domingo, 18 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 12: Ella. Partida.


El 2000 llegó y nada de lo augurado como caos informático, semáforos descontrolados y desastres en el tránsito mundial se hizo realidad. El Y2K terminó siendo una superstición más que una certeza. Aunque hubo grandes acontecimientos en aquel inicio de milenio, contundentes para algunos. Los redonditos de ricota se despedían para siempre en el monumental millonario y él la invitó a uno de los históricos recitales del final de la larga trayectoria ricotera. El 16 de abril de 2000 ellos escucharon en vivo y en directo...




Luego del incidente "del nombre", algo se quebró en ella y no pudo volver a ser la misma, la de siempre para la relación. Eso se hizo cada vez más evidente. Ya no conseguía conectarse con él, desconfiaba de todo, todo el tiempo. Se imaginaba que cuando él estaba con ella, él no estaba del todo con ella, sino que estaba con otra en su mente, con alguien más, con alguien mejor que ella, con alguien que merecía ser nombrada, con otra diferente. Y ese pensamiento denso la perseguía de cerca, le pisaba los talones y la manchaba y la dejaba pegoteada como en alquitrán, la ataba a un sufrimiento cuyo disparador era totalmente irreal.
Sin embargo, podía reconocer y comprender que había encontrado de este modo la vía de escape de la relación. Su mente, al fin, había encontrado cómo resolver el conflicto que se enmarañaba en su interior.
Si no confiaba en él, entonces debía terminar la relación.
Si no podía conseguir que él quisiera formar una pareja en concreto y real con ella, entonces debía terminar la relación.
Si no lograba instalar el deseo de formar una familia con ella, entonces debía terminar la relación.
Si no obtenía de él lo que ella quería para su vida, entonces debía terminar la relación.
Si no podía hacer que él la amara tanto como ella lo hacía, entonces debía terminar la relación. Si la relación no tenía futuro, por lo menos el futuro que ella anhelaba para sí, entonces debía terminar la relación.
Ella había empezado a darse cuenta de cuanto le importaba él, y sentía que si ese sentimiento no era recíproco entonces debía terminar la relación.
Los días transcurrían y ella comenzó a pedirse distancia, comenzó a magnificar las escenas de celos, a reprochar agudamente una atención que daba por sentado se entendía que ella se merecía y que no estaba siendo considerada por él. Se había propuesto ponerle fin a la historia. La mejor y más eficaz manera de conseguirlo era con la infalible estrategia de sobrepasar ampliamente los difusos límites de la paciencia y la tolerancia del otro ser humano que, para peor de males, era un hombre con pocas pulgas.
Quiso hartarlo, cansarlo, sobrepasarlo, romperle soberanamente las pelotas, y lo consiguió. Las mujeres están preparadas biológicamente para hacerlo. Aparecerá acaso cuando se duplica el cromosoma "X" y por ello sólo surge esa capacidad en las mujeres y en algunos hombres con un híper desarrollado lado femenino.
A medida de que se iba acercando el frío y tras el regreso de él de sus vacaciones por México ella quiso enfriar la relación, enfriarla literalmente, darle muerte.
Llegó mayo del 2000 y puso todo su arsenal en juego. Le dijo que los U$D 700 que le había prestado para salvarla y que no le embargaran su auto y saldar la deuda del auto de su ex, se lo estaría devolviendo en cuánto consiguiese ahorrar esa plata. Él le pidió que no volviera a tocar el tema, se lo rogó. A ella, sin embargo, le pesaba tener esa deuda con él. Lo sentía como una cadena invisible más que la ataba a él, y quería librarse de todo lo que él significaba. También le planteó que se pondría en contacto con amigas colegas para que él pudiese retomar las clases de inglés. Desde algún tiempo se habían terminado. Ambos coincidieron que se tornaba cada vez más difícil determinar los tiempos para las clases y los tiempos para estar juntos. Sumado a eso, hubo una situación extraña con respecto al pago de las clases que había marcado un antes y un después en ella. Había llegado un momento, casi al año de iniciada la relación, que él le propuso dejar de pagarle las clases. Lo encontraba poco ético o profesional pagarle a su novia para que le enseñase inglés, ella se molestó bastante. Se enojó. Ella se sintió mal. Confundida. No supo identificar si era porque le restaba a un ingreso que iba en descenso, algunos alumnos quedaron desempleados y con el recorte lógico de servicios dejaban primero las clases de inglés; o si la molestaba que se confundiera que el pago de él a ella era por las clases y no por sexo. Sí, llegó a pensar eso y se sintió prostituida, por ella misma o por él, para el caso le era casi lo mismo.
Él aceptó que ella se encargara de conseguirle un profesor que la reemplazara en las clases, no le parecía justo que lo dejara boyando solo con respecto al tema y de alguna forma eso le garantizaba que el futuro docente tuviese la idoneidad demostrada por ella.
Hablaron de dejarse de ver, mejor dicho, ella expresó que lo dejaría de ver para siempre, con los ojos inundados de dolor le dijo que no podía seguir así. Él le sirvió un gin tonic cargado y ella lo tomó en dos o tres tragos.
Envalentonada por el gin le dijo que prefería no salir más lastimada de lo que estaba, que había llegado a su límite, que no quería seguir así en una relación que la conducía a la nada, que ella ya estaba lo suficientemente entera para seguir sola, que a pesar de todo lo que sentía por él era mejor tomar distancia, mucha distancia y cortar esa relación que ya estaba predestinada a terminar.
Él la escuchó y calló. Se calló lo que sentía por ella. No le dijo que le dolía en el cuerpo saber que la perdía para siempre. No dijo que había sido maravilloso tenerla, también le ocultó que nunca antes había vivido nada así de efervescente ni de apasionado ni de feliz, a pesar del comportamiento de ambos en los últimos meses. No le dijo cuánto la quería, ni cuánto la extrañaría, ni cuánto la recordaría, ni cuánto haría para que ella lo pudiese olvidar y encontrar lo que realmente la hiciera feliz. No le dijo que no podía ser el hombre que ella quería o necesitara que fuera, tampoco le dijo que no podía engañarla mintiéndole que se comprometería con ella, se casaría con ella, conviviría con ella y sería el padre amoroso de sus hijos. No le dijo nada. Tomó las llaves de la puerta y la acompañó al adiós.




