquín lo miró con una sonrisa.

   ¿Estás bien, pa? —preguntó Joaquín en voz muy alta para que su anciano padre lo pudiera escuchar con claridad. Los años le fueron disminuyendo notablemente la audición y se rehusaba a usar audífonos y, más aún, a operarse.

   ¿Qué?

   ¿Estás bien? No te preocupes por mamá, en un par de días la sueltan de nuevo —pronunció en tono irónico para hacer sonreír a su padre y borrarle el entrecejo fruncido.

   Sí, claro. Siempre la sueltan —contestó él siguiéndole la gracia a su hijo.

   Pensá que si Julia logra convencerla de que haga el tratamiento, puede tener una sobrevida saludable de ahora en más —masculló Joaquín tratando de sonar optimista ante el panorama.

   ¿De qué sirve morir con salud?

Joaquín quedó sorprendido ante la pregunta de su padre. Lo miró fijamente con un rictus indescifrable en los labios. Volvió a mirar el camino. Al fin habían llegado a casa.


miércoles, 16 de enero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible


Abril 2060

Llegó a la cita puntualmente. Las puertas se abrieron y la pudo ver sentada a una de las mesas que daban al ventanal táctil. En cuanto la vio la reconoció, era ella. Se acercó despacio y cuando llegó junto a la mesa tosió para llamar la atención de la mujer.

   ¿Julia?

   ¡Doctor! No lo vi llegar. Tome asiento por favor —dijo mientras se ponía de pie y él se acomodaba en el asiento inteligente que lo acercaba a la mesa.

   ¿Qué le gustaría tomar? —dijo y abrió el menú tocando apenas la superficie de la mesa. Abrió ventanas aquí y allá y le leyó algunas de las alternativas hasta que levantó la mirada y lo vio abrumado por tanta información. —Ya sé, no me diga nada, ¿tomamos gin tonic?

   Por favor. Gracias.

   ¡Debí suponer que esa era la primera y única opción! —concluyó e hizo el pedido tocando aquí y allá sobre la pantalla de la mesa.

Él la observaba y podía ver el rostro de Polaco en el de Julia, en un momento ambos se miraron fijamente a los ojos hasta que Julia confesó: —Ahora entiendo lo que mamá vio en usted. Siempre me lo había repetido pero ahora lo veo y lo entiendo.

   ¿Qué ves? —dijo él al tiempo que llegaban sus tragos a través de una compuerta de uno de los laterales de la mesa. Él tomó los vasos y los dispuso sobre la mesa.

   Veo sus ojos. Mamá siempre me habló del verde de sus ojos, un verde profundo y ¡así es! —notó la incomodidad en la cara del anciano y decidió ir al grano —bueno, lo llamé para verlo porque tenía que decirle algo, algo muy importante para mí, y es que mamá está enferma, —lo miró otra vez directo a los ojos y continuó— muy enferma —los ojos se le nublaron y con congoja siguió hablando, y notó que el verde de los ojos del anciano también parecían comenzar a nublarse —Los médicos que la atienden dicen que su enfermedad es recuperable, siempre y cuando ella desee curarse a tiempo y el problema que tenemos con mi hermano, Joaquín, es justamente convencerla de que haga el tratamiento cuanto antes para evitar que empeore, y a su edad, la enfermedad avanza rápidamente. Mamá ya tiene 88 años...

   Lo lamento mucho por tu mamá. ¿Qué enfermedad es?

   Vasculitis del Sistema Nervioso Central —dijo sorprendida por la pregunta —y fue detectado tempranamente pero ella se niega a hacer nada para curarse, el riesgo es un infarto cerebral. No sabemos qué hacer para convencerla así que con Joaquín decidimos recurrir a usted. Mamá nos contó a los dos lo que hubo entre ustedes y siempre supimos que lo de ustedes es una historia que va mucho más allá de nuestro papá.

   No sé cómo pueden entender lo que sienten dos personas que no son ustedes —dijo con frialdad mientras bebía su gin tonic —no puedo ayudarte —concluyó.

   Entendemos lo que ustedes significan el uno para el otro porque la vimos delirar de felicidad cada vez que ustedes retomaron contacto. Hace muchos años, una noche en que nos quedamos solos los tres por última vez, nos contó a mi hermano y a mí toda la historia. Mi hermano al día siguiente se iba por dos años a hacer un doctorado a Europa y yo me fui a vivir con mi pareja un mes después. Aquella noche, Joaquín y yo le prometimos que jamás se lo contaríamos a nadie, se lo prometimos con el mismo amor que ella nos tiene y que nos demostró para confesarnos sus sentimientos más ocultos.

