miércoles, 6 de febrero de 2013

CAPÍTULO 25: Irreversible. 2ª parte.



De regreso a casa con su hijo Joaquín, tras haber dejado por cuarta vez a su mujer internada en la unidad sanitaria, viajaba absorto en sus pensamientos, en silencio, con la mirada fija observando el afuera a través de la ventana blindada del vehículo. Podía divisar, allá lejos, a la distancia, entre las sombras, los movimientos escurridizos de los seres de la noche.
Cientos de miles de seres excluidos ininterrumpidamente del sistema, durante generaciones enteras, habituados a reinar las oscuridades creando su propio Estado, sus propias reglas, su propias leyes. Hasta sus mismos organismos adaptaron sus metabolismos para dormir durante el día y habitar las sombras en el silencio nocturno. Lúmpenes mutantes. Sus pieles ásperas protegidas con trapos sintéticos. Siempre pensó que esos marginales, con su ausencia parcial de párpados y su andar encorvado, se asemejaban a los monos nocturnos asiáticos conocidos como tarseros por el descomunal tamaño de sus ojos amarillos.

En un momento giró la cabeza para mirar a su muchacho, con inocultable orgullo. Joaquín conducía sumergido en sus propios pensamientos, seguramente resolviendo preocupaciones laborales, creyó su padre, aunque a decir verdad, Joaquín solo pensaba en la salud de su madre.
Lo veía conducir con un rictus tal que no lograba descifrar lo que estaría atravesando por la cabeza de aquel hombre, tan maduro, sobrepasando ya los cincuenta años, exitoso en los negocios, con tres hijos finalizando pronto sus respetables carreras universitarias, una mujer cariñosa, fiel, madura pero jovial que lo ha acompañado amorosa en cada nuevo proyecto que se propusiera. De pronto, inesperadamente, sintió una profunda admiración por su hijo, aunque en el fondo, envidiaba la vida exitosa que había logrado construir, una vida que él mismo fue incapaz de crear para sí pero que acompañó silencioso en su descendencia.
Por otra parte estaba Julia.
Una mueca de sonrisa se le dibujó en los labios.
Volvió a mirar a través de la ventana.
La tarde caía como un manto pesado sobre la ciudad.
Julia era tan parecida a su madre. Desde chiquita siempre se destacó por su desenfado e iniciativa. Todo lo que se propusiera lo conseguiría a costa de una mera sonrisa encantadora. Julia heredó las virtudes histriónicas y seductoras de su madre, eso era indiscutible, incluso su belleza.
Respiró sonoramente. Joaquín lo miró con una sonrisa.

   ¿Estás bien, pa? —preguntó Joaquín en voz muy alta para que su anciano padre lo pudiera escuchar con claridad. Los años le fueron disminuyendo notablemente la audición y se rehusaba a usar audífonos y, más aún, a operarse.

   ¿Qué?

   ¿Estás bien? No te preocupes por mamá, en un par de días la sueltan de nuevo —pronunció en tono irónico para hacer sonreír a su padre y borrarle el entrecejo fruncido.

   Sí, claro. Siempre la sueltan —contestó él siguiéndole la gracia a su hijo.

   Pensá que si Julia logra convencerla de que haga el tratamiento, puede tener una sobrevida saludable de ahora en más —masculló Joaquín tratando de sonar optimista ante el panorama.

   ¿De qué sirve morir con salud?

Joaquín quedó sorprendido ante la pregunta de su padre. Lo miró fijamente con un rictus indescifrable en los labios. Volvió a mirar el camino. Al fin habían llegado a casa.


2 comentarios:

  1. Por suerte la historia sigue... Pensé que dejabas de escribirla, pero me alegro mucho de ver que realmente es inmortal!!
    Me encanta!!
    Besos

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  2. Mirá, si seguís sin comentar voy a dejar de escribirla (?) Gracias por volver!! :P

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