Lloró todo el trayecto hasta su casa. Tuvo que detenerse varias veces en el camino para secarse las lágrimas que no la dejaban ver y sonarse los mocos. Tardó el doble en llegar. Cuando la madre la vio, entendió todo sin preguntarle nada y le preparó el baño. Moqueando y lloriqueando accedió al baño y a irse a dormir en seguida.
Pasaron un par de semanas y no pudo contenerse más. Un miércoles a la noche, cuando supuso que él estaría viendo la grabación de su programa de los martes, lo llamó desde el auto por el celular. Como al tercer timbrazo la atendió el contestador automático:

"...deje su mensaje después de la señal...

¡Hola! Sé que estás en tu casa porque estoy viendo que tenés las luces encendidas del living, y sabés que soy yo que estoy frente a tu casa. Espero que lo estés pasando muy bien con quien sea que estés. Cuando termines, llamame. ¡Chau!"

Cortó arrepentida de sus propias palabras, de su estupidez, de su inmadurez, de estar sufriendo como una reverendísima infeliz, arrepentida de amarlo con el alma. Puso en marcha el auto y esperó a ver si podía adivinar su silueta en el séptimo piso. No pudo esperar más y se marchó.
Pasaron algunos días y le comenzó a enviar mails disculpándose por la actitud infantil que había tenido al llamarlo por teléfono, nunca recibió ninguna respuesta por lo que daba por confirmado que la relación se había roto por completo y que nunca más sabría de él ni de sus hermosos ojos verdes.
Llegó el jueves 20 de julio de 2000 y ella apostó una última jugada. Lo sabía en su casa por ser su día de franco y lo llamó al departamento.

   ¿Hola?

   Hola, soy yo. No me cortes, quiero decirte que te deseo un gran día del amigo. Que te recordaré siempre como un gran amigo. Quiero decirte que fui una gran pelotuda por muchas cosas que te hice y que te pido disculpas por todas y cada una de las veces que te lastimé. Te prometo que nunca más te voy a volver a molestar. Un beso grande, ¡chau!

Él se quedó con el auricular en la mano cuando escuchó el abrupto corte de la comunicación. No supo qué sentir. Apoyó el auricular en el teléfono y fantaseó que tal vez ella volvería a llamarlo y que esta vez le permitiría hablar pero con el correr de las horas, los días, los meses, los años, desestimó por completo esa idea.
No volvió a tener noticias de ella jamás. La pensó mucho, la extrañó profundamente, y aunque lamentaba que se hubiese roto todo entre ellos se dedicó a continuar con su vida, viajando tanto como pudiese, leyendo tanto como pudiese, viviendo tanto como pudiese... sin ella.

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