   Entiendo. ¿Dónde está ahora? —preguntó al tiempo que terminaba su trago.

   En la Unidad 2410 del distrito este.

   ¿Tu papá está con ella? —preguntó y terminó de un sorbo su trago.

   No, mi papá está viajando a casa precisamente ahora, —contestó al tiempo que observaba en su dispositivo de navegación una lucecita azul que recorría una cuadrícula fluorescente —está a diez manzanas de casa.

   Vamos —dijo el anciano mientras apoyaba la palma de su mano por la superficie de la mesa para pagar las consumiciones.

Se incorporaron y viajaron hasta la Unidad 2410 en el transporte de Julia. Era un modelo nuevo, sumamente liviano y silencioso. El modelo más popular por su atractivo diseño.

Llegaron al edificio, dejaron el transporte en el subsuelo catorce. Tomaron uno de los ascensores y en un minuto treinta segundos ya estaban en el piso cuarenta de la unidad.

Julia entró a la habitación y la vio a su madre dormida en su cápsula de internación. Le tocó apenas la cubierta haciendo que ésta se abriera silenciosamente.

   Mami...—le acarició una mejilla para despertarla.

Polaco abrió los ojos y se sonrió al ver la cara de su querida Julia.

   Hola —, dijo despacio —papá se fue hace un rato a casa con Joaquín que mañana se levanta muy temprano. Viaja al norte tu hermano, ¿lo saludaste?

   Mami, te traje una visita —dijo Julia mirándola a los ojos.

   ¿Una visita? ¿Qué visita?

   Esperame un momento que lo hago pasar —dijo Julia al tiempo que Polaco subía el respaldo de la cama por medio de un comando de la cápsula. Sus ojos eslavos se quedaron petrificados al observar la figura que se le presentaba en el umbral de la habitación.


 

lunes, 24 de diciembre de 2012

CAPÍTULO 24: Dar por nada a cambio.



Octubre 1999. CABA
Llegó puntualmente a la cita de cada sábado en sus provocadores y ajustados jeans a la clase de las 14hrs. Terminaron la clase a las 16. Él preparó los gin tonic en la cocina mientras ella elegía un CD para poner en el gran equipo de audio.






Él se sentó en el sofá azul mientras ella seguía parada junto al equipo con el trago en una mano y un CD en la otra. Sin darse cuenta ella había comenzado a bailar al ritmo de Santana al tiempo que leía en silencio la contratapa del CD Supernatural editado en junio de ese mismo año. La observaba en silencio. Fumaba un Chesterfield.
A Polaco le favorecía el corte de cabello corto, aunque ya le había crecido hasta los hombros. Subida en aquellos altos zapatos de plataforma de charol blanco la vio particularmente estilizada. No parecía tan baja. Los jeans ajustados dejaban a la vista la forma de ese hermoso culo redondo en forma de corazón. Llevaba puesta una remera ajustada, como siempre; era blanca y tenía pequeños brillantitos de strass diseminados formando rosas en el frente.
Sorbió un trago largo de su gin tonic, lo había preparado particularmente fuerte; el alcohol lo estremeció un momento cuando pasó por su tráquea. Dejó el vaso sobre la mesa ratona, acercó el inmenso cenicero redondo de vidrio y se recostó cómodamente en el sofá. En silencio cada tanto cruzaban miradas que se decían todo. La encontraba tan puramente joven. Aniñada con sus gestos de caprichosa o cuando montaba en cólera por sus repentinos celos. Lamentó saber que la perdería. No sabía con exactitud la fecha de vencimiento de aquella relación pero cada día resultaba más evidente que faltaba menos para el fin. El próximo 31 de diciembre cumplirían el primer aniversario y aún no tenía la certeza de que efectivamente llegarían a esa fecha juntos.
Le parecía ya un exceso de su suerte que aún no lo hubiese abandonado, tirado con sus firmes ideas sobre la farsa e hipocresía de la sociedad, con los casamientos para mostrar las felicidades descartables de cartón pintado, la mentira de la familia tipo para tapar las angustias de la insatisfacción personal, la gran carga de los padres sobre los hijos y viceversa llegado el momento. La observaba a la distancia y le veía tanto potencial para ser lo que quisiese pero no para atarse a nadie, y menos para encadenarse a una familia que no le garantizaría la plenitud que se merecía.
Ella lo observaba por instantes, tendido perezoso mirándola desde el fondo de sus profundos ojos verdes. Le resultaba tan atractivo, y más atractivo le resultaba en ese momento en el que no se decían nada pero que de tanto en tanto se desnudaban mutuamente sin prejuicios ni pudor.
Polaco dejó el CD sobre el equipo de audio y el vaso en la mesa ratona. Contoneándose al son de las cuerdas vibrantes de Santana se fue quitando la remera blanca. Se quedó solo con el corpiño de algodón blanco que resaltaba sus tetas jóvenes y tersas. Se quitó el jean y se quedó ahora solo con la tanga blanca. Recuperó su gin tonic y siguió bailando como si nada. Así era Polaco. Así.

