sábado, 24 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 4: Cuando éramos inmortales. 2° parte.


Y cortó la llamada con una sonrisa inocultable, se sintió libre para elegir.

   ¿Pudiste hablar? ¿Todo bien?

   Sí, todo bien.

   Yo también avisé que no iba. Iba a lo de mi vieja  pero no hay dramas. ¿Querés tomar algo?

   Mirá, preferiría ir un toque al shopping de acá a la vuelta a comprarme algo de ropa. Estuve todo el día dando clases y necesito cambiarme.

   Dale, si no te molesta voy con vos. De paso me doy una escapada a la disquería mientras vos comprás.

   Sí, claro. ¡Vamos!




Bajaron los siete pisos esquivándose las miradas mutuamente, pero con una sensación compartida de cercanía.
Caminaron las dos cuadras hasta el shopping hablando de lo estrellada que estaba la noche y de que una vez más había fallado el pronóstico que alertaba fuertes lluvias para ese fin de año. Él comentó al pasar cuánto le gustaba ver llover.
La dejó en la tienda de ropa y fue directo hasta la disquería señalándole dónde iba a estar por si se desocupaba antes que él. Ella le sonrió complacida ante tanta gentileza y le pidió que se despreocupara.
Recorrió el local con la mirada y eligió un minivestido tejido en hilo de seda negro con breteles finitos, preguntó si tenían lencería y terminó llevándose también un conjunto de ropa interior de encaje negro, con transparencias y arabescos bordados.
Salió y entró a la zapatería que estaba junto al local. Le gustaron unos zapatos de taco aguja negros pero solo compró una carterita de cuero negro. Gastó casi la mitad del sueldo que había cobrado ese mismo día pero valía la pena la inversión.
Cargada de bolsas lo fue a buscar a la disquería, lo sorprendió ya en la caja mientras pagaba media docena de discos compactos.
Regresaron al departamento disfrutando de la noche que se les regalaba brillante.
Subieron los siete pisos mirándose a los ojos.

   Dame un minuto que cambio las toallas y te preparo el baño por si querés usarlo. Shampoo ya no, ¿no?—bromeó él.

   Muy gracioso—, le replicó ella con una mueca simpática.


Ya sola en el baño cerró la puerta, abrió la ducha y esperó sentada en el borde de la bañadera a que se calentara el agua. Se desnudó y entró a ella lentamente. Sentir el agua caliente en el cuerpo la trajo en un instante a la realidad. Acababa de darse cuenta de lo que estaba haciendo, de dónde estaba y de lo que dejaba fuera de esa aventura. Seguía siendo la profesora de inglés, seguía conviviendo con un hombre quince años mayor que ella, seguía siendo la misma hija y hermana de siempre, pero algo había cambiado. 
Algo en su interior había cambiado, aún más que en su exterior. Era la primera vez que se sentía enamorada. ¡Era eso! Mientras se recorría el cuerpo con la esponja jabonosa se imaginó cómo esa misma esponja lo recorrería a él...
Se lavó la cabeza rápidamente, se enjuagó el cuerpo de pensamientos y salió de la ducha.
Le pasó una toalla seca al espejo de una de las paredes y se miró desnuda. El espejo la mostraba de cuerpo entero y le devolvió una imagen que nunca antes había tenido de ella misma. Notó los cambios físicos. Hacía unos meses que había empezado a ir a un gimnasio. Hacía complemento de pesas. Una actividad más para estar fuera de casa y evadirse que por fines estéticos. Pero era muy notable el cambio, o acaso era el nuevo corte de pelo que le resaltaba los rasgos, los músculos torneados. Le gustó ese nuevo estado.
Terminó de secarse, se vistió, se calzó y buscó en su cartera algo de maquillaje. Se había olvidado el bolsito de sus cosméticos aunque halló en el fondo de la cartera una máscara para pestañas negro. Celebró como una nena el hallazgo. ¡Por lo menos algo! Se miró y se dio cuenta de que prácticamente no necesitaba ningún maquillaje más esa noche. Quería ser ella misma, lo más naturalmente ella posible.
Salió del baño, se puso el saco negro de hilo con el que había llegado, tomó la carterita nueva y fue a buscarlo a él.
Con un gin tonic en una mano y un cigarrillo en la otra miraba desde el balcón, cómo el cielo en la distancia le prometía una de esas tormentas. Había comenzado a nublarse y las estrellas ya apenas se percibían débiles y lejanas.

   Ya estoy lista—, le dijo desde el living.

   Estás muy linda... mejor dicho, hermosa—le dijo con cierta felicidad.

Bajaron a la calle, subieron al auto de él y partieron hacia el centro a cenar.

2 comentarios:

  1. Hay algo que no entendí. Convivía con una persona 15 años mayor que ella pero ¿solo le avisa al padre y a la madre que no va a asistir a la cena de fin de año? ¿Que pasa con el que convive con ella?

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  2. Está elidido pero la fiesta de fin de año lo pasaba con sus padres y no con su pareja, por eso no era necesario avisar... Tendría que advertírselo a los lectores aunque que hacés mención del detalle... Muy buen punto. =)

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