jueves, 15 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 23: El retorno. 3° parte.

Se bajó del auto con autodeterminación. Caminó hasta la entrada del edificio y tocó el portero eléctrico.

   ¿Hola? —le respondió enlatado.

   Soy Polaco... —contestó enseguida.

   Bajo.

Esperó mirando hacia la calle. Cuando escuchó que se abría la puerta de entrada giró sobre sus talones e inmediatamente se le colgó al cuello y lo besó con toda aquella pasión que la definía. Él, con ella todavía envolviéndolo con su cuerpo, cerró con una mano, como pudo, la puerta del edificio.

   ¡Pará, Polaco!—le dijo tomándola de la cintura y metiéndola de prepo al ascensor. Dentro, subieron los siete pisos besándose contra una de las paredes. Se recorrían con las lenguas y las manos sin alcanzar a decir nada.

Entraron al departamento, ella tiró su cartera en el sofá azul, se sacó el jean y la remera, se quedó apenas con las plataformas y una diminuta tanga blanca. Él, mientras tanto, fue a la cocina a preparar los tragos.
Ella se acostó en el sofá azul, vestida solamente con su irracional juventud. Lo esperó para entregarle su libertad. Él llegó con los gin tonic, los dejó sobre la mesa ratona y se acostó sobre ella.

   Hola...—lo saludó finalmente ella rodeándolo con sus brazos.

   Hola...—le respondió amoroso él, que se desnudaba sin dejar de recorrerla con la boca. Luego, completamente desnudos, se fundieron uno en el otro, ajustados en un abrazo caliente.

   Matame—le susurró él en el oído.

   Sí...—contestó ella obligándolo a que tomara su lugar en el sofá. Se quitó las plataformas y se sentó sobre él, sobre su erección. Él la tomó por la cintura y la traspasó con el verde de sus ojos.

   ¡Así, Polaco! Seguí así, me estás matando, Polaco. ¡No pares! Seguí así, me encantas Polaco. ¡Toda, Polaco! ¡Toda!—gemía él, ella lo observaba mordiéndose el labio inferior. Le acercó la cara para besarlo con ternura, él le devolvió el beso con toda la boca, la tomó con firmeza de la cintura y la dio vuelta, la colocó frente al balcón, que tenía el ventanal totalmente abierto.

Ella se aferró al apoyabrazos de un lado y el respaldo del otro entregándose dócil, abierta, profunda.
Al cabo de un rato intenso, acabaron ambos abrazados, extasiados. Ella miró la hora y le avisó que tenía que irse, pero que regresaría en dos horas. Se vistió y se marchó a dar una clase en el barrio de Villa Urquiza, muy cerca de Villa del Parque, con las llaves que le había alcanzado él, para que pudiera salir y regresar sin que él tuviese que levantarse del sofá. Sentía que el cuerpo ya no le respondía. Polaco, otra vez, lo había matado.


Puso en marcha el auto, y regresó a su casa pensando que le pediría al Dr. Rubinstein que la ayudara a regresar a allí, al lugar y al tiempo del que nunca tendría que haberse ido.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 23: El retorno. 2° parte.



De regreso a su casa, luego de la sesión con el Dr. Rubinstein, tomó por una calle equivocada. Una esquina, cuya ligustrina rebalsaba de florcitas blancas de jazmín japonés, la confundió y giró mecánicamente sin pensar.
Anduvo un par de cuadras lentamente hasta que vio estacionado un auto idéntico al que tenía él, su hombre del pasado, en 1998. Un Fiat Tipo gris oscuro. Dio una vuelta manzana, estacionó el suyo más atrás en la vereda de enfrente, en la misma cuadra y detuvo el motor. No podía dejar de observar el auto, muy bien conservado, a pesar de su antigüedad.

   ¿Qué esperás? ¡Bajá! —le pareció oír una voz salir de alguna parte. Instintivamente miró el asiento trasero. Nadie, como era de esperarse. Volvió a mirar el auto que permanecía ahí, tal como lo recordaba.

   ¿Qué pasa? ¿No pensás bajar? — otra vez la voz que le hablaba desde algún sitio.... su propia voz. Sentada aún en el asiento del conductor se miró en el espejo retrovisor, lo acomodó para verse bien la cara.

   ¿No vas a hacer nada?—dijo su imagen reflejada en el espejo. Se le erizó la piel. A pesar de que sentía que no movía los labios, su propio reflejo le mostraba que sí. Se tapó la boca y se miró de nuevo.

   ¡Hagas lo que hagas no podes callarme!—dijo su imagen que inesperadamente había tomado voluntad propia.

   ¿Quién sos?—se animó a preguntarle a su reflejo en el espejo.

   ¿Quién más voy a ser? ¡Soy vos! Polaco...—una sensación de caída al vacío la pegó contra la butaca del auto. — ¿Shockeada?—la increpó su imagen desde el otro lado, desde alguna parte invisible.

Enmudeció al ver de frente su cara hablándole como si fuese otra persona.

   ¿Cuándo me vas a liberar? Me mantuviste presa, oculta tras la fachada de mujer ama de casa, madre, aplicada... por suerte él volvió a buscarme... a buscarte... a buscarnos... Me nombró y me liberó de tu intento por matarme. Por suerte él volvió hasta que ¡la cagamos! ¿Para qué la tuve que cagar así? —miró su imagen y tenía la mirada nublada por las lágrimas. Se tocó los ojos y efectivamente eran lágrimas verdaderas. — ¿Cuánto tiempo más vas a esperar para volver a ser vos misma? ¿Cuándo te vas a convencer que no se puede sostener una mentira para siempre? ¿Cuándo me vas a dejar libre? —lloró.


martes, 30 de octubre de 2012

CAPÍTULO 23: El retorno. 1° parte.


   No decir la verdad, ¿es mentir, doctor? —preguntó y miró el cielo despojado de nubes a través de la ventana frente al diván.

   ¿Qué es lo que no dice? —repreguntó el Dr. Rubinstein con las manos cruzadas sobre su escritorio frente a su Tablet iluminada. El cursor titilaba justo después de la palabra "Polaco".

   Creo que no decir no es mentir. Es sencillamente omitir —reflexionó en voz alta mientras se hacía un rulito en un mechón de su larga cabellera castaña.

   Y... ¿qué omite? —dijo el terapeuta y carraspeó sonoramente.

   ¿Sabe lo que es vivir con una persona que no habla? Es difícil. Uno nunca sabe qué es lo que piensa el que no habla...si no habla no dice. No miente ni dice la verdad. Sencillamente no habla —dijo masticando cada palabra y siguió: —yo no puedo quedarme callada pero hay cosas que ya no digo.

   ¿Qué es lo que no dice? —reiteró Rubinstein.

   Estoy convencida, y esto es de siempre —aclaró con seriedad en la cara— que cuando los sentimientos entran en juego no se puede decir con ligereza lo que no se siente.

   ¿Qué es lo que no dice? —insistió con calma el profesional.

   Extraño las tardes de domingo tirada en un sofá azul marino, con un par de brazos fuertes abrazándome a la altura de los pechos. Siento una nostalgia punzante y dolorosa en la voz por esos atardeceres de sábado cuando el sol se escondía anaranjado detrás de los edificios de la ciudad. Me duele en el cuerpo el olor a "comida nocturna afuera"... subíamos al auto, encendía el estéreo y en un silencio compartido nos hundíamos en un cardumen luminoso hacia el centro de la ciudad; el olor a cuero de los asientos del auto, el olor a cigarrillo, las noches de verano transitando por Corrientes, el estacionamiento repleto de autos de parejas amantes, los mozos simpaticones de los restaurantes porteños, las paneras con pancitos y manteca, los roces de pies debajo de la mesa, las manos acariciando zonas prohibidas debajo de los manteles, las risas compartidas, la complicidad de la pasión, esa complicidad de que algo fuerte y profundo atravesará el cuerpo de lado a lado... el regreso en auto con mi mano apoyada en un muslo varonil, torneado, latente... el ascensor ascendente al colmo de los infiernos... empezar la sesión amorosa con romanticismo y terminar en una locura desenfrenada y salvaje. Me duele el pasado...

   ¿Qué haría aplacar ese dolor?

   Usted no lo entiende.

   ¿Qué es lo que no entiendo?

   No entiende que me duele el pasado porque me tiene atrapada. Una parte de mí se quedó allí, en aquellos años y cuanto más avanza el tiempo, más me duele esa parte que se quedó prendida en el "atrás", en el "allá"... La única forma de sanarme sería volviendo a aquella época, para hacer lo que no hice.

   ¿Qué es lo que no hizo?

   No dije lo que sentía.

   ¿Qué es lo que no dijo?

   No dije cuánto lo amaba... y ahora estoy sufriendo las consecuencias... —los ojos se le humedecieron instantáneamente.

   No puede viajar en el tiempo, por lo menos no se puede de manera física... ¿le interesaría tener una sesión hipnótica?

   ¿Usted puede hipnotizarme, doctor? —giró bruscamente para mirarlo a los ojos con inesperado entusiasmo.

   Sí.

   ¿Lo puede hacer ahora mismo?

   En realidad se puede hacer en cualquier momento pero no me parece que éste sea el momento más adecuado...

   ¿Por qué? —alzó la voz.

   Porque creo que antes usted debiera resolver otras cuestiones... El tipo de hipnosis que practico no es convencional y no quisiera arriesgarme a alterarle su presente. En su caso en particular usted está obsesionada con alguien de su pasado y hacer una regresión tal vez sea correr un alto riesgo para su vida actual.

   ¿En qué medida una regresión al pasado alteraría mi presente, doctor? —preguntó Polaco excitada por la idea y siguió: — ¿Mi matrimonio y mis hijos dejarían de existir acaso? —preguntó consternada.

   No, en absoluto. Ellos no dejarían de existir pero correríamos el riesgo de que usted cambie en su mente algo del pasado y tal vez algún detalle de su presente se vea modificado.

   ¿Cómo qué, doctor?

   Por ejemplo, sus recuerdos con respecto a su familia.
Polaco se quedó un momento en silencio, miró por la ventana y vio que había comenzado a nublarse. "Tal vez se estuviera acercando una tormenta", pensó.


 

domingo, 19 de agosto de 2012

CAPÍTULO 22: "Polaco" no ama a mi marido. 3° parte.


En el 2003 trabajé para una aerolínea norteamericana y tenía turnos rotativos. Tenía un fin de semana libre cada mes y medio aproximadamente. Uno de los primeros sábados libres del verano de entonces fui a una cita a ciegas. Por entonces no estaba involucrada con nadie por lo que tenía la libertad de elegir con quién salir. La cita había sido coordinada vía ICQ. No sabía con qué me habría de encontrar pero fui igual.
Llegué al Gran Bar Danzón alrededor de las 2 am tal como lo habíamos conversado por chat. Dejé el auto en el estacionamiento que está justo frente al local. Era una noche sumamente calurosa y despejada. Admito que me vestí para deslumbrar. Me puse un vestido de hilo de seda plateado, algo corto, de breteles delgados y sandalias de alto taco fino grises. Una carterita al tono y un saco largo también de hilo en composé. Tenía el cabello suelto y algo rebelde. Me llegaba hasta la mitad de la espalda, como ahora. Esperé en la puerta del edificio y me sonó el celular. Era mi cita que me avisaba que ya estaba esperándome en una mesa reservada dentro del bar. Subí las escaleras con intriga. Nunca antes había hecho nada igual. Subí y busqué la mesa indicada. Caminé directo hacia ella. Y allí estaba. Con una camisa de seda negra, un pantalón negro entallado y una sonrisa amplia.

   ¡Hola!, — dijo con la cara iluminada en tanto que se ponía de pie para saludarme con un beso caliente en la mejilla.

   ¡Hola!— dije con ansiedad y me senté.

   ¿Te gusta el lugar? ¿Encontraste bien la dirección? ¿Querés hacer una cata de vinos? — me bombardeó con preguntas, supuse que para disimular sus nervios.

   El lugar me gusta. Llegué bien, es fácil de encontrar la dirección. Te acepto la cata de vinos. — fui contestando ordenadamente sin sacarle los ojos de encima.

   ¿Segura? Mirá que dicen que no hay que mezclar porque el alcohol se sube a la cabeza... o se baja entre las piernas — concluyó en voz baja con una sonrisa.

   Bueno, entonces ahora definitivamente te acepto la invitación — le seguí el juego despojándome de cualquier prejuicio.

Llamó al mesero y pidió una cata de vinos. En seguida nos trajeron distintas copas y botellas diversas. Varios platitos con variedad de quesos con las indicaciones por escrito de cómo debía hacerse la cata. Tal queso con tal o cual vino. Recuerdo que llevaba puesto las lentes de contacto nuevas y en un momento atiné a buscar los lentes en la carterita e inmediatamente recordé que no los necesitaba. Ese gesto, sutil y fugaz, despertó su curiosidad.

   ¿Te sentís bien? — me preguntó con preocupación en la voz.
   Sí, todo bien. Estaba a punto de buscar los lentes en la cartera pero recordé que tengo las lentes de contacto puestas.

   Tenés unos ojos profundos que... me intimidan. — Me dijo por lo bajo.

   Entonces te voy a avisar cada vez que te mire — dije en broma.

   No, sorprendeme y mirame sin aviso — concluyó rotundamente. Como una invitación precipitada a caer al vacío.

Bebimos los vinos, comimos los quesos, nos reímos al unísono y paulatinamente todos los demás comensales fueron desvaneciéndose en el espacio. Un calor sofocante me invadió desde el centro del abdomen. Me quité el saco de hilo dejando al descubierto los hombros, que de inmediato llamaron su total atención.

   Hermosos brazos, lindos hombros. ¿Entrenás? — me preguntó en tanto sostenía con toda la mano su copa de cabernet.

   Cada vez menos, pero sí, de tanto en tanto descargo tensiones en el gimnasio. ¿Vos?— pregunté con la boca seca. Sorbí el resto del vino de mi copa.

   También, a veces. Cuando tengo un rato libre. En mi departamento tengo un mini gimnasio así que entre sesión y sesión a veces se me da por ejercitar los músculos.

   Tenés el consultorio en tu casa, tenés resuelto el problema del tránsito — me atreví a decir.

   Sí. Una maravilla no tener que salir de casa para trabajar — agregó mirándome fijamente a los ojos. Sentí que con esos ojos castaños me estaba recorriendo mentalmente, por completo.

   ¿Por dónde vivís? — le pregunté al tiempo que aceptaba más vino en una nueva copa.

   Acá cerca, por Barrio Norte. Si tenés ganas podemos ir a mi departamento así lo conocés, y si te dan ganas hasta podés usar mis aparatos — dijo con simpatía perversa.

   La verdad que no creo que pueda manejar con tanto alcohol en el cuerpo. Si no es muy lejos, tal vez podamos ir caminando — dije asombrándome yo misma de mis propias palabras.

   ¿Querés? — me preguntó.

   Sí. — contesté con un calor que me quemaba en todo el cuerpo. Necesitaba tomar un poco de aire fresco y "caminar me haría bien", fue lo que imaginé.

En un momento se levantó de la mesa, pagó y me tomó con gentileza del brazo. Nos íbamos a su departamento.
Bajamos las escaleras, me ayudó a ponerme el saco sobre los hombros y me agarró de la mano. Caminamos algunas cuadras en silencio, siempre de la mano hasta que llegamos a su departamento. Entramos, me saqué el saco y la carterita y los dejé caer al piso. Me recosté en un gran sofá de cuero blanco y nos empezamos a besar como si supiéramos cómo hacerlo, en ese preciso instante sentí que nunca antes me habían besado igual. Sentí que me besaban como yo solía hacerlo, que me besaba con todo el cuerpo. Fue inolvidable, doctor.

   Bien, ¿recuerda el nombre de aquel hombre? — preguntó Rubinstein haciendo anotaciones en su pantalla táctil.

   No doctor. No era un hombre. Y sí, claro que recuerdo su nombre. Se llamaba Carola —  y giró para mirarlo a la cara y no perderse la expresión del terapeuta.